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—Señorita Blair, debe acompañarnos.

—¿A dónde? — inquirió claramente asustada. Era un escuadrón de cinco Agentes de la Paz y uno de ellos avanzó hasta ella—. ¡No! — dio un manotazo al arma y aguantó el dolor un momento—. No me moveré de aquí a menos que me diga.

—A la Mansión del Presidente Snow.

—¿Disculpa? — ahora se desconcertó.

—Nos acompaña por las buenas, o descubrirá qué tanto sufrió su hermana durante su año de cautiverio.

La castaña dejó caer la canasta con los frutos que traía del bosque para decorar y poner en la repisa. Se aferró a su falda, o a los cuchillos escondidos entre sus ropajes. Uno de los agentes presionó la mirada y con fijeza en ella le decía que no, Harlic sabía que no podía hacer nada estúpido porque llevaban mejores armas que sus pequeños cuchillos. Un agente a cada costado, los otros tres atrás, la escoltaron hasta el tren, así que comenzó a temer por su vida, le vendaron los ojos, le amarraron las muñecas para que no intentara pelear. Blair no lo hizo, sabía que su hermana lo hizo, aun inconsciente, escuchaba su desesperación y deseaba ser fuerte como y por ella.

Inconscientemente, la castaña lloraba por su hermana, la llamaba como si siguiera viva, como si pudiera tomar su mano para salvarla y darle la fortaleza que necesitaba en ese momento. Había seguido las indicaciones de Snow al pie de la letra, mantenía un perfil bajo, sus entrevistas iban con palabras cuidadas para no provocar los supuestos levantamientos que el presidente alegaba. Se preguntaba qué había hecho mal y la verdad la golpeó como un bate de béisbol a la cabeza: Blair entró a la Arena para sacar a la Vencedora, la vio antes de que lo autorizaran.

—¡Llévenla al ala oeste!

Ese no era Snow, quizá su mayordomo, su asistente personal. Fue arrastrada por dos hombres, esas no eran las manos de los Agentes que la acompañaron. El pasillo hacia esa sala se sentía eterno mientras su mente maquinaba a mil por hora qué le iba a hacer Snow y por qué debía ser en su Mansión cuando se especulaba que sus celdas de tortura eran ahí, en el Capitolio, mas no en su casa, y en el 2. Escuchó el bullicio de la capital de Panem, cuchicheos, risas, su reputación había caído.

Al llegar, le quitaron la venda al lanzarla al suelo, apenas pudo detenerse para que el impacto no le afectara tanto. Sus ojos se acostumbraban a la luz morada que enmarcaba los largos y altos ventanales que había en las cuatro paredes. Del otro lado de los ventanales, había gente, reconoció algunos rostros de los patrocinadores, otros, seguro eran de la élite del Capitolio, todos la observaban. Giraba sobre sus talones buscando algo con la mirada, ya no estaban ahí los hombres que la llevaron, una puerta frente a ella se abrió y de ahí entraron los hermanos Cashmere y Finnick. Su sorpresa fue mayor al verlos ahí, ella se apresuró a levantarla y desatarle las muñecas.

—¿Qué ha pasado?

—Me llamaron ayer— dijo Finnick.

—Nosotros llegamos esta mañana— dijo Gloss.

Sean bienvenidos, Mentores— se escuchó una voz casi robótica, los cuatro voltearon a todos lados en busca de las bocinas de donde salía—. Uno de ustedes ha enfurecido al presidente Snow y ha llegado el momento de pagar. Hay diez patrocinadores dispuestos a pagar su multa, en tanto ellos lo disfruten, si no los convencen de absolverlos, serán llevados "abajo".

—¿Lista, novata? — sonrió Glimmer para tratar de calmarla.

—Nunca me habían visto nadie fuera de ustedes.

—Por eso nos llamaron— dijo Finnick sosteniendo la mano de su mejor amiga.

—Una orgía es muy distinto a sus fantasías enfermas— volteó con los hermanos, ellos se encogieron de hombros—. ¿Ya lo han hecho antes?

El tiempo apremia.

La castaña le entregó la soga al rubio del 1. Glimmer le quitó la blusa mientras la llenaba de besos y Gloss le ponía la cuerda en el cuello y la jaló para arrancarle un gemido a la castaña. Finnick se desprendió de la camisa para dejar al descubierto su perfecto torso. Como de costumbre, Blair y Glimmer cedieron ante su belleza, por lo que Gloss comenzó a besarlo para llamar la atención de las chicas, así que ellas siguieron desnudando a los hombres. Blair pasaba sus manos por todo el cuerpo delgado y atlético de la rubia cuando se abrió un palco, igual que las otras aberturas, con un ventanal que dejaba ver al Jefe de los Vigilantes y, a su costado, Johanna estaba atada y amordazada, tenía la cara roja e hinchada de tanto llorar.

—Mason— se le escapó el susurro a Blair, Finnick le puso la mano en la boca mientras metía la mano en su ropa interior, así que ella gimió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Perdón— murmuró Finnick en su oído recibiendo el cinturón en su ahora mano libre. Blair lo quiso buscar con la mirada y recibió un fuerte golpe en las piernas.

—Johanna— la llamó una vez pudo entrar a su recámara, la morena la empujó por instinto—. Soy yo— le sostuvo una mano y con la otra la hizo verla, pero no evitó el golpe al rostro, cuando la susodicha se dio cuenta, se colgó de su cuello—. Tranquila, estoy aquí.

—Vi cómo te lastimaron.

—Estoy bien.

—Mataron a mis padres— lloró con desesperación. Blair la apretó contra sí para tratar de reconfortarla—. Nos trajeron a principio de semana, nos metieron en un cuarto y me hicieron escoger a quién matar, si a mi padre o a mi madre. ¿Por qué no me dijiste que eso nos pasaba? ¡Preferiría morir en el baño de sangre antes que tomar esa decisión de nuevo!

—¿Qué pasó? — pregunta tonta, pero no sabía reaccionar.

—Escogí a mi papá, le supliqué que matara a mi padre para que nada malo le pasara a mi madre y no sirvió de nada, ¡mataron a mi madre! Antes de poder nosotros intentar detener su cuerpo, me saltó la sangre de mi padre. ¡Me cayó su cuerpo encima! Me dejaron toda la noche con ellos, no podía dormir, si cabeceaba, un Agente de la Paz me golpeaba para despertarme. En la mañana los sacaron y me trajeron aquí, me dijeron que había venido por mí y me encontré con una escena donde te están violando.

—Snow sabía que bajé por ti a la Arena, tenemos prohibido verlos hasta el día de la coronación.

—¿¡Y yo qué culpa tengo!? Yo no te pedí que fueras.

—Esto le pasa a los Vencedores cuando no se unen al catálogo, los mejores y más codiciados, los más atractivos. Ellos forman parte de ese catálogo "clandestino", me lo ofrecieron y, al negarme, amenazaron con matar a mis padres... así que yo los maté antes, en venganza, se llevaron a mi hermana y la torturaron durante un año. La metieron en la Arena sólo para torturarme a mí; ella ya no tenía fuerzas para luchar.

—¿Por qué no me dijiste?

—¿Crees que a alguien le gusta hablar de eso? Taxon y Ginebra también lo sufrieron, todos los vencedores antes de nosotros, si no te sometes a esa humillación constante, te castigan.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Sinceramente no creí que sobrevivirías, cuando murió mi hermana, no creí que podría traerte de vuelta— sollozó.

—De haber sabido que tus padres y hermana fueron destruidos de ese modo, hubiera hecho más.

—¿Y qué ibas a hacer? Yo no pude, menos tú que no habías siquiera salido sorteada.

—No me menosprecies.

—No conocías los horrores de la Arena, si no has visto a gente morir, no puedes jalar del gatillo. Yo no pude hacerlo a la primera, titubeé un momento.

—¿Si hubieras tenido la oportunidad, habrías evitado la muerte de mis padres?

—No estaríamos hablando.

Los 69 juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora