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En esta ocasión vistió colores perlas y azules, pero portaba la corona que le regaló Blair

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En esta ocasión vistió colores perlas y azules, pero portaba la corona que le regaló Blair. Su mentora tomó su mano para hacerla girar sobre su propio eje y ambas rieron. Joanna Mason seguía a sus mentores rumbo al ala que le prepararon para la entrevista, un sillón de terciopelo. Era un vestido azul largo y ligero, incluso volaba con cada paso, así que la pequeña se sentó subiendo los pies y cubrió parte del sofá incluso. Ahí estaban sus mentores, su estilista y el equipo de producción. Blair sentía cierta satisfacción por llevar una victoria a casa, no era su momento, pero igual lo saborearía.

Escuchó a la joven hablar sobre cómo fue su proceso, el cómo se sintió al tener que dejar a sus padres y a su hogar atrás y, como cualquiera que pisaba la Arena y volvía, jamás volvería a ser la misma. Prometía llevar un cambio como sus mentores habían hecho, buscaría algo de provecho para ofrecer a su Distrito. Esa entrevista parecía tan lejana, se imaginó a su hermana haciendo eso y sus ojos se cristalizaron, tratando de no hacer ruido, se permitió llorar. Taxón la rodeó con un brazo para reconfortarla.

—Bien hecho.

—Gracias.

—Ahora la mejor parte: hora de irnos— Joanna se colgó de su brazo y ambas vencedoras anduvieron detrás del matrimonio.

Llevó a Joanna hasta su habitación y ella le pidió quedarse ahí luego de la cena. La castaña fue a cambiarse mientras la nueva vencedora hacía lo propio. La nueva vencedora gritaba entre sueños, Blair no podía decir que había visto todos los horrores de la arena, pues había estado ebria un tiempo, su nueva forma de lidiar con las pesadillas. No podía hacerle eso a una niña, sólo se sentó ahí, a sostener su mano y evitar que se golpeara en algún movimiento brusco. Ginebra fue a llevarle chocolate caliente con bombones y dijo que sería su relevo mientras desayunaba.

—Haces lo correcto.

—No me siento así.

—Aunque la Arena le ha robado su inocencia, sigue siendo una niña...

—No me siento capaz de decirle lo que viene después.

—No lo hagas, ninguno tiene la fuerza para enfrentarse a eso.

—No quisiera que le pasara nada.

—No te mortifiques.

—No puedo evitarlo— sollozó.

—¿Esto es por Elena?

—Annie también quedó destrozada por Los Juegos, Finnick la ayuda lo posible, así que debo hacer lo mismo por Joanna.

—No es tu responsabilidad.

—Tú ayudaste a Taxon.

—Cuando nuestros intereses fueron en común: aniquilaron a su familia.

—Ahora somos un roble que sostendrá a Joanna.

—No podrás sostenerla si no vas a desayunar.

—Estoy a un grito de distancia— besó la sien de la rubia y fue al comedor, donde ya estaba Taxon sirviéndose un poco de todo.

—¿Ya te dio la charla motivacional?

—¿Tú me darás una?

—¿Cómo te sientes al respecto?

—Llevaré a alguien a casa— dijo en tono nostálgico.

—Tu hermana estaría orgullosa de ti— le extendió la mano para que se sentara a su lado—. Esto está delicioso.

—Para ti todo es delicioso.

—¿Quién no ama la comida?

—Buen punto.

Comenzaron a repartirse el pan tostado, el tocino, las papas en gajos, un poco de huevo, champiñones en salsa soya, café para cada uno y probaron el pay de calabaza. Blair y Taxon siguieron charlando sobre la deliciosa comida y que deberían esconder un par de platillos en las maletas de todos y deshacerse de la ropa, al cabo no usaban nada de esas extravagancias en el 7, estuvieron de acuerdo y corrieron a esconderlo mientras escuchaban los gritos de Ginebra detrás de ellos. A veces era la mamá de ambos y otras les seguía en las travesuras.

—Ya casi llegamos— anunció la rubia.

—Iré a cambiarme y a despertar a la niña.

Se desprendió de sus acostumbrados vestidos para usar un pantalón morado claro con una blusa lila y zapatillas lisas en color perla. Joanna pidió un vestido para mantener esa aura de niña que se esforzó por demostrar en sus últimas apariciones públicas. Ginebra y Taxon salieron primero, luego Blair y al final el nuevo trofeo del Distrito 7: Joanna Mason. Las cámaras la amaban, todos querían que les sonriera, se negó a dar autógrafos. Una vez que cubrieron las revistas más importantes del Capitloio, los dejaron sólos. El matrimonio volteó a ver a las neófitas.

—¿Podrías acompañarme?

—¿La gran Reina Roja no puede hacerlo sola? — la susodicha torció los ojos a modo de respuesta, la castaña sonrió con picardía—, por supuesto, vamos.

—Gracias— se colgó de su brazo y ambas anduvieron para que la Vencedora fuera al encuentro de sus padres.

Los 69 juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora