14. Buscando pistas

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Viernes, 10 de agosto de 2018

Las noticias importantes no llegaron hasta el viernes 10 de agosto, probablemente este día fue el día en que todos empezaron a perder un poco la cordura.

A la mañana siguiente, dos coches de policía llegaron al hotel. En uno iba Paula. Una mujer que llevaba casi diez años trabajando de policía y había ascendido a inspectora de policía hace cuatro años. Debía tener unos 40 tacos. Era pelirroja, por lo que la mayoría de policías del país la reconocía fácilmente. Encendió un cigarrillo nada más salir del coche.

A su lado salió un joven de 28 años y de origen africano, era su acompañante que había empezado a trabajar hace un año. Se llamaba Saud y se mostraba un poco inseguro ante todo. Había nacido en Nigeria pero una familia lo adoptó cuando él tenía cuatro años. Cuatro policías más estaban con ellos muriéndose de calor por tener que llevar los uniformes en pleno verano.

—Buenos días, soy la gobernanta —la gobernanta fue directo hacia ellos cuando los vieron llegar, faltaban diez minutos para que fuesen las ocho y le preocupaba que los huéspedes se alarmaran por dos coches de policía.

—Buenos días señora. Disculpa las molestias pero vengo hablar sobre un hombre llamado Gil.

—¿Gil? Sí, tengo un trabajador que se llama así —la gobernanta siguió hablando al ver que Paula no decía nada —. Ayer no vino a trabajar, y hoy espero que venga, pero aún no ha aparecido.

—Ya. Lo sé —sus palabras eran frías —. Lo han encontrado muerto en un lago —le enseñó una foto del cuerpo en el suelo mojada al borde del lago.

—¿Muerto? —estaba sorprendida y asustada a la vez —. Ayer no vino a trabajar... —también sintió miedo al ver que alguien fue asesinado.

—Entiendo —Paula parecía bastante fría —. Venimos a preguntar si alguien lo conocía.

—Sí claro, todos los empleados. Los camareros puede que mejor porque él era uno de ellos —la gobernanta estaba nerviosa y asustada a la vez —. Y podéis hacer cualquier pregunta, solo que los huéspedes están por levantarse y ahora los camareros estarán trabajando. No creo que sea buena idea entrar dentro ahora mismo.

—Claro. Tranquila. ¿A qué hora acaban los camareros?

—A las once y media termina el desayuno.

—Entonces nos esperaremos aquí —la gobernanta miró sus coches y después al hotel.

—¿Os molesta si podéis llevar los coches al aparcamiento de detrás? Es para que no se asusten los huéspedes. Y además allí es donde aparcan los empleados. Puede que encontréis algo de Gil —Paula se lo pensó un momento.

—Muy bien, gracias —miró a la gobernanta —. Vayamos nosotras a un sitio más tranquilo —Paula ordenó a los agentes que fueran atrás con los coches y la inspectora, Saud y la gobernanta fueron caminando por un campo, un poco lejos del hotel para hablar de Gil.

Era un día claro con el sol resplandeciente y la gobernanta, con el uniforme y los nervios estaba empezando a sudar.

—¿Desde cuándo hace que trabaja Gil? —empezó a preguntar Paula mientras que su acompañante apuntaba todo en una libreta.

—Desde más de diez años. Es alguien muy conocido de la familia.

—¿Y sabes si a alguien no le caía bien?

—La verdad es que creo que no, es decir, lleva años en este hotel porque le queremos y ningún huésped se ha quejado de él.

— Ya, pero alguien lo quería muerto —hubo cuatro segundos de silencio —¿Y tú que hacías hace dos noches?

Hotel RubiniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora