7.

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Christos se encerró en su inmensa habitación del ala este y tomó el teléfono para contactar con Jason, su asesor personal.

-          Mándame por fax todo lo que encuentres del caso de Jamie Neville.

-          ¿El chico que intentó matar a Ryan Jones, el propietario de la mayor discográfica del País?

-          Ese mismo.- bufó por lo bajo.

Ese chaval se había metido en un buen lío. Y casi podría llegar a agradecérselo. Por fin Kassia había vuelto. Y pagaría por cada minuto de vergüenza y furia que había causado en su vida.

-          Dime que no vas a representarlo.

-          No va a hacer falta ir a juicio.

-          ¿Qué pretendes hacer?- le oyó preguntar.

Casi pudo imaginarse su ceño fruncido y sus labios estrechándose en una fina línea de descontento.

-          Ya veremos.- se limitó a contestar con una media sonrisa.

-          No me gusta este asunto, Christopher, ¿a qué viene este interés por un pobre muchacho con envidia a las altas esferas?

Tomó aire lentamente.

-          Su hermana es la chica que estaba ayer en el despacho.

-          Oooh, ya entiendo.- contestó Jason con una risotada.- Te ha dado algo a lo que no podías resistirte, ehh.- Christo contuvo el aliento para no gritar.- Te entiendo. Una mujer tan... bien dotada es difícil de ignorar.

-          Espero, Jason, que de ahora en adelante le muestres un poco más de respeto a mi prometida.

Le oyó jadear con brusquedad.

-          ¿Tú? ¿prometido? ¿es una broma?

-          Mándame esos documentos, Jason.- terminó por decir.

Dejó el teléfono en el despacho contiguo a su habitación, a la que estaba comunicada, y se deshizo de la ropa, dispuesto a darse un largo y relajante baño.

-          Christos.- oyó tras la puerta.

Envolvió una toalla alrededor de su cintura.

-          Pasa.

Julliana se hizo sitio dentro del cuarto con una media sonrisa.

-          ¿Vienes a echarme la bronca de nuevo?

-          Christos, ¿por qué la has traído?- preguntó suavemente, pasando la mano fría por su mejilla.

Inclinó el rostro hacia ella, hacia sus ojos cansados y sabios y su gesto maternal. Julliana había sido su pilar desde niño, la mujer que le había guiado y criado. La madre que nunca había tenido. La contraposición de la que biológicamente le había engendrado, una persona egoísta y arrogante, incapaz de entender cualquier sentimiento ajeno. Al igual que él.

-          Seguimos prometidos, es normal que la quiera a mi lado.

-          Ella no es feliz aquí.

Evitó su mirada reprobatoria. Kassia era suya. Y Grecia era ahora su hogar.

-          Se acostumbrará.- dijo con frialdad, dando media vuelta para entrar en el baño.

Diez minutos después, ató de nuevo la toalla a su cadera húmeda a tiempo de escuchar dos leves toques en su puerta.

-          ¿Qué pasa ahora, Julli?- preguntó con un bufido.

Esperó encontrarse con su mirada de censura, sin embargo, un juvenil pero igualmente infeliz rostro  le sorprendió en el umbral de su habitación. Como si todavía fuera un adolescente, sus propias hormonas reaccionaron ante su presencia, a pocos metros de su cama, enfundada en un ligero vestido veraniego de un blanco impoluto que se adaptaba a sus curvas como un guante.

Siguió su mirada cuando ésta se deslizó por su piel desnuda como una caricia, apartando después los ojos al reparar en la escasez de ropa.

-          Volveré en otro momento.

Su voz, leve pero firme, envió llamaradas de deseo por cada poro del cuerpo.

-          ¿Por qué te haces ahora la recatada conmigo?- preguntó, divertido.- Ya me has visto desnudo, agapi mou.

-          Fue una vez, hace muchísimo tiempo, y ni siquiera me acuerdo.

Kassia dirigió la fuerza de su mirada prácticamente azabache hacia él, como si quisiera verificar sus palabras.

-          ¿Quieres que te lo recuerde?

La cogió del brazo y, de un tirón algo brusco, la metió en la habitación, cerrando la puerta con el talón.

-          Suéltame, Afrodakis.

-          Anoche no parecías tan reacia...- susurró, seductor, detrás de su oreja.

-          No voy a acostarme contigo.

Sonaba tan segura que Christopher casi lo creyó. Casi.

-          ¿En serio?

Se desplazó a su espalda para envolver el brazo alrededor de su cintura.

-          ¡Me has traído aquí a la fuerza, ¿qué más quieres de mí?!- estalló, revolviéndose en su abrazo.- ¡¿También me vas a obligar a esto?!

Soltó inmediatamente su agarre.

-          No voy a obligarte a nada, Kassia, cuando pase, pasará porque vengas a mí voluntariamente.

Cruzó los brazos sobre el pecho al verla bufar, con las mejillas rojas de ira y vergüenza.

-          Me has humillado dos veces, Christopher Afrodakis, no dejaré que haya una tercera.

Y, con esas palabras, salió dejando tras de sí un fuerte portazo.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora