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El sol se colaba por la ventana, las cortinas no estaban del todo corridas. Los rayos matutinos se asomaban y quemando su mejilla, anunciaban el fatídico día. Era cuatro de julio, al punto de las dos de la tarde, daría comienzo la temerosa ceremonia. Se levantó y tardó en reaccionar, aun estaba en esos minutos donde permanecía fuera de sí. Tomó una ducha rápida y bajó al primer piso donde su hermana menor y padres yacían sentados a la mesa.

—Hola, Elena— dijo la castaña al besar el cabello de su hermana, está soltó su vaso para girar a verla.

—Creí que no despertarías a tiempo.

—Pequeña, ¿por qué postergar lo inevitable?

—Blair, por favor—habló la señora Herlic en tono serio—. Son tus últimos juegos, pero aun quedan tres para Elena.

—Lo sé, a mí me frustra eso: son los últimos, no me podré presentar como voluntaria para salvarla— dijo tratando de contenerse.

—¿Podemos tener un desayuno tranquilo? — intervino el señor Herlic.

—Sí, padre, perdón— dijo Blair al tomar asiento en la cuarta silla.

Nada más terminar, comenzaron a salir a las calles, era mejor ir cuanto antes. Era el último año de Blair, sí, pero se quedarían sin el suministro, pues pedía teselas, era su forma de ayudar a su familia porque aun no podía trabajar, su padre la descubrió y le exigió que no pidiera teselas para ellos, sus padres, que solo por su hermana. Elena era muy amada por su familia. Blair y su padre eran los proveedores del hogar, no era la gran cosa pero su nombre estaba diecinueve veces en la urna de cristal.

A la una en punto nos dirigimos a la plaza. La asistencia es obligatoria, a no ser que estés a las puertas de la muerte. Esta noche los funcionarios recorrerán las casas para comprobarlo. Si alguien ha mentido, lo meterán en la cárcel. La gente entra en silencio y ficha; la cosecha también es la oportunidad perfecta para que el Capitolio lleve la cuenta de la población. Conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas delimitadas con cuerdas y divididas por edades, con los mayores delante y los jóvenes detrás.

Los familiares se ponen en fila alrededor del perímetro, todos cogidos con fuerza de la mano. También hay otros, los que no tienen a nadie que perder o ya no les importa, que se cuelan entre la multitud para apostar por quiénes serán los dos chicos elegidos. Se apuesta por la edad que tendrán, por si serán de la Veta o comerciantes, o por si se derrumbarán y se echarán a llorar. La mayoría se niega a hacer tratos con los mañosos, salvo con mucha precaución; esas mismas personas suelen ser informadores, y ¿quién no ha infringido la ley alguna vez? Blair le dedicó una última mirada a su hermana antes de dirigirse hasta enfrente. Intercambiaron miradas, entre tensas y aliviadas, era la última vez que se paraban ahí. El escenario frente al Edificio de Justicia, había cinco sillas, una por cada vencedor, además de la silla del alcalde y de Kiara Clayton, la acompañante del Distrito 7.

Justo cuando el reloj da las dos, el alcalde sube al podio y empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.

Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana.

Tomar a los chicos de los distritos y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observan; así les recuerda el Capitolio que están completamente a su merced, y que tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir a otra rebelión. Da igual las palabras que utilicen, porque el verdadero mensaje queda claro: «Miren cómo nos llevamos a sus hijos y los sacrificamos sin que puedan hacer nada al respecto. Si levantan un solo dedo, los destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13».

Para que resulte humillante, además de una tortura, el Capitolio exige que se traten los Juegos del Hambre como una festividad, un acontecimiento deportivo en el que los distritos compiten entre sí. Al último tributo vivo se le recompensa con una vida fácil, y su distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceite al distrito ganador durante todo el año, e incluso algunos manjares como azúcar, mientras los demás luchan por no morir de hambre.

—Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias— recita el alcalde.

Después, lee la lista de los habitantes del Distrito 7 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años, el 7 había ganado siete veces, cinco todavía seguían vivos: Sabille Roseharty, Eero Nitya, Blight Wethsord, Ginebra Gate y Taxon Sank. La multitud responde con su aplauso protocolario, solo los últimos dos son lo suficientemente jóvenes para permanecer atentos a la ceremonia. Ellos fueron los ganadores más recientes, lo fueron en años consecutivos. Todo se televisaba en directo, así que Ginebra y Taxon se mostraron como la pareja feliz que el público conocía, se dieron un casto beso antes de que Kiara subiera al podio.

—¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre de su lado!

Empieza a hablar sobre el honor que le provoca ese distrito, no era como en otros distritos que sus ganadores se dejaban envolver por el alcohol o la droga. Blair localizó con la mirada a sus padres, estos le dedicaron una mirada reconfortadora, solo le bastó buscar rápidamente con la mirada a Elena para saber que todo estaba bien. Lo peor ya estaba por pasar. Su hermana aun se veía temerosa, quería ir a abrazarla para que no llorara. El momento del sorteo inició cuando Kiara mencionó que las damas iban primero. La multitud contiene el aliento y antes de que pueda volver la vista hacia el frente, se desconectó por completo.

—Blair Herlic.

Los 69 juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora