La luz entró como una cascada blanca por los ventanales. Kassia se retorció bajo las sábanas con un gemido, acurrucándose contra la calidez que la arropaba.
Restregó la mejilla contra la piel que se encontraba bajo su cabeza.
- Uhm...
El sonido de unos golpes en la puerta la hizo removerse de nuevo. Acto seguido, se abrió y alguien entró, pero no alzó los párpados.
Hubo un gruñido a su lado y un movimiento inesperado que hizo que se desplazara hacia la derecha.
- Christos, estoy preocupada, Kassia no est... ¡sygnómi!
Justo cuando la puerta se cerró de nuevo apresuradamente, abrió los ojos.
¿Qué había hecho? ¡¿Qué narices había hecho?!
- Buenos días, gynaika.
El enorme cuerpo de Christopher se encontraba acostado a su lado, aún con el brazo bajo su cuello y las manos de ella apoyadas en su pecho desnudo. Se frotaba los ojos con la mano libre, murmurando maldiciones indescifrables.
- ¡Cómo que buenos días!- se levantó de un salto, alejándose todo lo posible de él- ¡¿Qué me has hecho?!
Dio un grito al comprobar que sólo la cubría la fina ropa interior de encaje blanco que se había puesto la noche anterior.
- ¡¿Y dónde está mi ropa?!
Correteó por la habitación en busca de su vestido, pero lo único que encontró para cubrirse fue la camisa blanca de Christopher. Se abrochó los botones con nerviosismo.
- Tranquilízate, no ha pasado nada.- oyó una voz a su espalda- Y tu vestido se lo ha llevado Julli cuando nos ha interrumpido tan groseramente.
Le temblaron hasta los dedos de los pies cuando los anchos brazos de su prometido la rodearon desde atrás, casi levantándola del suelo. Sintió su pecho cálido contra la espalda, y sus largas piernas desnudas rozando las suyas.
- ¿Qué hacía en tu cama?
- Bebiste demasiado y no me apetecía cargarte hasta tu habitación, la mía estaba más cerca.
Parecía una excusa barata, pero no iba a replicar.
- Me voy.- anunció a nadie en concreto.
Salió de allí casi a la carrera, recogiendo sus zapatos por el camino.
Dios, ¿qué había hecho?
Ya en su habitación, se tumbó sobre el colchón e intentó cerrar los ojos, pero vagas imágenes de la noche anterior aterrizaban en su memoria en cada parpadeo. La sensación de su abrazo, a ella misma acurrucándose contra la dureza de su cuerpo, las manos de Christopher rozando apenas la piel de su espalda... Se estaba volviendo loca, y rezaba porque volviera pronto a Nueva York y le perdiera de vista.
- Si se queda mucho tiempo acabaré haciendo alguna tontería...- murmuró para sí.
Se relamió los labios como un acto casi instintivo. Aún sabían a su piel.
- ¿Señorita Kassia?
Se incorporó sobre la cama cuando Julliana entró en su habitación. Sabía que el sonrojo de sus mejillas era más que visible, a si que trató de ocultar la mayor parte de su rostro con los indomables rizos caoba.
- Perdona por lo de antes, Julli, no ha pasado nada, de verdad, sólo...
- ¡No hay nada que perdonar!- se apresuró a interrumpir su estúpido monólogo-. Ustedes están prometidos, no es un delito que duerman juntos.
- Pero yo no...
Removió su cabello con impaciencia. La mujer se sentó a su lado con una sonrisa amable.
- Quiero que sean felices, señorita Kassia.
¡No lo voy a ser al lado de este maníaco!, tuvo ganas de decir, pero se mordió los labios con fuerza.
- Yo también lo quiero.
Se quedó tumbado en la cama unos minutos después de que Kassia se esfumara como un relámpago caoba. Aún se dibujaba en el colchón su perfil a su lado.
La noche anterior se habían quedado en el enorme salón principal con unas copas en la mano. Ella le habló sobre su madre y su hermano, riendo con ojos soñadores cuando parecía recordar alguna anécdota; él se limitó a escuchar con atención, preguntándose lo distinta que hubiera sido la vida de aquella muchacha si finalmente su madre hubiera decidido volver a Grecia. Seguramente, sus familias ya hubieran planeado su boda años antes, tal y como Dante Niniadis había intentado.
En realidad, que el gran Niniadis se hubiera interesado inesperadamente por una nieta a la que no había visto nunca, no era ni interés real ni, desde luego, inesperado, al menos para ellos. A pesar de que no había respondido nunca a ninguna de las cartas que su hija le había enviado durante todos estos años, Dante ya tenía en mente ofrecerle a él en compromiso a su única nieta. Sabía que no viviría eternamente y quería que su gran imperio quedara en buenas manos, en las suyas, y la única manera de hacerlo sin perder poder antes de su fallecimiento era una boda.
Chistopher fue informado por su padre y aceptó el compromiso como una especie de trato empresarial. Sólo esperaba que la desconocida nieta Niniadis fuera guapa, obediente y que no pusiera pegas a sus encuentros con otras mujeres. Estaba en pleno apogeo sexual y no pensaba darlo de lado por una cría neoyorquina.
Sin embargo, cuando Kassia apareció ante él, ingenua de los planes de su abuelo, sabía que estaba perdido. Desde luego, era guapa, con aquellos largos rizos que parecían puro fuego cuando el sol los iluminaba, y esos enormes ojos negros, heredados sin duda alguna de los Niniadis. Pero, supo en cuanto cruzaron un par de frases, que la palabra "obediente" no podría utilizarse jamás como calificativo para aquella chica.
Rió, divertido, al recordar a aquella niña tozuda. El tiempo la había endurecido.
Inconscientemente, se había dirigido hacia su despacho y metía la contraseña en uno de los cajones de su escritorio para abrirlo. Dentro, decenas de carpetas se amontonaban sin orden establecido: "Queen's Tribune", "George Mills (2006-2007)", "Columbia University", "Hugh Petterson (2009)", "Curtis Houston (2007)"...
Apretó los puños al leer alguno de los nombres.
"Para. Kassia ahora es tuya. Enteramente tuya" se dijo.
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Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©
RomanceKassia Neville está desesperada, sólo hay una persona en el mundo que puede ayudarla a sacar a su irresponsable hermano pequeño del lío en el que está metido: Christopher Afrodakis, el hombre al que había jurado no recordar jamás. Lo que no sabe es...