Capítulo XXXIV: Desastre tangible.

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―¿Estás segura de que estas cosas funcionan?

No quería sonar horrorizada por el asunto, pero la verdad es que lo estaba, y mucho. Empezando porque Sarah se cansó de verme sin un hombre al lado (no era que lo necesitara, de todas formas) o porque le había llegado una nueva colección de flequillos falsos y decidió que uno de ellos lucía exactamente igual al color de mi cabello, el verme con éste vestido rojo un sábado por la noche me estaba aterrorizando.

―¡Por supuesto que sí, cariño! La he usado un montón de veces.

Desde luego, lo había hecho. La gente solía preguntarle cómo podía tener tan increíble corte durante la academia, en día laboral, completamente ajenos de la existencia de la “llama ahora y te otorgaremos uno gratis. ¡Y si marcas justo ahora, te regalaremos tres por el precio de uno!” mierda con la que te llenaba la televisión.

Simples creyentes de la magia… o de que el planeta es plano.

―Pero no creo que luzcan bien en mí. Además, ¿q-qué es esto? ―Señalé con un resoplido la etiqueta con el logo de la marca que, muy inteligentemente, estaba colgando desde una orilla por la parte trasera del flequillo, justo entre los tres ganchos ubicados estratégicamente para sujetarse al cabello. Allí, como una plenamente recóndita inscripción, blancuzca como la cal entre un montón de cabello oscuro.

Para un look natural, por supuesto.

―La etiqueta no se verá si sabemos expandir el pelo, Pukie. ―Fue Mags la que, con un movimiento de mano, me sonrió con confianza antes de que Sarah termine de plancharme el cabello para quedar plenamente liso.

No era mi culpa que el liso de mi cabello natural no cumpliese las expectativas.

―Ni siquiera tengo idea de lo que hablaré con el chico ―Gimoteé por decimoquinta vez en lo que llevamos de tres horas, lo cual era bastante poco en balance con los resultados estándar―. Esto es sinceramente una estupidez, y no tiene un punto en concreto.

―Los bolsillos falsos en los pantalones femeninos no tienen un punto en concreto y de todas formas siguen haciéndolos en las malditas fábricas, así que te mantienes quieta y esperas a que termine contigo.

Sarah daba miedo.

Pero en eso no coincidíamos: por supuesto que tenían un punto en concreto. La misoginia era terrible y definitivamente tenía que ser interrumpida, pero no podíamos olvidarnos de la real injusticia contra el género femenino: los bolsillos falsos en los pantalones de una dama sí tenían una razón de ser. Hacer ese truco de magia tan conocido en el que dinero comienza a desaparecer “mágicamente” de tu bolsillo. Luego le preguntabas a las fábricas de carteras a dónde había ido toda la fortuna, y ellos sencillamente silbaban la quinta sinfonía de Beethoven encogiéndose de hombros como si nada.

Claro que no planeaba morir por contradecir en momentos difíciles a mi amiga.

―Creo que deberían ponerle un poco de colorete. ―Sugirió mi prima entonces, mirándome con una sonrisa mientras analizaba mi vestimenta con parsimonia. Escuché los clips en mi cabeza, y sentí los dedos suaves de Sarah acomodado poco a poco el flequillo para que quede perfectamente posicionado. Maggie sacó del clóset unas sandalias con tacón de aguja, y yo no pude ayudarme a mí misma. Mis ojos se abrieron como platos, señalando a la «cosa maldita».

―¡No, no y no!

―Por favor, lucirían preciosos en tus pies. Eres pálida y el negro sería matador.

―¡Me sentiría como un jodido cadáver! ―No me había dado cuenta de cuán rápido realmente me había movido hasta la cama grande, pero las veía con cara de que eran unos leones y estaban a punto de lanzarse sobre mí para devorarme con sus dientes filosos. Yo, en cambio, era la pobre gacela en busca de una salida de emergencia―. Saben que la agilidad no es precisamente mi virtud, y si me subo en una de esas cosas terminaré precisamente como un difunto así que no, no y concluyentemente no. Me rehúso. ―Eché una mirada desdeñosa a las torre Eiffel en las que me querían montar esas tres, y me cubrí el cuerpo con mis brazos respirando por la boca con expresión seria.

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