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Christopher la obligó a levantarse a las seis de la mañana y se mostró inflexible a pesar de sus quejas. Se encargó de que les prepararan las maletas y les llevaran al aeropuerto mientras ella se arrastraba tras de él con los ojos entrecerrados de sueño.

-          ¿Adónde me llevas?

-          En unas veinte horas lo sabrás.- contestó él con calma.

¡¿Veinte horas?! Si trazaba un radio de la distancia equivalente a veinte horas de vuelo, le daban demasiados destinos posibles, por lo que prefirió cerrar los ojos y dejarse llevar. Era inútil discutir con su marido.

Cuando despertó, lo hizo en el cómodo asiento de cuero beige del avión privado de Christopher, con éste sentado frente a ella mirando con un gesto de concentración casi cómico la pantalla de su ordenador.
Tenía una fina manta de algodón echada sobre los hombros que la cubría por completo, y agradeció poder acurrucarse bajo ella al notar en el rostro el frío aire acondicionado.

-          ¿Queda mucho?- musitó con la voz pastosa.

Christos alzó la mirada del portátil para echar un vistazo al carísimo reloj de su muñeca.

-          En una hora habremos aterrizado.

-          ¡¿He dormido veinte horas?!- exclamó, poniéndose en pie de un salto.

-          Dieciocho y media para ser exactos.

Él esbozó una media sonrisa de superioridad, dejando el ordenador a un lado para estirar sus largas piernas enfundadas en unos vaqueros oscuros.

-          Si sé que vas a ser como una marmota escojo el modelo de avión con dormitorio incluido.

-          Si tuvieras una cama a tu alcance, dudo que me dejaras dormir- contestó con las mejillas al rojo vivo ante sus carcajadas.

-          Puedo adaptarme a otras superficies.

Sus ojos brillaron con una mezcla de diversión y pasión que la encendió por dentro.

-          Pero no hay puerta.

-          ¿Y para qué quiero una puerta?- le oyó preguntar mientras observaba con fingido interés las puntas redondeadas de sus zapatos.

-          Pues para que no te vea nadie.

Su marido se echó a reír con ganas, atrapando su mano para tirar de ella y sentarla sobre sus rodillas mientras pulsaba un botón del asiento. Al instante, la femenina voz de la azafata se oyó en su compartimento.

-          ¿Necesitan algo?

-          La Señora Afrodakis y yo queremos un rato de intimidad, Johanna.- contestó él con una sonrisa socarrona.

-          Por supuesto, Señor, les avisaremos cuando vayamos a tomar tierra.

Sentía que su cara ardía de vergüenza.

-          ¡Christos!- aulló, golpeando su pecho.

-          Vamos, agapi mou, empecemos con nuestra luna de miel.

Ella misma oyó el ridículo suspiro que escapó de sus labios cuando Christopher se inclinó hacia ella para procurarle un largo y apasionado beso que le hizo olvidar todas sus reticencias iniciales.

Con una renovada energía, enganchó las manos en su nuca y tiró de él para acercarlo más a su caliente necesidad.
Con sólo el ronroneo de los motores y el leve sonido de sus suspiros, Christos la puso en pie frente a él para, con demasiada calma, desabrochar uno a uno los botones de su blusa, bajar la cremallera de su falda y dejar que todo ello cayera al suelo  con un leve silbido. Ya no hizo amago de taparse como en su noche de bodas, sino que se inclinó para deshacerse de la ropa de él ante su atenta mirada.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora