Capítulo LXXXI: El poema de la discordia.

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Entré a la clase de literatura con un brazo rígido y el otro sosegado.

Tenía un poema en mi mano, algo que escribí pensando en el nauseabundo rostro de la trucha amorfa de Harry Styles, y estar al corriente de que en algún período disfrutaría de leerlo en voz alta frente a sus oídos me daba una impresión de pavura y adrenalina inexpresable.

―Supongo que escribieron los poemas ―dijo el profesor Ferguson, sujetándose del borde del escritorio―. A menos que se hayan distraído con el juego de baloncesto de ayer, pero pedí esta tarea hace días así que no tienen excusa. Pudieron usar el enfurecimiento que sintieron con los resultados para escribir algo, de todas formas.

El salón de clases rió en voz baja y uno de los chicos susurró «barrieron el suelo con ellos» en medio de todo el jaleo, uno de los miembros del equipo de fútbol de Melbourne.

―Bien, quiero algo apasionado, chicos. ―Juntó las manos, viendo al techo mientras daba vueltas por el salón de clases―. Nada de las rosas son rojas, las violetas azules.

―Pero si esos son los mejores, profesor. ―Sonrió una de las chicas, cruzándose de brazos.

Ferguson hizo un movimiento con la mano, riendo en voz baja. ―Para nada ―contradijo―. Si me puedes decir un poema que sea insondable y sensitivo en algo tan corto como un poema de rosas rojas, te doy tres puntos extras en el trabajo.

Todos intentaron hacerlo, pero fracasaron trágicamente.

―Está bien, basta con el griterío. ―Los silenció a todos, recorriendo hasta el final de la sala para jalar un asiento y sentarse―. Así van a estar las cosas: como sé que nadie se va a ofrecer voluntario para leer el día de hoy, voy a llamar al azar. La persona pasa al frente del aula cuando el nombre sea dicho, dice el título del poema y comienza a leerlo. No soy quien para ponerles un cero por tener distintas opiniones, pero voy a evaluar el esfuerzo que colocaron en la tarea y el dominio al hablar frente a un grupo de personas. ¿Todos de acuerdo?

Afirmamos.

A diferencia de otras lecciones, Harry forzó distancia de mi asiento y se sentó cinco filas detrás de mí. No me evadía del todo, sin embargo, porque percibía como si mi cuerpo tuviese un sensor que capturaba calor cuando los ojos verdes del muchacho se resbalaban por mi cuerpo y yo me aferraba al margen del pupitre para sobrellevar todo el proceso sin un solo atisbo para comprobar mis incertidumbres.

La noticia aún no había llegado a oídos de las chicas ya que no pretendía revelar algo de tal calibre sin la presencia de un miembro de la hermandad de la terraza. No obstante, todas estaban al tanto de que algo jugoso e inoportuno estaba ocurriendo entre el muchacho y yo porque cada vez que el otro apartaba la mirada, ellas permanecían con ojos de perspicacia e interés mientras procuraban estar pez de la tensión que se cimentaba en el ambiente.

―Antes de iniciar con la actividad, me temo que debo llamar a la señorita Larrens para hablar de algo muy importante. ―Alzó la voz, gesticulando hacia la referida para levantarse de la silla―. Señorita Larrens.

La castaña accedió a la petición, esclareciendo la garganta con unos cuantos papeles en la mano al momento de hablar. ―Como todos sabemos, nuestra querida Sarah está pasando por momentos difíciles al presente. ―Maggs y yo nos miramos con el rabillo del ojo, desgastando el extremo del lapicero con los dientes―. El comité de último año quiere organizar una sorpresa de bienvenida para el tiempo que regrese a la academia y queremos saber si tenemos el apoyo de todos los estudiantes en esta actividad. ¿Estamos en la misma página?

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