13.

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Todavía lo recordaba todo como si hubiese sido ayer...

Una mañana de junio, una inesperada llamada en el pequeño apartamento donde vivía con su madre y Jamie alborotó su vida. Su madre, Dionne, se echó a llorar al escuchar la voz de su padre después de tantos años sin tener ningún tipo de contacto y habló con él durante un buen rato entre sollozos antes de pasarle el teléfono con una mirada atemorizada. La conversación que mantuvo con su abuelo fue amable pero cauta y, para concluirla, la invitó, aunque más bien parecía una orden, a pasar en Grecia con ellos las vacaciones antes de empezar la Universidad. La invitación no parecía incluir a Dionne, y Jamie tenía que acudir a sus clases de verano, por lo que dos días después de la misteriosa llamada, Kassia cogió un vuelo a Grecia en solitario.

Después de revolotear, perdida, durante casi una hora por la terminal, el propio Dante Niniadis acudió a su rescate y la llevó a la inmensa mansión de la familia a las afueras de Atenas.

Un par de días después apareció él. Su abuelo fue a buscarla a la enorme piscina olímpica del jardín, acompañado de un chico increíblemente atractivo. Recordaba el brusco tirón de su estómago cuando lo vio de cerca, tenía unos preciosos ojos azules y un cuerpo de infarto.

Realmente se comportó como una boba, pero Christopher fue increíblemente amable con ella y se ofreció a enseñarle la ciudad. En esas excursiones fue cuando la enamoró total y perdidamente como la adolescente que era. Era tan guapo y encantador, todo un seductor, que no pudo evitar quererle cada día más, mirarle embelesada cuando hablaba, con ese divertido acento; observarle como una loca peligrosa cuando se bañaba en las pequeñas caletas que la llevó a visitar; reír con cada frase que pronunciaba, por simple que fuera.

Abrió los ojos con brusquedad al llegar a la parte de la historia en la que hacía el ridículo más espantoso pronunciando unas palabras que nunca debieron salir de sus labios. A partir de ahí se desencadenó la tormenta.

Sabía que para él llevarla de paseo era una obligación impuesta por su abuelo, y que la noche que pasaron juntos fue por simple entretenimiento.

Y, cinco años después, volvía a aquel infierno. Otra vez la sacaría por obligación, él ya lo había dejado claro "necesitaba una esposa", no "quería una esposa". Sería su juguetito una vez más y se odiaba por ello.

-          Si no hubiera empezado con lo de Jones...- musitó para sí, tapándose automáticamente la boca con la mano.

No, no debía decirlo en voz alta, nadie debía saberlo.

Su nuevo teléfono móvil de aspecto aeroespacial sonó con estruendo, sacándola de sus ensoñaciones. Lo cogió con un gruñido.

-          ¿Sí?

-          Kassia, querida, deja de esconderte en tu habitación y baja a desayunar-le oyó decir por la otra línea con socarronería- Julli y el servicio se estarán preguntando por qué no dejas de huir de tu encantador futuro marido.

-          No huyo de ti, engreído.

-          ¿Por qué no bajas a la terraza y lo discutimos, gynaika?

Lanzó el teléfono sobre la cama, se quitó la camisa de él que aún llevaba encima y se puso unos cortísimos pantalones de deporte y un top que dejaba a la vista su estómago.

En la terraza la esperaba Christos, tal y como había dicho, leyendo entretenidamente la prensa de la mañana mientras bebía café de una gran taza. Alzó sus penetrantes ojos marinos cuando la oyó llegar.

-          Mando que hagan para ti decenas de prendas preciosas y delicadas y te pones eso.- se quejó, señalándola con la mano del periódico.

Ignoró su comentario y se untó generosamente una tostada, llevándosela a los labios con brusquedad deliberada. Siempre se molestaba cuando no era la tierna muñequita que quería que fuera.

-          Tienes que acompañarme después de desayunar.

Levantó la mirada hacia él de nuevo.

-          ¿Adónde?- preguntó con cautela.

Christopher sonrió de medio lado con una increíble sensualidad.

-          De vuelta a mi cama, por supuesto.

-          ¡Eres un...

Su cascada de blasfemias se frenó antes incluso de empezar cuando él se echó a reír, divertido.

-          Tranquila, fiera, es a otro sitio.- se apresuró a desmentir- Pero ambos sabemos que acabará ocurriendo, no puedes ser siempre tan fría conmigo.

Una corriente cálida se instauró en su estómago mientras su mente repasaba una a una las imágenes de la noche del yate. ¿Qué narices le ocurría con ese narcisista idiota?

La observaba con curiosidad. Tenía aquellos enormes ojos negros perdidos en algún punto del vacío, como si tratara de recordar algo importante. Era preciosa. Una fierecilla hermosa.

-          Venga, vístete decentemente, que en diez minutos salimos.

-          ¿Acaso no sé vestirme?- replicó, con ojos llameantes.

-          Siempre puedes pedirme ayuda.

Sin contestación, se levantó y desapareció una vez más, con sus largos rizos caoba brincando sobre la cabeza.

Transcurrido el tiempo establecido, Kassia caminaba delante de él vestida con una falda de tubo y una blusa, desde luego más adecuadamente de lo que podría esperar, hacia el coche aparcado en la puerta.

-          Pareces una secretaria sexy.

Arrancó con un ronroneo y los puso en marcha hacia Atenas.

-          ¿También te ponen las secretarias?- bufó su semigriega- Creía que te limitabas a modelos descerebradas y azafatas.

-          Modelos descerebradas, azafatas y pequeñas neoyorkinas con muy mala leche.

-          Yo no soy pequeña.

La observó de refilón. Tenía las manos fuertemente apretadas contra la falda y una expresión iracunda en el rostro.

-          Nadie ha dicho que me refiera a ti.

Su enfado pareció aumentar de nivel, lo que le hizo sonreír una vez más. Era tan susceptible y orgullosa.

-          Pero sí que eres pequeña.- terminó, divertido.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora