Los padres.
Sí, son tremendamente molestos algunas veces pero afectuosos otras. Hacían tu vida miserable, pero también la llenaban de amor. Eran la única cosa entre tú y un sinfín de dulces por la noche antes de irte a la cama. Algunos pensaban que tenían total control sobre todos los aspectos que te definen como un ser individual solo porque son los responsables de tu nacimiento, otros que la vida no ha cambiado desde que ellos eran adolescentes, y otros que desearían que efectivamente no hubiese cambiado. Estos, que poseían el síndrome del Club de los Cinco y le contaban tus más embarazosos secretos a amigos que no volverían a ver nunca más, o muchísimo peor: a cercanos o familiares. Y que cuando conseguías una licencia de conducir automáticamente tomabas el nombre de «chofer designada hacia el supermercado».
Bueno, para mí no era tan destructivo.
Siempre fui una chica tranquila. En la tarde comía galletas preparadas por mi madre con un libro pesado en mi regazo, y algunas veces veía junto a mi hermano Los Goonies (¡oh! A que debería hablarles más sobre mis familiares) mientras mi padre nos arreglaba algún juguete que mi desastroso hermano habría dañado para la tarde. Mi hermano, con el nombre de Aaron, era dos años mayor que yo y para aquel entonces vivía el mayor porcentaje del tiempo chupándose el dedo pulgar. Mi padre Andrew siempre lo reprendía por eso, alegando que los dientes le quedarían como el sujeto que vivía en una esquina de su trabajo si continuaba haciéndolo. Mamá, llamada Avelyn, solo le colocaba cinta adhesiva en el dedo, deseando que dejara el hábito.
Por obras del destino todos nuestros nombres empezaban por la primera letra del abecedario. Éramos como los Kardashian, pero con la «A» y sin los millones de dólares sobre nuestros hombros. Una familia pequeña, pero todos nos queríamos en ella y las únicas peleas que presenciábamos era cuando Aaron tenía una fiesta con sus amigos y mis padres no le dejaban ir por cualquier circunstancia.
Tan malditamente cliché.
¿Por qué les decía todo el árbol genealógico de mi familia? Luego, después de algunas semanas, finalmente estábamos comunicándonos para conectarnos al Skype y charlar un rato sobre nada. Las muchachas habían consentido dejarme sola en la habitación, porque estaba bastante segura de que mi madre lloraría como solía hacerlo cada vez que nos veíamos por acá (y ellas habían sido expectoras de ello una vez) y porque no pensaba escuchar a Sarah baboseándose sobre Aaron.
Era asqueroso pensar en una frase donde «trasero de dioses» y «tu hermano» se reunían en un muy amistoso apretón de sudoroso deseo.
Ew.
«Aaron Parker llamando.»
Presioné el botón verde con la cámara, cuando tres rostros sonrientes aparecieron frente a mí junto a una Ofelia tan aristocrática como la recordaba, y no me ayudé a mí misma al sonreír.
―¡Aileen! ―La voz de mi madre se escuchó entonces.
―¿Cómo están? ―Contesté.
―Bien. Las cosas han estado un poco revueltas en el trabajo, pero nada que no pueda solucionarse ―Fue mi padre quien respondió, acariciando el pelaje de nuestra gata―. ¿Cómo van las cosas por allá?
―Un poco confuso, pero nada... importante ―Bajé la mirada hasta la mesa, tragando seco. Había sido solo un beso, ¿no es cierto? Cierto. El «solo»era la palabra clave en esta ecuación, porque no había significado nada más que un simple producto del alcohol. Nada. Vacío. Total. Cero―. Mantengo mis notas, Maggie sale con un chico con el que repentinamente quiere terminar y posiblemente Sarah se encuentre cantando «Let's Go to the Mall» por los pasillos de Northside mientras se queja de la poca habilidad de los Parker con respecto a lo fashion.
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Dating Who
FanfictionAileen Parker estaba al tanto de que frases como «su toque me electrizaba» no tenía nada que ver con sentimientos apasionados, más que simple física y química. No pecaba de ignorancia sobre las mariposas que tantos adolescentes juraban sentir en sus...