Capítulo XXXVI: Un viaje al pasado.

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Una ardilla estaba sacándome de mis casillas.

En el hermoso estado de Florida, las ardillas blancas era una de las grandes rarezas del lugar. Algunas personas comentaban e incluso grababan los movimientos de los extraños animales para que notasen la naturaleza de la atmósfera. La de Tallahassee, por supuesto, no la de Olney; porque definitivamente no iría a Illinois únicamente para ver a una ardilla abusiva.

Como la que me estaba sofocando justo ahora.

Mi pico se alzó, mirándola con el ceño fruncido y los residuos de galleta de granola colados en mis comisuras, cuando un resoplido alzó mi flequillo al momento en que viré los ojos hacia arriba y partí un pedazo de mi masa para otorgársela a la rolliza ardilla. Mi zapato charol se paró en la tierra seca ensuciándolo un poco, cuando volví a mecerme con cuidado en el depresivo columpio y solté un quejido tedioso. Lo único que reconocía mi sistema solar por los segundos era el muchísimo más degradante tobogán de menos de un metro ubicado en frente de mí. Los padres de la comunidad se habían fundido en un ―muy cooperativo― cuerpo de apoyo; la mayoría alimentaba hijos que necesitaban diversión, por lo que tomaron el terreno virgen para cimentar un coto de juegos infantiles con el deplorable columpio y compañía.

Tendrías que estar demasiado desdichado para jugar aquí.

―Solo somos tú y yo, cosa peluda ―Pateé nuevamente el pavimento, inhalando una bocanada de aire mientras que me erguía cuando el mamífero tensó todo su cuerpo pero no abandonó mi retaguardia. Giré mi vista, observando cómo regresó a mi delantera, mirando mi galleta con ojos insaciablemente ansiosos―. Te llamaré Phillip ―Arrojé la masa entera, fijándome en que mi madre no se haya dado cuenta del movimiento, antes de volver a mecerme y fruncir los labios una vez más―. Es nuestro pequeño secreto, Phillip. ―Murmuré, como si el pequeño pudiese entenderme.

―Hola ―Mi vista giró precipitadamente, cuando Phillip salió corriendo por el intruso y yo me encontré con un sujeto sonriéndome inquietantemente a la izquierda. Todas las tonalidades existentes de rojo y sus derivados se plantaron en mi rostro al darme cuenta de que era un niño, un muy bonito niño, con un muy bonito corte y un muy ridículo gabán borgoña cubriendo su cuerpo. Los ojos verdes del muchacho parecían sonreír en sí mismo, como los de un pequeño cachorro corriendo libremente por la pradera, al momento en que decidió volver a hacer uso de su voz para insistir―. Mi nombre es Harry. ¿Cuál es el tuyo?

―Mis padres ―Bajé mi mirada hasta el regazo, observando mis manitas unidas nerviosamente, cuando proseguí―, mis padres me ha dicho que no debo hablar con extraños. Lo siento.

El muchacho bonito pareció tenuemente decepcionado por mi respuesta―. Acabo de decirte mi nombre ―Susurró, balanceándose en sus pies mientras despeinaba su cabello infantilmente―, y seremos vecinos. Me estoy mudando allí, de hecho ―Señaló directo a una vivienda dos casas lejos de la mía, en donde a duras penas podía observar la parte trasera de lo que ahora suponía se trataba de un camión de mudanza. Pero yo seguía sin decir mu, y él lo notaba―. ¿Estabas hablando con esa ardilla?

Eso logró que volviese a alzar mi vista, arrugando la frente. Pero me sorprendió notar que el muchacho no tenía ni pizca de prejuicio en sus ojos, podía apostar que ni siquiera sabía lo que significaba la palabra (la profesora Lyra nos había enseñado el uso del diccionario, sin embargo), solo se hallaba agradablemente curioso acerca del asunto, lo que causó que volviese a sonrojarme. En la escuela mis compañeras solían describir a los niños como un desastre entre gusanos y mocos, pero el muchacho en frente de mí no parecía compartir sus representaciones.

Lo cual me pillaba desprevenida, bastante.

―Su nombre es Phillip.

―Parecía amistosa.

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