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Las siguientes semanas pasaron como si fueran años, años de una guerra feroz y enquistada que le agotaba cada día más.

Kassia se había transformado por completo desde la visita de sus abuelos. Siempre había mostrado cierto odio hacia él, pero en las últimas tres semanas simplemente parecía aborrecerle con cada gramo de su ser. Le miraba con un asco que contrastaba increíblemente con la pasión animal que mostraba cada noche en la cama que compartían.

Sin embargo, después de aquellas sesiones de sexo salvaje, e incluso rudo, se alejaba todo lo que daba de sí el colchón y procuraba no rozarle durante el resto del día.

Adoraba su sensualidad, pero aquella indiferencia le estaba volviendo loco.

-          Esta noche tenemos la fiesta de la Asociación contra el Cáncer, acuérdate.- le recordó esa mañana mientras se vestía para ir a la oficina.- Te recogeré a las nueve.

Kassia se limitó a asentir con un cabeceo antes de desaparecer tras la puerta del baño.

Las ganas de atravesar la puerta de un puñetazo y sacarla de allí de los pelos para que le explicara de una vez por todas qué era lo que le pasaba por aquella cabeza tozuda le abrumaron y decidió marcharse antes de que sus instintos pudieran con él.

 Cuando llegó a la oficina, Jason ya estaba esperándole, como cada mañana desde hacía tres semanas.

-          Buenos días.

Le contestó con su gruñido matinal mientras se dirigían hacia su despacho.

-          ¿Qué tal está la Señora Afrodakis?- le oyó preguntar.

Le costaba relacionar a Kassia, su orgullosa semigriega, con ese título.

-          Con muy mal despertar.

En realidad, tenía un mal vivir.

Jason rió, acomodándose en el sillón frente a él para extender su habitual carpeta de papeles sobre el escritorio. Ver aquellas decenas de documentos siempre le desanimaba.

-          Estará embarazada.

Alzó la mirada con urgencia. ¿Embarazada?

La imagen de una pequeña niña de piel pálida y rizos caoba apareció en su mente como un fugaz flash que le hizo estremecerse.

-          Muy gracioso.- contestó finalmente.

-          ¡Lo digo en serio! En las primeras semanas, las mujeres embarazadas están de muy mal humor, o eso dicen.

Se estaba empezando a irritar.

-          Vamos a ponernos a trabajar de una vez y dejémonos de tonterías, que hay mucho que hacer.

Cogió la primera carpeta que encontró en la segunda caja que había bajo su mesa y la tiró con un fuerte golpe contra la superficie, dando por finalizada la conversación.

Kassia salió del baño casi mareada. Hacía días que se levantaba con el estómago del revés, como si hubiera comido algo en mal estado.
Y eso sólo hacía que su ira se incrementara, aunque pareciera imposible.

No podía sentirse más desgraciada. En las últimas semanas había descubierto demasiadas cosas que habían hecho que los cimientos de su vida se tambaleasen por completo.

Para empezar, sabía que Christopher se había casado con ella por algún tipo de trato con su abuelo que parecía decir que le cedería su imperio a cambio de que éste llegara a pasar algún día a su nieto. En realidad, si se pensaba bien, era un acuerdo perfecto. Dante podría jubilarse tranquilamente sabiendo que Christos manejaría su empresa con el mismo éxito que la suya propia y teniendo la seguridad de que, cuando llegara la hora, un nieto medio Afrodakis medio Niniadis se encargaría de unir ambas.
Ahora veía más claro aquel interés de Christopher por casarse con ella en su primer viaje a Grecia, estaba claro que ya había hablado con su abuelo en aquella ocasión. Por eso se había acostado con ella. Por eso le entregó aquel anillo de pedida con ese disgusto palpable. Y por eso se sintió tan dolido cuando huyó. Sus deseos de convertirse en el mayor empresario del Mediterráneo se hundieron con su escapada.
Pero volvió a renacer cuando ella apareció en su vida con una súplica desesperada.

Ahora todo encajaba como la seda.

Después, Christopher se pasaba los días enteros en la oficina. O eso decía. Porque a ella no hacían más que llegarle informaciones que relacionaban a su marido con cierta actriz de tercera clase con la que, al parecer, mantenía una tórrida aventura. Tenía veinte años y se dedicaba a actuar en telenovelas de la hora de la siesta.
Se acostaba con ella cada noche, sin faltar ni una sola, pero Kassia sabía que tenía a esa chica en la cabeza. ¿Qué importaba? Había llegado un momento en el que el sexo entre ellos era puro placer físico, nada tenía que ver con algún tipo de sentimiento.
Jamás se olvidaría de ese amor irracional por Christopher, pero estaba tan dolida que se sentía vacía por dentro.

Llamó a su madre para avisar de que iba a hacer una visita a la casa de los Niniadis y cogió su coche habitual para dirigirse hacia allí.
Necesitaba pruebas, pruebas físicas de aquel trato al que su abuelo y Christos se habían referido en aquella noche que le abrió los ojos.

Si lo que creía resultaba ser la razón de su malestar matinal, esas pruebas eran más que necesarias.

Un gemido escapó de sus labios al acercarse a la enorme mansión de cuatro plantas que sus abuelos tenían a pocos kilómetros de su casa. Tenía un amplio jardín bordeado por una forja de hierro y, sabía, tras el edificio se escondía una gran piscina. La piscina donde conoció al hombre que había arruinado su vida.

-          ¡Kassia, cariño!- le saludó Dionne desde la puerta cuando aparcó.

-          Hola, mitéra.

Su madre sonrió, encantada.

-          ¿Estás aprendiendo griego?

-          Algo se me queda.

Pasó junto a ella al espacioso hall y la guio hacia el jardín trasero, donde Dante y Alissa les esperaban sentados plácidamente en unas hamacas.

Con su abuelo aún se debatía entre el perdón y el odio. La había utilizado para sus propios intereses, pero al menos luego había intentado rectificar. Aunque tarde.

-          Kaliméra, Kassia.- dijo éste, despacio, con esa calma elegante que tan bien le caracterizaba.

-          Kaliméra.

Dante se encargó de pedir que tuvieran lista la comida en una hora y su abuela empezó a contar anécdotas de la infancia de Dionne.
Se sentía feliz por ella. Su vuelta a Grecia le había quitado diez años de encima y parecía encantada por aquel reencuentro.

Kassia rió, autómata, aunque su atención se centraba en cómo conseguir entrar en el despacho de su abuelo y encontrar lo que buscaba sin que nadie se percatara de su presencia.
A ella siempre se le habían dado bien aquellas cosas, hurgar entre lo más turbio de una persona y obtener tesoros periodísticos. Aunque aquella vez era un tema estrictamente personal.

-          ¿Qué quieres beber, cielo?- le preguntó Alissa con su habitual sonrisa.

-          ¿Una copa de vino?

Su madre la conocía bien.

Sin embargo, negó con un cabeceo.

-          No, un té frío estaría bien- contestó, levantándose ante la mirada inquisidora de Dionne- Si me disculpáis, voy al baño.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora