100. Epílogo

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Martes, 20 de agosto de 2018

A eso de las cinco de la tarde, Gina intentaba buscar a alguien que le hiciera caso. La habían tomado por tonta, la habían hecho callar delante de todo el hotel. Hasta su propia hermana le dijo que le daba vergüenza verla. Y ella intentaba calmar a Gina, pero Gina quería escaparse de ella, no quería ver a nadie.

En su mente no entendía cómo su hermana, Irene, no reaccionaba delante del arresto de su padre y de su pareja.

—Estate tranquila —le gritaba desde lejos cuando Gina quiso salir a la terraza, lejos de esa muchedumbre que intentaban llegar los primeros a su habitación —. ¡Gina! —por fin le pudo coger del brazo —. ¡No son culpables!¡Lo sé! —le gritó para que Gina le hiciese caso, y así fue, se giró —. ¡No los van a meter en la cárcel así porque la inspectora lo crea! —y Gina también pudo notar el dolor que sentía Irene por dentro por el tono de su voz, la cual intentaba mantenerse fuerte y firme, pero se le acababa quebrando.

—Señoritas —un policía se acercó a ellas —. Tenemos que hablar con vosotras —y Gina, al oír eso, echó a correr de nuevo. No estaba pensando en ese momento.

Gina solo quería irse de ahí. Volver a Nueva York con su familia. Volver atrás en el tiempo y no haber aceptado irse con su padre.

—¡Puta zorra! —y como no, le echó toda la rabia con la primera persona que se cruzó —. ¡¿Cómo podéis hacerme esto?!

—¡Ay! —Cristina intentaba alejarse —. ¡Puta guarra tú!¡¿Qué coño haces?! —y Gina le pegó bien en toda su mandíbula. Hecho que Valentina acudió al rescate de su hermana y se la devolvió a Gina.

—¡Muérete! —le gritó a 15 cm de su cara.

—Putos asesinos —le soltó Cristina por detrás de su hermana —. ¡Fue tu padre a quien vi correr esa noche!

—¿Qué?

—¡Ese miércoles!¡Tu padre!¡Es él! —por fin pudo soltar algo que aún no había encontrado la oportunidad de decirlo.

—¡Gina!¡Detente! —le gritó su hermana —. ¿Qué haces? —estaba llorando de ira mientras que el policía iba detrás de ella.

—Os pido por favor que os separéis —ahora el que parecía enfadado era él —. ¡Ahora! —Valentina intentaba parar, durante este rato, a Cristina, quien quería acercarse a Gina, pero no lo hizo y Gina acabó yéndose sola, esta vez caminando hotel hacia arriba.

—¿Gina? —le gritó su hermana —. ¡Gina! —le gritó con más fuerza y empezó a correr.

En ese instante, Gina lo presintió, sabía que no la iban a dejar sola, así que ella también empezó a correr. Corrió todo lo que pudo hasta que pensó un lugar bueno donde sabía que su hermana ni nadie más podía alcanzarla.

Otra vez Gina queda la última —recordó esas palabras que escuchó cuando tenía 10 años —. Jopetas —se quejó la otra chica —. Venga Alba, vámonos —a decir verdad, ella y Cristina nunca se llevaron muy, muy bien. Pero tampoco tan mal.

—¿Gina? —escuchó a su hermana cansada y con la voz quebrada —. Gina, por favor, sal —Gina no se movió, siguió quieta e intentó respirar lo menos posible para que no la oyera. Ella también estaba cansada de correr —. Gina.

Pasaban los minutos y seguía Gina en ese lugar oscuro y sucio entre unas escaleras de emergencia y un hueco escondido por unas ramas acompañadas de una tela abandonada. No era la misma que recordaba de hace años atrás, pero la esencia era la misma.

Pasados más minutos, cuando Gina perdió ya la cuenta, escuchó el silencio, creía que se hermana se había ido y decidió salir de ese sitio ahora que estaba un poco más calmada y no tenía tanto en mente a la catástrofe que acababa de hacer. Sin embargo, al levantarse y caminar un poco, volvió a caer en esa gran ansiedad que le estaba causando todo esto y no sabía qué hacer después. No quería que la encontrase nadie y que le echasen preguntas una y otra vez.

Hotel RubiniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora