Capítulo 17: La Cripta (Luther)

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Siguiendo el hilo de Luther como mejor amigo.

[...]

Una ola de escalofrío recorrió sus espaldas al escuchar como la voz de su padre retumbaba en aquel lugar, sabiendo por ese tono amenazador que se habían metido en problemas.

Poco a poco se fueron girando para encontrarse de frente con su penetrante mirada, sin embargo, Luther tuvo el valor para enfrentar a su padre en un primer momento.

—¿Qué es este lugar? —le preguntó directamente.

—No me respondas con otra pregunta, Número Uno —le advirtió su padre, decepcionado de que el líder de su equipo lo estuviera cuestionando de manera tan rebelde e inesperada—. Quiero saber, ¿qué están haciendo aquí? —les volvió a repetir.

Luther volteó a verte y tú a él en ese mismo instante, no sabiendo qué responder. Pero de lo que estaban seguros era de no admitir la verdad, manteniendo su secreto.

Cada segundo que transcurría de silencio, la mirada aterradora de Reginald calaba más profundo, atemorizándolos. Ninguno hablaba, y fue por esto que su padre tomó una tajante resolución.

—Que sea la última vez que entran a este lugar —les advirtió, apuntándolos a ambos con su dedo acusador—. Y ahora síganme. Si quieren estar husmeando por lugares en donde no deberían estar, les dejaré pasar la noche en uno así.

Les hizo una seña para que lo siguieran, y él mismo dio unos pasos hacia el pasillo.

—Pero, papá... —quiso intermediar tu mejor amigo.

—Silencio, Número Uno —obtuvo como rotunda respuesta.

Reginald continuó caminando a paso firme, mientras ustedes dos lo seguían un poco más atrás.

No tenían la menor idea de hacia dónde se dirigían, pero se toparon con el frío del exterior una vez que los condujera por el patio de la mansión.

Continuaron caminando hacia una parte alejada, precisamente donde se encontraban las criptas, donde aparentemente estaban enterrados algunos antepasados de la familia. Al menos eso era lo que creían ustedes.

Su padre abrió la puerta de doble hoja, e hizo un ademán con su mano para que ingresaran.

—Entren allí —les indicó.

—¿Qué? No, no puedes dejarnos allí dentro —le reclamaste al ver la oscuridad que allí reinaba.

Reginald no emitió palabra alguna, ni siquiera le interesaba escuchar sus opiniones o reclamos, la decisión ya estaba tomada. Los obligó a ingresar, empujando a cada uno hacia el interior por sus hombros. Y acto seguido cerraría la única puerta de aquel tétrico sitio, para luego dejarlos allí sin ningún remordimiento.

Una vez que estuvieron seguros de que su padre se  había alejado, Luther quiso usar su fuerza para romper la puerta de un golpe, pero lo detuviste reteniendo su brazo antes de que lo hiciera.

—No, no, eso podría meternos en mayores problemas —le sugeriste, por temor a lo que Reginald pudiera llegar a hacer si lo seguían desobedeciendo.

¿Qué pasaría si existieran otras habitaciones peores que aquella que lo inició todo? ¿O un sitio peor al cual ahora estaban encerrados?

—Pero, no podemos quedarnos aquí —respondió tu mejor amigo, frustrado por no haber podido hacer algo más—. Está helando aquí, y por si no lo recuerdas, tú tuviste un colapso hoy...

La respiración de ambos podía percibirse incluso en las penumbras de aquel tétrico lugar, haciéndose parte de la cortina de neblina que recubría el suelo. La cripta era apenas iluminada por un poco de la luz de luna, la cual se colaba por pequeñas rendijas en el techo.

—Lo sé, lo siento. No debí insistir para ir a investigar ese lugar —expresaste, arrepentid@ totalmente de haber involucrado a tu mejor amigo.

—No, yo quise ir, es cosa de dos —intentó tranquilizarte, pues él reconocía haber tomado esa decisión—. Y él no tenía derecho de traernos hasta aquí.

—Tienes razón, pero nada podemos hacer ahora. Quizás cuando nuestros hermanos noten nuestra ausencia... —murmuraste, como una última esperanza de que ese castigo/tortura finalizara.

—No podemos pasar toda la noche aquí encerrados, T/N.

Asentiste, estando de acuerdo con lo que decía, pero sin encontrar una solución de momento.

—Lo único certero es que nuestro padre algo está ocultando en esa habitación —comentaste.

—Es verdad, sino no se explica que nos haya traído hasta aquí como castigo.

—¿Jamás habías estado en ese lugar? —quisiste confirmar lo que creías por sus comentarios anteriores respecto a aquel cuarto extraño.

—No tenía la menor idea de que existía siquiera —admitió Luther con sinceridad.

Te mantuviste en silencio por alrededor de un minuto, pensando en todo lo que había ocurrido en tan solo un día.

—Esto es cada vez más extraño —expresaste.

Los minutos transcurrían y ya habían perdido noción de cuánto tiempo que llevaban allí encerrados efectivamente. Se mantenían uno junto al otro para conservar el poco calor que sus cuerpos emanaban, teniendo que frotar sus manos cada tanto para poder seguir sintiendo siquiera sus dedos.

Un poco más de luz comenzó a invadir el recinto, cuando la puerta cedió y fue abierta por Pogo, quien traía consigo unas mantas, las cuales les extendió de inmediato para que se cubrieran.

—¿Están bien? —les preguntó.

—Pogo... —dijo Luther, sorprendido al verlo, tomando ambas mantas de inmediato para extenderte una a ti—. ¿Él te mandó para que nos trajeras esto? —preguntó, haciendo referencia a su padre.

—No, amo Luther —respondió.

Luther parecía estar un poco decepcionado por esa respuesta.

—He venido para llevarlos a sus dormitorios —continuó explicándoles Pogo—. No pueden pasar la noche aquí.

—¿Quieres decir que nuestro padre no lo sabe? —cuestionaste, aunque admirando que él fuera capaz de desobedecer a su amo también con tal de que ustedes estuvieran bien.

Pogo negó con un movimiento de cabeza, y a continuación les indicó que lo siguieran.

No podían creer que estuviera desobedeciendo a Reginald, pero estaban agradecidos de que lo hiciera por ayudarlos.

—En la mañana dirán que fueron liberados al amanecer, ¿de acuerdo? —les sugirió, de esa manera ninguno de los tres tendrían problemas con Sir Reginald.

—De acuerdo, Pogo —expresó Luther—. Gracias.

—Gracias por no dejarnos morir congelados —acotaste, aliviad@ de poder regresar al calor de la mansión.

Podría sonar exagerado pero sus piernas, que costaron en poder moverse luego de tanto tiempo sentados en ese clima helado, eran fieles testigos de que con un par de horas más allí encerrados podría haberlos perjudicado.

Podría sonar exagerado pero sus piernas, que costaron en poder moverse luego de tanto tiempo sentados en ese clima helado, eran fieles testigos de que con un par de horas más allí encerrados podría haberlos perjudicado

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En el próximo capítulo deberán seguir la ruta de su chic@ elegido (no mejor amig@).

Mi vida con los HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora