Capítulo XIV: Botón del pánico y cosas no tan literales.

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Una vez observé en mi viaje a metro a una chica con la pierna amputada enojándose porque su novio la trataba como si fuese la reina de Inglaterra. No en el buen sentido de reina, debo decirlo: el chico la veía como a un pobre animal que estaba a punto de ser degollado. Y todos en el metro la trataban como eso, para ser sinceros.

Me enloquecía... porque entendía a la chica, de alguna forma.

No sabía qué estaba sucediendo con esa extraña pelirroja, pero a juzgar por los pequeños párrafos que le dedicaba su novio (a juzgar por los «mi amor» condescendientes que le soltaba) algo estaba yendo mal en su organismo, y tuvieron que amputarle como consecuencia de ello. Y, notando el rostro que ponía ella cada vez que recibía las excesivas atenciones del castaño, podría concluir que la muchacha se sentía como si en vez de una pierna hubiese quedado sin ambas, ni con brazos. Y eso le hacía sentirse más enferma, porque la estaban privando de hacer las cosas cotidianas de una vida normal. El ver que los de su entorno hacían las cosas por ella era un recordatorio viviente de que estaba enferma y jugando con el limbo de la muerte. No tenía una máquina del tiempo para saber cuánto tiempo tendría de vida, si sería una larga con esposos e hijos, o una pequeña con el corto periodo de la adolescencia... pero sea cual sea, ella quería realizar la mayor cantidad de actividades que un humano podría hacer durante su vida, después de todo...

Una vida pequeña puede ser toda una vida entera.

Ese mismo sentimiento de sofoco lo estaba viendo justo ahora. No era con una chica enferma y muletas, pero definitivamente con un novio descomunalmente atento. Y estaba segura de que Maggie lo estaba sintiendo también, porque justo ahora encontraba cualquier excusa para no encontrárselo sin siquiera entender la razón. Y, además, había pasado a ser el tema de conversación número uno de Sarah Geller, quien limaba sus uñas mientras suspiraba y señalaba a mi amiga con una expresión sabionda en su rostro.

―Yo que te lo digo, amiga, necesitas presionar el botón del pánico. Rápido.

Dejé de escribir mi ensayo de inglés, para observar a Sar con una ceja alzada―. ¿Botón del pánico? ―Pregunté incrédula. Definitivamente la chica había perdido los estribos, y aún decían que el mal de las cabras locas no era peligroso.

―¡Es una forma de decir! Jesucristo, Pukie, parece que no has salido de ese cuadrado de allí durante toda una vida ―Señaló a mi MacBok con su recién limada uña, resoplando frustrada. Como sea, frunció los labios chequeando nuevamente la sutileza de manos antes de darnos una mirada desdeñosa―. Para los desentendidos, dícese de mi queridísima amiga, un botón del pánico es una alarma electrónica que puedes presionar en situaciones de emergencia cuando una propiedad o persona puede resultar perjudicada, en este caso, nuestra amiga Maggs. Por lo que podríamos decir que el uso de mi lenguaje se refería a un botón imaginario que dicha amiga tendría que presionar urgentemente ya que, de no ser así, definitivamente Cameron le daría de comer la merienda en la boca dentro de poco como a una jodida bebé.

―O cambiándole los pañales ―Paz dijo, acostada en la cama de abajo de mi litera tranquilamente mientras jugueteaba con su teléfono―. Francamente una vez lo hice y espero que el dichoso Cameron no termine igual de asquerosa que yo cuando el bebé me escupió papilla encima luego de orinarme.

―No voy a escupir... U orinar en nadie ―Rodó sus ojos Maggie mirando a mi prima como si fuese la abominación en persona mientras caminaba de allá para acá con su muelle Slinky chillonamente colorido―. Creo que sólo terminaré con él por teléfono. Nunca fuimos una relación seria, por lo que podría sencillamente hacerlo de esa forma y no volver a hablarnos, o vernos. ¿Es una buena idea, cierto? Sin mencionar que pocas veces nos vimos realmente ya que él es de otro internado y...

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