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Era la quinta mañana que amanecía en la cama del precioso apartamento de Nueva York y seguía tan agotada como el primer día. Christopher era insaciable, incisivo, ambicioso, generoso y apasionado. Al menos en aquel terreno. Fuera de la cama, seguía siendo aquel bloque de hielo que le gustaba mostrar al público.

-          Aún no me has dado ese regalo que me prometiste hace unos días.- recordó mientras le observaba vestirse con metódica rutina.

Christos terminó de ajustarse la elegante corbata negra y señaló con un leve cabeceo hacia su lado derecho de la cama.

-          Está en mi mesilla, cógelo.

Rodó por el enorme colchón hasta alcanzar el cajón. Parecía que aquel precioso mueble de caoba era únicamente decorativo, pues dentro no había nada a excepción de una pequeña caja de terciopelo, que cogió con un nudo emocionado en la garganta.

Un par de maravillosos pendientes de rubíes descansaban sobre la superficie mullida, brillantes como el sol al atardecer.
Alzó la mirada hacia Christopher, pero se sorprendió de que se encontrara justo a su lado, con el rostro a apenas unos centímetros, observándola atentamente.

-          Son preciosos.

-          Póntelos esta noche, gynaika.- ordenó él.

Torció los labios en una mueca de incomprensión, absorta en el azul de sus grandes pupilas.

-          La fiesta en el Met, te lo dije hace unos días.

Era cierto. Pero ella se había esforzado por olvidarlo, creyendo y esperando que de aquella forma la invitación se evaporara.
Asintió en silencio, irritada porque él se hubiera acordado.

-          No creo que me dé tiempo a subir, así que te esperaré abajo a las ocho y media.- siguió hablando Christopher mientras se abrochaba la americana y se dirigía hacia el pasillo.

-          De acuerdo.

Nadie dijo nada más antes del claro sonido de la puerta principal al cerrarse.

Christos no solía aparecer por el apartamento en todo el día. Salía muy temprano y, sin siquiera desayunar, se dirigía hacia su despacho de abogados, donde se quedaba hasta que anochecía. Después, la llevaba a cenar a algún elegante restaurante de Park Avenue y se pasaban la noche haciendo el amor.
No entendía cómo podía aguantar cada día casi sin dormir.

-          Supongo que estará acostumbrado.- murmuró, incómoda, para sí.

Siempre se había preguntado cómo lograba ejercer como el magnífico abogado que era y, al mismo tiempo, dirigir el imperio Afrodakis con tanto éxito. Por lo que ella sabía, la empresa familiar se dedicaba a algo relacionado con barcos de recreo, al igual que la firma que dirigía su abuelo. Dado que nunca le había interesado el tema, poco más sabía sobre ello.

Desayunó sola en el amplio comedor, donde cada mañana había dispuesto un solo cubierto. Llevaba una semana casada y ya se sentía abandonada. ¿De verdad iba a ser así cada día de su vida?

"Es un hombre ocupado" no dejaba de repetirle Lauren, con quien almorzaba diariamente junto a Jamie. Los había perdonado al día siguiente de la salida de prisión de su hermanito, cuando ambos habían ido a buscarla con un gesto torturado que la ablandó por completo.

Christos le había dejado instalarse en su despacho y, ahora que había recuperado su ordenador portátil, le era indispensable ponerse a escribir. Se encerraba en esa preciosa habitación perfectamente equipada y pasaba la mañana redactando todo aquello que tenía en mente, esperando que cuando lo encajara correctamente, formara una novela al menos legible. Tenía tanto que contar que no podía parar de teclear.

El timbre de la puerta sonó por toda la casa, pero Kassia no alzó la mirada de la pantalla hasta que Eva, la callada ama de llaves, llamó a su puerta y anunció que tenía visita.

Nunca había recibido visita. ¿Cómo debía comportarse? Ya sentía la presión del cargo que el apellido Afrodakis llevaba con él, y sus dedos empezaron a temblar.

-          Gracias, Eva, bajaré enseguida.

Cuando la mujer se retiró, corrió a la habitación principal y se vistió con un estrecho vestido de algodón granate y unos altos zapatos grises antes de bajar al salón.
El nudo de su estómago desapareció casi al instante en que reconoció a las dos personas que la esperaban de pie junto al enorme sillón de cuero.

-          Neo, Holly, ¡cómo me alegro de veros!- saludó, encantada.

Sus nuevos amigos la estrecharon cálidamente antes de instarles a sentarse.

-          ¿Ya te has cansado de mi querido amigo?- se rió Neo.- Por cierto, ¿dónde está?

-          Trabajando.

Holly la observó atentamente, frunciendo los labios.

-          ¿Te deja sola en vuestra luna de miel?

-          No tenemos luna de miel, Holly.- contestó con calma, a pesar de que quería darle la razón.

-          ¡Pero eso no está bien!

Se encogió de hombros. No podía decirle que su matrimonio era una farsa, un simple acuerdo cuasi comercial por el que ella sólo debía fingir ser la esposa perfecta de un gran magnate griego.

-          Christos es un hombre ocupado, ya lo sabía cuando me casé con él.

-          Disculpa a mi mujer, Kassia, es una entrometida.- dijo Neo con una sonrisa divertida.

-          No me molesta en absoluto.

Incómoda, llamó a Eva para que alguien se encargara de servir un refrigerio a sus invitados.

-          Bueno, ¿cómo es que estáis aquí?

-          ¡Nos han invitado a la fiesta del Met!- exclamó su amiga.- Nunca había estado en Nueva York, estoy emocionada.

Su sonrisa se iluminó.

-          No sabes la alegría que me das, no me apetecía en absoluto ir a esa fiesta sin conocer a nadie.

-          ¡Iremos juntas! ¡Necesito un vestido!

Comieron en un pequeño pub del SoHo, la pareja griega, Jamie, Lauren y ella. Se sentía un poco fuera de lugar. Era agradable tener aquella compañía, pero echaba de menos extrañamente a Christopher.

Después, Holly y ella recorrieron las tiendas más exclusivas de la zona en busca de un vestido para aquella noche.

-          ¿Qué quieres ponerte esta noche?

En realidad, se avergonzaba de decir que no había pensado en su aspecto en absoluto. No tenía intención de llamar la atención entre aquellas personas a las que siempre había aborrecido.

-          Sólo quiero algo que quede bien con unos pendientes que me ha regalado Christos.- se sorprendió pensando en voz alta.

Christopher esperaba impaciente apoyado contra la limusina negra que había alquilado para la ocasión.

Hacía unas horas, Neo le había llamado para contarle que Kassia había insistido en que la pareja pasara su estancia en Nueva York alojados en su apartamento, por lo que no se sorprendió al verlos bajar hacia él. Sus ojos sólo podían seguir la despampanante figura de Kassia junto a ellos.

Theos...

Oyó a Neo y Holly reír, seguramente del gesto asombrado de su rostro, pero tampoco prestó atención, sólo se acercó a ella y tomó su mano para posarla sobre el brazo.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora