Capítulo LXXXIV: Estatua de Melbourne.

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Mañana viajábamos a Holanda.

Los estudiantes de último año estaban aguijoneados con los preparativos del viaje, pero al mismo tiempo estaban a un segundo de saltar de felicidad. Era tanta la algarabía en los dormitorios, que los demás estudiantes vigilaban a los de último año como extraterrestres en planificación de la supremacía global. Y la verdad, no estaba tan lejos de la realidad. Paz fue a la tienda a comprar crema anti mosquitos mientras que Gwen estaba en la habitación para trocar un envase de protector solar y Zayn estaba buscando la bufanda que Sarah le iba a facilitar para el frío del invierno.

Todos nos ocupábamos de una tarea en especial, moviéndonos como hormigas en trabajo para andar sobre aviso por la mañana. Y se preguntarán, ¿cuál era mi tarea? Una muy importante, absolutamente imprescindible y que enfundaba de terror a los viajeros menos audaces: ayudar a Maggie «no encuentro mi pasaporte en ningún lugar de la habitación» Osborn.

―Joder, Maggie. ―Eché un vistazo debajo de su cama por segunda vez solo para estar segura de que estábamos jodidas―. ¿Dónde lo dejaste la última vez?

Maggs refunfuñó. Fue despertada en la mañana por la madrugadora del grupo y si bien estábamos libres hasta enero, tampoco era muy devota del trabajo imprevisto. ―Oh, lo dejé en mi estantería a cien metros del buró y ligeramente inclinado hacia la ventana para que reciba la claridad matutina de los rayos del sol.

―Cuidado me muerdes, reina del sarcasmo. ―Le saqué la lengua, rodando los ojos cuando proseguí con la búsqueda entre los cajones―. Lo que quiero decir es que quizá recuerdas la última imagen que tienes de él. Podría ser útil.

Estaba a punto de soltar otro comentario mordaz pero se detuvo en su lugar, abriendo los ojos. ―Patrick. ―Se levantó, un poco más relajada después de una hora de estrés―. Oh, mi Camembert, ¡Patrick lo tiene! Mi mamá me envió el pasaporte pero cuando me llegó estaba a punto de entrar al entrenamiento del equipo, así que le pedí el favor a Pat de que lo guardase para no perderlo. Buen Dios, esa frase sí funciona. ―Tenía las cejas arqueadas con estupefacción, procesando la información cuando me abrazó apresuradamente y exclamó―. ¡Eres la mejor! Te amo. Voy a buscarlo.

―¡Dile a la zanahoria que venga a verme dentro de un rato! ―grité cuando la muchacha salió corriendo hasta la habitación del pelirrojo, ocasionando que me despida de los presentes en la habitación con una sonrisa en mi rostro al saber que tenía una tarea extra por hacer.

«O mejor dicho, dos», pensé con mis ojos sobre la valija purpúrea.

Caminé hasta Westside a la habitación de Louis. Estaba en el frente de la puerta con el nudillo a centímetros de la madera, pero me contuve cuando escuché la carcajada rozagante de Harry en el interior.

―Eso es una buena idea, hombre. Con las estrellas y los violines de fondo.

―Los violines son demasiado exagerados, pero las estrellas están bien. ―La boca de mi estómago rugió como un gato mortecino, bajando la mirada con el corazón acelerado cuando Louis siguió con la conversación―. ¿Debería hablar con sus amigas?

Niall rió con la voz adormilada y un bostezo de hipopótamo que teorizaba haber arrasado con la alcoba. ―Puedo preguntarle a mi chica. Estoy seguro de que le encantará ayudar.

―También sé que Aileen estará dispuesta a darte una mano ―dijo Harry.

¿Tu chica? ―Louis le tomó el pelo al chico de cabello rizado y al adorable rubio oxigenado de un solo tiro, produciendo un sonido de empalago ante algo que no pude percibir por la pared―. Ustedes dos me dan náuseas con sus caras de bobos enamorados.

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