Capítulo 20: Déjame cuidarte (Diego)

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Este capítulo se corresponde a la ruta de Diego como tu chico.

[...]

Los minutos transcurrían y pocos faltaban para cuando estabas regresando al punto de reunión, sin novedades. De pronto escuchaste la voz de Diego, diciendo que lo había hallado.

—Lo tengo, ya podemos armarlo —dijo él.

Tú al acercarte a su encuentro, pudiste notar que de su mano se desprendía un hilo de sangre.

—¿Por qué estás sangrando? —le cuestionaste, apresurándote a llegar a su lado para revisar su herida.

—¿Qué? —preguntó confundido, sin comprender a qué te referías.

No se había dado cuenta que, por el modo de haber tomado la pieza, se había hecho un corte en la mano. Si bien no era algo grave, era una de las zonas donde hay mayor pérdida de sangre así fuera por un mínimo corte.

—¿Esto? No es nada —quiso restarle total importancia.

Ya estaba acostumbrado de haberse herido otras veces con algunas de sus navajas, cuando aprendía a utilizarlas.

Sin embargo, para tú mism@ comprobar que no se trataba de algo grave, le quitaste la pieza y se la entregaste a otro de tus hermanos.

—Deberías ir a la enfermería, por las dudas te ha quedado unas astilla o algo en la piel —le sugeriste.

—Acompáñalo, Número Ocho —te indicó Reginald—. El resto del equipo debe seguir trabajando en el armado del jarrón.

—De acuerdo —asentiste.

Diego quería quedarse allí, pero insististe hasta convencerlo de hacer lo que su padre había indicado.

En ese momento, te quitaste la sudadera del uniforme de entrenamiento, para cubrir su herida y así detener un poco el sangrado. Lo que menos importaba era preocuparse por las manchas que quedarían en la ropa.

—Están exagerando, yo estoy totalmente bien —continuó diciendo el Número Dos.

—Tú lo harías por mí, ya lo hiciste de hecho —le recordaste, haciendo alusión a cuando Luther te cuidó el día que habías caído inconsciente—. Permíteme ahora cuidarte a ti.

Rodó sus ojos, porque creía que sí estabas exagerando, sin embargo cuando esbozó una breve sonrisa comprendiste que sí le alegraba que tú estuvieras acompañándolo.

—Ya qué, has lo que quieras —expresó, rodando sus ojos fingiendo desinterés.

—Te guste o no, me quedaré contigo —le advertiste totalmente decidid@ a hacerlo.

Llegaron hasta la enfermería, pero Grace estaba ocupada en ese momento, así que por tu parte te empeñaste en la tarea de limpiar la herida para comprobar que no quedara algún fragmento allí, para luego empezar a curarlo(*).

—¿Ya ves que sí estabas exagerando? —señaló Diego, viendo que realmente era una herida pequeña.

—Bien, señor "yo todo lo puedo solo, incluso sanar mágicamente" —te burlaste, por la manera en que se comportaba, terminando de curarlo—. Me alegra que no haya sido algo grave, lo que menos quiero es que te pase algo peor.

—¿Qué? ¿Cómo desmayarme por no dormir a horario? Oh espera, eres tú —comentó en un mismo tono de broma, refiriéndose a lo que a ti te había ocurrido días atrás.

No sabías si reír o reprenderlo por burlarse de esa manera. Pero, si lo empujaste con levedad por su hombro, como si le estuvieras reclamando por hacerlo pero no seriamente.

—Te prometí que no volvería a pasar —mencionaste.

—Y luego volviste a hacerlo, y terminaste castigad@ —te recordó—. Al menos no te desmayaste otra vez.

Tú bien sabías que se refería a que volviste a desobedecer la regla del toque de queda, y el consiguiente castigo que originó ese hecho.

—Eso fue...diferente —murmuraste, apartando un poco la mirada. Observaste hacia la puerta, por temor a que alguien pudiera llegar cuando estaban hablando al respecto—. ¿Pudiste averiguar algo más? —le preguntaste por lo bajo, sobre aquel cuarto extraño o lo que su padre les estuviera ocultando.

Diego parecía querer decir algo, pero en ese preciso momento llegó Grace a la sala.

—Mis niños, ¿están bien? —preguntó ella.

Observó toda la situación, tu sudadera llena de sangre y la mano herida del Número Dos.

—¿Qué sucedió? —continuó interrogando al acercarse a ambos.

—Solo me corté, pero ya está todo bajo control. Tu ayudante aquí me ayudó —respondió Diego, observándote de reojo.

—Oh cariño —moduló su madre.

Se dispuso a revisarlo, en su rol de madre preocupada, chequeando que no tuviera algo más antes de vendar su mano. Tú solo te mantuviste a su lado, hasta que terminara de hacerlo.

—Tengan más cuidado, mis niños —les pidió a ambos, para luego entregarles un dulce a cada uno, como si todavía fueran unos niños.

—Gracias, mamá —dijiste al aceptar la paleta.

—Sí...creo que ya debemos regresar al entrenamiento —sugirió Diego

—¿Puedes hacerlo? —indagaste, creyendo que por su herida no podría hacerlo.

—Sí, ya te dije que estoy totalmente bien —asintió convencido—. Vamos.

Ambos salieron de la enfermería, y se encaminaron hacia el punto de reunión. Pero, para cuando llegaron sus hermanos ya habían reparado el jarrón.

El próximo capítulo será una parte en general, se viene la primera misión para ustedes

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El próximo capítulo será una parte en general, se viene la primera misión para ustedes.

(*)No se aclara en el capítulo la manera de sanar la herida, porque una de las posibilidades de poderes es el factor de curación. Pero, para quienes han escogido uno de los otros dos poderes, lo habrán curado de manera tradicional.

Mi vida con los HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora