Capítulo IX: Las reglas son las reglas.

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―¡Primera regla! ―Carraspeó Geller, alzando su mano con solemnidad y observándonos a todas con emoción―. Lo que se diga en la terraza se queda en la terraza. No está permitido contarlo a otra persona que no se encuentre en la hermandad.

Sonaba como una buena regla para mí.

―Segunda regla ―Arranqué yo, tragando seco―. No se puede traer a nadie más a la terraza, más que a nosotras mismas ―Observé fijamente la llama, aclarando mi garganta para alzar mi barbilla, mirando con una ceja alzada a Sarah―. Nada de sexo y/o cualquier acción parecida en este lugar. ―Todas se tumbaron al suelo de la risa cuando mi amiga me observó con la boca abierta, tocándose el pecho en ofensa, y solo alzó sus manos en son de paz, apretando los labios divertidamente.

―Por la hermandad. ―Fue lo único que dijo.

Paz abandonó sus ojos brillantes de diversión, y habló con sus los pozos oscuros sobre su vela―. Si alguien nos cacha entrando por las escaleras inesperadamente nunca diremos por qué estamos subiendo realmente. Soltaremos cualquier excusa con el único propósito de que sigan creyendo que leyenda es cierta. Esa es la tercera regla.

―Cuarta ―Hablé de nuevo, cruzándome de brazos―. Se invocará una reunión de la hermandad exclusivamente en horarios que puedan ser denominados «normales».  Nada de estar echando agua congelada en la cama, poner música alta o tirar calcetines sucios en tu nariz solamente para despertarnos y venir a la terraza. ―Arqueé una ceja hacia Sarah, y Paz y Maggie me siguieron cuando ella rodó los ojos, riendo.

―Le quitan toda la diversión a esto ―Negó con su cabeza, exhalando―. Regla número cinco: todos los miembros de la hermandad tienen que estar presentes cuando se requiera de una especial emergencia. En caso de que no se pueda, la hermandad de la terraza podrá ser removida temporalmente a la localidad necesaria.

Maggie se echó contra el barandal, acondicionándose un poco―. La número seis ―Participó, no perdiendo de vista a las estrellas―, nadie puede echarse un pedo en esta terraza.

Nos quedamos en silencio unos cuantos segundos, frunciendo el ceño, cuando estallamos en risas, empujándola ligeramente y mirándola con una ceja alzada con ella sonriendo de medio lado para incorporarse. ―Siete: no se permitirá ningún tipo de discriminación, sin importar cuál tremendamente mal sea el problema. Todas estamos aquí para darnos apoyo y solucionar el problema, ¿no es cierto? ―Paz nos observó, cuando ratificamos y ella mordió su labio inferior―. ¿Una regla final?

Regla final... ―Silabeó Sarah, jugueteando con su cabello rubio en una expresión de meditación, cuando sonrió sutilmente―. Regla número ocho: el poder de la palabra es enorme. Cada hermana será comprensiva sobre el asunto, por supuesto, pero deberá hacer críticas constructivas conscientes y respetuosas que nos ayuden a llegar a la solución ―Tronó sus dedos, antes de añadir―. En conclusión, no dejaremos que lo que sea dicho aquí perjudique nuestra amistad y nuestra vida. Solo la fortaleceremos. Nos amamos, y así deberá persistir dentro y fuera de la hermandad. ¿Chípidi?

Otra ola de carcajadas se escuchó, cuando unos codazos me pincharon socarronamente y yo puse mis ojos en blanco, recordando el glorioso momento en que Harry Styles me golpeó con una pelota de tenis en la frente―. ¡Chípidi!

Cesaron con la risa, cuando aún sonrientes ojearon a las velas, y Sarah me tomó la mano y a Paz, quien se las tomó a Maggie, y Maggie a mí. Juntas formamos una especie de culto satánico, con nuestras manos unidas en un cuadrado, pero un cuadrado lleno de amistad y confraternidad. Dah―. ¿Por la hermandad?

―Por la hermandad. ―Entonces cuatro velas fueron sopladas al mismo tiempo, simbolizando implícitamente un tratado clausurado, antes de afianzar nuestras manos con una pequeña sonrisa y pasar la noche allí.

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