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—Gracias por aceptar nuestra invitación a comer— sonrió la madre de Blair mientras servía los platos y Elena los llevaba hasta cada comensal.

—Es una tarde importante— sonrió Taxon.

—¿Ah sí? — se sorprendió su padre.

—Sé que ha tardado un mes, pero ya está aquí— dijo Ginebra acercando un cofre enorme, lo podía con esfuerzo disimulado—. Este es nuestro obsequio por tu triunfo.

—¿Es verdad?

—Ábrelo— incitó Ginebra. La castaña cruzó miradas con su madre, esta asintió y lo abrió: era un hacha, grande, como la que usaban los antiguos vikingos, los detalles en dorado y verde esmeralda, en el mango, la inscripción brillante como el oro, su nombre completo, los Juegos en que participó, el nombre de Evan. Comenzó a derramar lágrimas, esta vez de alegría.

—Muchas gracias. En verdad lo agradezco— se apresuró a abrazar a sus mentores.

—Es hermosa— atinó Elena.

—Pediré que Kiara mande una vitrina para guardarla en el despacho— a Blair le brillaron los ojos de solo imaginárselo—. Esta preciosura de arte no puede ser desperdiciada en unos árboles cualquiera.

—Mientras no uses tus manos— se burló su madre.

—Perdón, no lo volveré a hacer— sonrió antes de tomar asiento en su respectivo lugar.

***

La Gira de la Victoria. Colocada estratégicamente entre unos Juegos y otros, una forma en que el Capitolio mantenía vivo el horror de la carnicería vivida. Así los Distritos tienen en claro la mano de acero del Capitolio, los vencedores estaban obligados a celebrarlo de forma anual. El vencedor debe visitar cada Distrito, enfrentar a las masas y más importante, a las familias que perdieron a sus seres queridos durante los Juegos. En realidad, no le temía a ninguna, solo a la que estaba en casa. Faltaban todavía varias semanas, pero ya le habían tomando medidas.

—Hoy no iré al bosque contigo— se disculpó Blair.

—No te preocupes por ello— le sonrió Ginebra—. Debes comenzar con los tratamientos que te mandó Kiara. Sirve que Taxon y yo nos ponemos con los pendientes antes de irnos.

—Gracias por entender— la abrazó y caminó en dirección a su casa, a tres del matrimonio. Se le hacía extraño que hubieran puesto la cerradura, así que sacó sus llaves, giró el picaporte y entró. Dejó las bolsas de compras sobre la mesa—. ¿Mamá? ¿Ya regresaron?

—Estoy aquí en cocina, pero tu padre te necesita en el despacho— habló a lo lejos, solo que no estaba su progenitor.

—Presidente Snow— hizo una reverencia nada más verlo. El hombre canoso estaba sentado detrás del escritorio, en su asiento.

—Siéntese.

—Sí, señor.

—Estos son los nombres de los hombres que han pedido cita con usted, véalos y me dice con quién quiere empezar...

—¿Disculpe? ¿Empezar con qué?

—Son sus clientes.

—¿Usted cree que yo soy una cualquiera?

—Dada tu influencia sobre la gente, tienes un buen cuerpo y muchos quieren disfrutar de él y para resarcir el daño ocasionado.

—¿El que me hizo?

Los 69 juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora