Capítulo XXXII: La gota que derramó el vaso.

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Caminaba por los pasillos de Melbourne hasta el salón de literatura. Maggie me seguía debido a nuestra clase compartida, por lo que la escuchaba hablar sobre la práctica que tendría dentro de dos días y cuán emocionada estaba por jugar su primer partido de fútbol, sin mencionar los nervios que tal vez conducirían al vómito de novatez.

―No puede ser tan malo, Maggs ―Acomodé la mochila en mis dos hombros, entrando por la puerta sin parar de hablar―. No te seleccionaron como jugador de banco, ¿no es así? Maloney confía en ti lo suficiente para colocarte de una vez como elemento del campo. Todo estará bien ―Coloqué el bolso en el pupitre, arrastrando la silla hacia atrás mientras mi castaña amiga se tiraba en su puesto a mi lado, suspirando mientras pegaba su rostro con la madera de la mesa estirando los brazos en una crisis existencial.

―Es que ―La muchacha pareció vacilar un momento, suspirando―. Ayer mi torpeza fue extrema ―Comunicó, irguiéndose en la silla antes de morder su labio inferior, jugueteando con los dedos. En realidad lucía bastante nerviosa―. Maloney me llamó la atención tres veces porque estaba idiotizada, lo cual es tremendamente molesto ya que ni siquiera con Cameron me pasó tal cosa.

Mis cejas se alzaron, esperando lo peor. Mi rostro tal vez lo demostró, arrugado y con el labio jalado hacia un extremo, apretando los dientes como si estuviese a punto de explotar una bomba justo en frente de mi nariz.

Margaret suspiró, con sus manos al frente―: Está este jugador en el equipo ―Oh, oh―. Hace poco comenzamos a hablar y nos hacemos amigos minuto a minuto ―Me observó a los ojos. Sabía cuán serio era el asunto si la chica no apartaba sus orbes de mi cara, mucho más cuando estrujaba de esa forma los dedos en su regazo―. Me quiero convencer de que esto no me llevará a ningún lado, porque él es problemas y seguro se trata de un error como lo que sucedió con mi antiguo novio. Me hizo reír luego de verme desanimada ayer y me invitó a un café, Aileen ―Susurró, acercándose más a mí como si estuviese a punto de soltar información preciada―. Ayer tropecé tres veces, observándolo saltar neumáticos mientras reía con Harry...

Abrí mis ojos, sorprendida, cuando el profesor entró y privó cualquier palabra que estuviese a punto de salir de mi boca.

«¡Mierda!» encabezaba gran parte de la lista.

―Buen día, clase.

―Buen día, profesor ―Todos observamos cómo nuestro saludo se eclipsó por el de Styles, quien estaba parado detrás del señor Ferguson en la entrada del salón, con una sonrisa que hizo reír estúpidamente a muchas chicas del fondo mientras generaba murmureos hormonales.

―Un minuto de retraso, señor Styles.

―O quizás usted tuvo un minuto adelantado, profesor. ―Caminó por la hilera de pupitres impartidos, antes de arrojar su bolso al suelo y tirarse desenvuelto en el pupitre, sonriéndole a su compañera de puesto. Ferguson se quedó parado durante unos segundos, observándolo con las cejas alzadas en sorpresa cuando sus ojos se trasladaron hasta mí y de repente estaba siendo analizada por el hombre en cuestión, como si pudiese saber lo que había pasado ayer en la piscina.

¿Qué carajos?

―¿Alguien leyó Una abeja en aguas profundas? ―El maestro caminó hasta su escritorio, colocando su maletín en el puesto acostumbrado mientras prestaba atención a la clase por encima de sus anteojos y yo sacaba mi cuaderno de apuntes. Unas cinco manos se levantaron, incluyendo la mía, cuando el rubio rodó los ojos y negó con la cabeza, agarrando un marcador de pizarra―. Siendo ustedes me apresuraría con esa lectura, porque el jueves encargaré un trabajo en aula que valdrá el quince por ciento de su nota final ―Escribió el título del libro en el pizarrón antes de encararnos nuevamente―. Las personas que contesten hoy mis preguntas tendrán diez puntos acumulados. ―Varias quejas se escucharon después de eso pero, oye, si tan solo hubiesen leído el libro...

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