Capítulo LXXVI: Sin protegerte de la felicidad.

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Gemma Styles estaba en frente de mí.

Me incorporé pausadamente en el asiento con un gesto perplejo. ―¿Cómo te enteraste? ―Pretendí que la duda no surgiera como una indiscreción descortés, porque ese no era el porqué de la pregunta. Tenía miedo de que la noticia se haya divulgado por toda la academia de Melbourne como la cólera.

―Harry ―dijo, aproximándose―. Mi hermano me dijo.

Sentí comezón en el costado derecho del cuello, descarriando la mirada hasta una señora que tenía su mano enlazada con la de un crío de cabello dorado antes de volver a conectar mis ojos con los suyos. ―¿Está aquí? Tu hermano. ―Hice una paro con la intención de precisar al sujeto, como si la contestación no fuese de vital importancia.

―Está estacionando el auto.

Justo al concluir la frase, pisadas tan rimbombantes como el galope de un caballo resonaron en el relumbrante suelo. Otra persona corriendo hasta nuestro encuentro, solo que esta vez tenía un par de ojos verdes y una mata de rizos sedosos cual terciopelo. Harry Styles frenó en seco cuando quedó a un metro de distancia, y cuando sus ojos coincidieron con los míos no se necesitó de más palabras. Ambos sabíamos. El mismo chubasco que se derrumbaba sobre mis hombros caía sobre los suyos, aquel que nos impulsó a arrancar hasta la tibieza del otro y descansar sobre la sensación como si fuese el fin del mundo tal como lo conocemos.

Sus brazos me ciñeron con dureza, como si temiese que me hunda entre su cuerpo y me esfume en el aire corrompido por el antiséptico, cuando la pesadilla se transformó en realidad y el lamento de mi garganta destrozó el camino con una velocidad envidiable. Inició como un sofoco de sorpresa y terminó como la corriente de un caudal, drenando todo el llanto que había retenido sobre la camisa de algodón de Harry.

No susurraba palabras de consolación en mi oído, pero sujetaba mi figura contra su cuerpo para no ceder en medio del descontrol y se cercioraba de transmitirme la fuerza que carecía mi espíritu en este momento.

Cometió el error de mover la mano hasta mi pelo, advirtiendo a mis piernas sucumbir ante el peso de mi cuerpo cuando ambos comenzamos a caer hasta el suelo sin que el pensamiento de abandonarme cruce por su cabeza. Los ojos imprudentes ardían sobre mi piel con la atención indeseada, pero nadie formulaba preguntas redundantes porque era una verdad mundialmente reconocida que cualquier persona en el departamento de emergencias nunca estaba allí por una buena razón, excepto, quizás, un embarazo.

La palabra me hizo encoger.

Buen Dios. ¿Qué si Sarah estaba ovulando? Todas las inquietudes de un posible bebé se desplomaron encima de mi cuerpo como un millón de cerdos. ¿Optaría por un aborto? Un cerdo más. ¿Lo criaría como madre soltera? Dos cerdos más, y llegó el tercero cuando consideré que probablemente lo tendría para darlo en adopción.

Detén al caballo, Parker. Aún no está confirmado.

Aparté mi cuerpo lo suficiente para musitar. ―Pensé que no vendrías.

―Tenía que estar aquí ―dijo, desplazando sus esmeraldas de un ojo a otro para andar a caza de alguna emoción de mi parte―. Al menos una vez. ―Sus dedos se tomaron la libertad de enjuagar las lágrimas de mis pómulos, con una sonrisa alentadora entre las nubes grises de la tempestad.

Tenía tantas preguntas, pero no era el lugar ni el momento indicado.

Harry levantó la barbilla sin soltar el aferramiento entre nuestra enlazadura para observar algo a mi espalda. Decidí voltear la cabeza para verificar el objeto de su interés, cuando noté que Niall estaba contemplando al muchacho con una sonrisa suave y un sándwich envuelto con el papel característico de Subway.

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