Capítulo LXXVII: Perspectiva de lo dañino.

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Arrugué la frente, releyendo por quinta vez la oración.

Estaba en el césped de una colina, escribiendo en el cuaderno la respuesta de la tarea de Historia de América, o al menos intentando hacerlo porque cada vez que volvía con «el imperio incaico» podía escuchar susurros impertinentes a mí alrededor que detenían cualquier movimiento de mi parte.

―Ella es la amiga ―cuchicheó una muchacha de segundo año, haciendo que su amiga ejecute la técnica de «mirar disimuladamente» sobre el hombro con sus ojos poco discretos.

Su boca tampoco gozaba de la cualidad, profiriendo un sonido tan alto que Preston Fish pudo escucharlo. ―Pobre chica ―expresó con lástima, enganchando el brazo con el de la morena en un gesto casual―. Como te decía, quiero adelgazar cinco kilos para entrar en el vestido con lentejuelas en el busto y...

Le subí el volumen a «Blood Hands» de Royal Blood, advirtiendo cómo mi mano ahorcaba la adorable pluma de Gudetama mientras intentaba reanudar con la cola de la «a» en la lustrosa caligrafía que me especializaba.

No era la primera pareja que me relacionaba como la desdichada amiga, ni la única que estaba al tanto de la situación de Sarah Gallagher. La muchacha era una celebridad en la academia, deslizando su nombre en la lengua de todos los estudiantes ―y empleados― como una red de información instantánea, casi tan efectiva como Facebook. Incluso podía chequear en el muro de Sar todos los mensajes de apoyo por personas que no tenían idea de la fecha de su cumpleaños o que debían revisar su perfil para saberla.

Mi cerebro no me dejó sobrevivir toda la noche en un estado de sueño, pensando en todo el tema paralelo entre mis dos amigas y el sufrimiento que me generaba estar en un hospital por los motivos erróneos. Casi agradecí no tener suficientes horas de sueño para sufrir las pesadillas del asunto, pero me pregunté si eso hubiese sido más oscuro que una habitación con una cama vacía y el sonido ensordecedor de mi mente durante toda la noche, o si las ojeras que decoraban mis ojos con su patética presencia era el mejor escenario que podía conseguir en toda esta circunstancia. Cual sea el caso, Maggs y yo pasamos la noche con la repulsiva sensación de estar en la pertenencia de un fallecido.

―Fantástico. ―Metí el cuaderno en la mochila y me levanté de la hierba, escuchando el timbre de clases con el pensamiento de que debía pasar toda el día en un constante intento de concentración.

«Solo tienes que sobrevivir hasta la tarde», me recordé, «Harry te buscará para ir a por tu saco de boxeo personal y podrás respirar de nuevo alrededor de Sarah. Todo será mejor después de eso, Aileen.»

Tropecé con Liam en el camino a clases pero casi apuesto a que ni siquiera reparó en mi rostro, excusándose robóticamente y continuando su camino a través del pasillo como el manojo de nervios en el que se convirtió desde anoche.

Creo que nadie logró ser el mismo desde la noticia de ayer, ahora que pensaba al respecto. Durante la primera clase compartida, Louis frunció el ceño cada vez que la profesora dijo «víctima» en su explicación del Holocausto. Paz miró persistentemente a su comida en la hora del desayuno, sin mostrar intención de comerla en algún momento próximo. Al mismo tiempo, Zayn pasó demasiado tiempo hundido en sus propios pensamientos y Niall fue por el mismo andén, con la diferencia de que sus dedos tamborilearon en cualquier superficie como si tuviesen vida propia. El resto de los muchachos se encargó de mantener una conversación normal sobre la mesa, con la notoria excepción de que sus cuerpos se tensaron cada vez que se hacía visible el cotilleo del resto de la población estudiantil. Hubo una ocasión en la que Harry le gritó a un chico de baja estatura por tocar su máximo nivel de «tuve demasiado de esta mierda» e hizo que el muchacho corriera por su entrometida vida por todo el campus de la academia.

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