Capítulo LVII: Entendimientos y descubrimientos.

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Beep. Beep. Beep. Beep. Crash.

―Ugh. ―Con suerte, el despertador permanecería con vida.

Giré en la cama, acomodando la frazada sobre mi cabeza. Necesitaba levantarme, vestirme y ser una persona. Pero todo lo que quería hacer era permanecer en la cama y ser una patata. Mi cerebro seguía dormido.

Fatal Frame llegó como una imprecisa vislumbre. Recordé que la noche anterior jugué el videojuego en la sala con Harry, devorando el paquete de Haribo y comprando soda sabor a chicle azul. La secudida infrecuente en mi estómago me decía que ciertamente había pasado un buen rato; el conocimiento abrió mis ojos de rebato, con el pulso a millón.

¡Es jueves!

―Demonios. ―Me incorporé, tirando la manta a un lado. Harry aparecería dentro de treinta minutos y mi aliento semejaba al de un ogro. Para mejorar mi mañana, la puerta del baño tenía cerrojo―. ¿Señorita Myers? ―Estaba cantando alguna canción de su época, muy vocinglera como para escuchar―. ¿Señorita Myers? ―Intenté nuevamente, tocando con mis nudillos. Nada. Estaba haciendo el asunto de «soy de palo, tengo orejas de pescado» conmigo.

Si tuviese un brazalete de la amistad, no te lo daría, pensé malhumorada.

Probé con la puerta de la alcoba de mis padres y nadie contestó. Me aseé en el baño de ellos, calculando que mi padre seguramente se fue hace tres horas a trabajar y mi madre estaba viendo televisión en la planta baja. ―Buenos días.

―Buenos días, cariño. ―Mamá volteó la cabeza por encima del hombro, y me sonrió cálidamente. A ella también le perjudicaba observar mis moretones―. ¿Te sientes bien? ¿Te duele la pierna? No deberías estar caminando tanto.

Inconscientemente di un paso atrás. ―Estoy perfectamente bien.

―¿Tienes hambre?

―No te preocupes ―dije, deseando sosegar su exaltación―. Harry viene a buscarme dentro de unos minutos y vamos por allí. Lo más probable es que hagamos una parada para comer en algún sitio.

Irónicamente, la bocina del auto sonó en la parte exterior. ―¿Es una cita?

―No. ―Me apresuré en contestar. Esa misma incertidumbre me hostigó durante los minutos que intentaba conciliar el sueño, sin llegar a una conclusión tangente o grata. No podía ser una cita, coreaba cada cinco segundos. La última que tuve resultó una catástrofe y no estaba en condiciones de salir de tal manera con una persona en un momento crucial, mucho menos con mi reciente amistad renovada―. Es una salida para respirar aire libre, según Harry. ―Arrugué la nariz. Sonaba más ridículo cuando lo decía en voz alta.

Ella pareció titubear. ―Acerca de eso, debo hablar con él. ―Ofelia y Butter Bettis nos tenían a la mira, ondeando sus colas en silencio cuando mordí mi labio inferior y asentí. No había modo de que fuera a decirle que no era necesario. La seguí de cerca, escuchando atentamente a su retaíla de observaciones: no debía estar bajo el sol por mucho tiempo, ni podía correr una maratón en Nueva York, y debía mantener mi pierna prácticamente inmóvil. Sabía al dedillo cada pormenor, pero no podía permanecer un segundo más en mi casa―. Creo que eso es todo. Cuídense, chicos.

―Está en buenas manos. ―El castaño sonrió de medio lado, sacudiendo la mano. Los rulos de su frente estaban arrastrados por una gorra hacia atrás, vistiendo una camisa de rayas blancas y grises. Se veía agraciado... Supongo.

―¿A dónde vamos? ―pregunté, abrochando el cinturón.

―Al supermercado.

―¿Al supermercado?

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