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-          ¡Kassia!

Rio, encantada, al entrar en la redacción del Queen's Tribune y ver a George Mills corretear hacia ella. Le abrazó con fuerza.

-          ¡Kassia Afrodakis!- exclamó con una risita- No me lo puedo creer.

George había sido el primer hombre con el que había salido después de Christos. Eran compañeros de clase en la facultad y se mostraba tan amable con ella que pensó que funcionaría. Era guapo, listo y la entendía perfectamente, y su relación duró casi dos años. Pero se equivocaba, nunca funcionaría.

A pesar de cómo la había tratado después de aquella noche, seguía teniendo a Christopher Afrodakis clavado en su cabeza, demasiado profundo para que alguien como George le hiciera olvidarlo. Al final, tuvo que contarle que seguía enamorada de otro hombre, cosa que él aceptó con elegante deportividad.

Continuaron siendo amigos, y cuando a ambos los contrataron en el Queen's Tribune y George se casó con Jollie, otra compañera, esa amistad se afianzó y el mínimo resentimiento que él guardaba por su fallada relación desapareció.

-          Cuando una de mis fuentes me lo dijo creía que estaba bromeando, o que se había vuelto loco, pero luego el jefe lo confirmó y casi me da un infarto.

Se rio cuando George hizo amago de desmayo.

-          No exageres- le dio un golpe en el hombro- ¿Qué tal están Jollie y los gemelos?

-          Aún recuperándose, fue un parto largo.

Asintió. Pero un pinchazo de envidia le pinchó el vientre, como recordándole que ahí no había nada. A ella siempre le habían gustado los niños, pero sabía que para Christopher era una obligación, y temía que después de conseguir ese heredero que tanto necesitaba, dejara de interesarle como esposa, o fuera ese padre ausente con el que se habían criado la mayoría de los hijos de las altas esferas, él incluido.

-          ¡¿Dónde está mi redactora favorita?!

Hubiera reconocido la grave y estridente voz de su jefe, Rick Hollande, en cualquier parte del mundo.

Llevaba allí trabajando desde hacía tres años, antes incluso de terminar la universidad, y aún no se acostumbraba a aquel tono de voz demasiado alto para resultar agradable.

Le saludó con una sonrisa, estrechando su mano mientras sus ojos prestaban atención al caro anillo de boda que adornaba su dedo, como si fuera la prueba definitiva de su casamiento.

-          El matrimonio te sienta bien.- dijo finalmente.

-          ¡En las fotos de la boda sales preciosa!- intervino otra compañera a lo lejos.

-          ¿Qué fotos?

Extrañado, George le tendió varias revistas de la prensa rosa.

Su boda era portada en todas ellas. Se sentó en una silla libre frente a la mesa de su compañero y repasó rápidamente cada artículo que los mencionaba.

Realmente, Christos debería estar contento, pensó al darse cuenta de que parecían las típicas fotografías de una pareja enamorada: los novios bailando con una sonrisa, él alzándola en brazos en su primer beso de casados, incluso había instantáneas de ella hablando animadamente con su madre y Pappoús Bastiaan.

En todas ellas sus ojos brillaban y lucía una inmensa sonrisa, como si fuera una boda auténtica y no sólo un acuerdo cuasi comercial. Parecía tan enamor...

No, no debía pensarlo, si no aquella idea que le rondaba la cabeza se haría realidad.

En el momento en que ojeaba la última foto, una de su primer baile donde ella le observaba completamente embelesada, oyó los suspiros de sorpresa a su alrededor y alzó la mirada hacia la discreta entrada de la redacción, donde una figura alta y esbelta avanzaba hacia su posición.

-          ¡Christopher Afrodakis!- exclamó con regodeo su jefe, estrechando su mano al llegar a su altura.

-          Hollande...

No podía acostumbrarse a su increíble atractivo.

-          Christos, él es George Mills- le presentó a su compañero mientras agarraba su mano.

Él volvió a estrechar la mano que le ofrecían, pero aquella vez lo hizo con una mueca de disgusto que no llegó a entender.

-          Es un placer conocerlo, ¿algún día me concederá una entrevista?

Nunca se iba por las ramas.

Esbozó una sonrisa de suficiencia, apretándose un poco más a su marido, que la estrechó con un brazo alrededor de la cintura.

-          Si le concede a alguien una entrevista, so aprovechado, será a mí.- contestó.

Ambos rieron, seguidos de su jefe, pero en los ojos marinos de Christopher se reflejaba una frialdad e incomodidad que aquella misma mañana había creído desaparecer para siempre mientras la acariciaba.

Se habían despedido y salido de la redacción cuando ella volteó hacia él para preguntar:

-          ¿Cómo sabías que estaba aquí?

Christos señaló con un discreto gesto a dos hombres de negro apostados frente a la puerta.

-          ¡¿Tienes a gente siguiéndome?!- exclamó ella.

La observó en silencio unos segundos mientras la llevaba suavemente hacia su BMW aparcado al otro lado de la calle. Parecía completamente indignada.

-          Gynaika, eres la nieta de un hombre muy rico, y la esposa de otro hombre aún más rico, eres un blanco fácil.

-          ¿Insinúas que esos dos matones van a estar siguiéndome a todas horas?- preguntó al entrar en el vehículo a su lado.

Arrancó el motor alemán con una media sonrisa. A veces era tan ingenua como una cría pequeña.

-          Andreus y Rick llevan a tu lado desde que viniste a Grecia conmigo.

En realidad, durante aquellos cinco años que había pasado alejada de él, un investigador privado se había dedicado en exclusiva a conseguir toda la información que ahora yacía guardada en el escritorio del despacho de su casa, por lo que podría decirse que nunca había estado sola.

-          ¡Estarás de broma!

-          Kassia, sólo están ahí para protegerte.- dijo suavemente.

Recorrió los últimos metros hasta su apartamento y aparcó en el garaje subterráneo mientras oía a su esposa musitar palabras incomprensibles. Subieron en el ascensor en silencio hasta el último piso, donde un hombre alto y delgado les esperaba apostado tras la puerta.

-          ¡Enana!

Esperó que Kassia se lanzara a los brazos que su hermano le tendía con una gran sonrisa, sin embargo, se acercó a él lentamente y, de un rápido movimiento, le cruzó la cara con un sonoro bofetón.

Jamie cruzó una mirada confusa con él, como si esperara una explicación por su parte. Pero estaba igual de sorprendido.

-          ¡¿Pero eso a qué viene?!- exclamó su cuñado, frotándose repetidamente la mejilla colorada- Salgo de la cárcel y tú me pegas sin venir a cuento.

-          ¡Sales con mi mejor amiga y no se te ocurre decírmelo, imbécil!

El rostro de Jamie se tiñó de grana, avergonzado de la acusación de su hermana mayor, que se plantó ante él con una mirada fiera y los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho.

Iba a ser una madre perfecta para sus hijos.

-          Si sé que vas a atacar a mi cliente le dejo a buen recaudo en prisión.- intervino con una media sonrisa.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora