72. Hijos II

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Domingo, 18 de agosto de 2018

—¿Otra vez? —le dijo su hermano Juan —. Nunca te había visto llorar tanto, ¿te están amenazando? —no había acertado tan rápido en su vida.

—No-no-no, no —si decía que sí, era el final para ellos —. Es que no quiero que papá o nosotros tengamos algo que ver —pero ella sí tenía algo que ver.

—¡Eh!, alguien de vosotros tenía que caer —intervino Zac.

—Tía, ¿pero qué decía de ese Miller? —preguntó Lola.

—Ah, no sé, que tenían que hablar con él por algo, pero ya casi no me acuerdo. Parece ser que él lleva las riendas de alguna misión. Después los encontré caminando cerca del bosque, pero era imposible espiarles y no escuchábamos nada. Estaba con Camila.

—Joder —comentó Juan —. Creo que mañana venía a por nosotros, nos lo han dicho nuestros abuelos, dudo que nos dejen salir, pero no lo entiendo, si igualmente ha estado viajando todo este tiempo.

—Y puede que esté haciendo los trapos sucios desde fuera —intervino Teresa —. Piénsalo bien.

—Puede ser.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Cloe —. Sabemos cosas pero no lo suficiente para buscar más.

—María —le llamó Camila —. Sea del todo verdad o no, cuenta la historia de cuando encontraste a Aitana. Estaría bien que compartieras información, todos lo estamos haciendo.

—Aitana... —a María le daba miedo pensar en eso —. Es-esa camarera estaba en la piscina. No sé qué pasó. Olía fatal cuando estaba en el mirador cargando el móvil, así que salí para tomar el aire.

Yo también lo olí —le indicó con signos a su hermano Adrián.

—No fuerces las manos si no puedes —le susurró él.

—¿Ya va a decir algo? —preguntó Valentina al ver a su primo moviendo las manos.

—Solo ha dicho que él también olió algo raro al salir —comentó Adrián cansado.

Todos siguieron escuchando a María y esta se puso nerviosa porque parecía estar en una de esas presentaciones de clase que tanto odiaba.

—E-en fin, perdón Juan —lo miró, y cuando él la miró, ella apartó la vista —, estaba tan asustada que me pareció verte por ahí abajo, puede que me tengan que graduar más la vista —esas palabras aturaron por un segundo el corazón de Gabriela. Pobre chica, lo primero que le vino a la cabeza fue esa imagen tan aterradora de Juan cogiendo una bolsa negra con el cadáver de Aitana dentro.

—Te agradezco que te disculpes —dijo él tirando el palo del helado a la basura —, pero la próxima vez no acuses a nadie sin saber nada, no sabes cómo se pusieron los abuelos al oír eso. Pero tranquis, que yo no hice nada, estuve toda la noche en el comedor. Si estuviera Elisa lo confirmaría —Elisa, genial, ahora Gabriela tenía que oír el nombre que tuvo que decir para que a Juan no le pasara nada, y ahora ella estaba en el hospital.

—Oye, ahora que lo pienso —comentó Lucas desde el suelo al ver que María no tenía nada más que decir —, primero, espero que estéis mejor, vosotros dos —se dirigía a Adrián y Jaime —, pero esas alcantarillas olían fatal también, ¿era algo similar a eso, Jaime? —Jaime se lo pensó un rato y después lo negó con la cabeza.

—Tío, ¿y tú por qué no te has quejado de esto? —irrumpió Teresa —. Todos han salido casi vomitando y tú como si nada.

—Ah, eso —Adrián se había quedado con la charla de Santi sobre su madre Nerea y su padre Oliver. Seguía sin acabar de asumirlo —, bueno, supongo que son ventajas de no tener olfato.

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