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Pasaron ahí la noche, la celda era fría, sin catre siquiera, apenas logró una manta para su primera victoria. Le dolía todo el cuerpo, los hermanos la azotaron con el cinturón, con la cuerda y dieron palmadas. Llevaba una pantalonera y una chamarra deportiva para ocultar los moretones y alguna herida que se les fue de la mano. No permitieron que Finnick curara sus heridas, pero sí investigar el caso de Johanna Mason, seguro los cuerpos de sus padres ya iban camino al 7 para darles sepultura necesaria. Tocaron a la puerta, se levantó y fue a la rejilla, había una de esas pomadas mágicas que daban en los juegos para sanar las heridas, agradeció y volvió a su sitio.

Cerca del mediodía, Johanna despertó, Blair la instó a irse cuanto antes, no quería tentar a la suerte y que ocurriera cualquier otra cosa. Llevó a Mason a su camarote y ordenó al avox gritar si se ponía mal, así de grave era el asunto y así de enorme sería su ira si algo le pasaba a la joven. Fue a bañarse al propio y ponerse ropa nueva, ropa propia, con algo de esfuerzo, llenó su cuerpo con esa pomada, un poco fría, tembló un poco los primeros minutos. Al acostumbrarse, anduvo por los vagones hasta la puerta de Johanna, preguntó a la avox por la joven y, a su modo, le contó cómo estaba.

Blair se sentó sobre la encimera, sólo la vio durante las largas horas de camino y se percató que Snow lo descubrió mucho antes que ellas, pero no podía decirle a Johanna que la castigaron así por su culpa, que le arrebataron la oportunidad de elección por su culpa. No lloró, sólo se puso a pensar en la mejor opción para decirle la verdad. No la había, ni remotamente, no quería causarle más daño a la joven, no lo merecía. Volvió el avox con comida para ambas, la castaña no quiso despertarla, seguro la habían cedado, así que ella tampoco probó bocado.

—Vimos que paró el camión, pero nadie bajó— la rubia se asomó al camarote.

—Vamos en un momento.

—Por tu aspecto, deduzco que la pasaron mal.

—Cree que me violaron— la rubia se desconcertó—, la hicieron ver una orgía.

—¿Con los hermanos y con Finnick?

—¿Cómo lo sabes?

—Kiara mencionó que también nos pedirían a nosotros.

—Pero ustedes trataron con ella.

—Pero también sería humillación contra nosotros; nos casamos por estrategia, ganamos más fanáticos, no teníamos una historia de amor, fuimos vencedores consecutivos y nuestro dolor nos unió. Nosotros no teníamos una falsa idea de rebelión, no usamos la arena en su contra, no lo desafiamos de ningún modo, y tampoco formamos parte de ese catálogo.

—Espera afuera, la voy a despertar.

—Le diré a Taxon que saque a los mirones de aquí.

—Gracias— Ginebra le acarició el hombro antes de volver al andén. Blair se levantó con esfuerzo, la crema ya se había secado, se bañaría llegando a casa, aún había un poco de dolor—. Johanna, llegamos.

—No quiero bajar... no sin ellos.

—Estoy aquí— los ojos de su interlocutora se cristalizaron—, mírame.

—¿Prometes que no me vas a dejar?

—Estoy aquí, estoy ahora y no te soltaré jamás.

—Gracias.

—A ti.

Johanna sonrió y unas lágrimas bajaron, Blair le dio la mano y fue recibida de buen grado. Entrelazaron sus dedos y caminaron juntas fuera del tren, ahí estaba el matrimonio más famoso de Panem. Taxón sostuvo a Johanna y la llevó a la casa de Blair, la castaña y la rubia iban un par de pasos atrás. Los padres de Blair revisaron y curaron a las chicas, la matriarca estaba angustiada, su hija había salido a resurtir la alacena y no volvió, pensó lo peor, sabiendo que Snow la perseguiría por desafiarlo, respiró por fin al verlas entrar, parecía que dejaba ir un peso enorme.

—Hija mía.

—Ella primero, por favor.

—Debo asearte— la ayudó a subir las escaleras.

—Se va a quedar aquí— sentenció Blair a su padre cuando su madre y la joven se fueron—. Ella no tiene a nadie.

—Te tiene a ti.

—Fue mi culpa.

—No te atormentes así.

—Tu padre tiene razón— Taxon se sentó a su laso y sostuvo su mano—, Snow la habría castigado a pesar de ti y sin ti.

—¿Debería decirle?

—No merece más dolor.

—Merece la verdad.

—¿Y cuál es esa verdad? — su padre contratacó.

—¿Prefieres que hable yo con ella? — intervino Ginebra luego de que Blair se quedara pensando—. Quizá eso ayude.

—No, lo haré yo.

—Ya salimos— anunció la madre.

—Debes quitarte eso— Ginebra la siguió mientras subían las escaleras y la ayudó a ponerse de pie.

—Gracias.

—Ni lo menciones.

—Nunca creí que me costara tanto una victoria.

—No la llevaremos a los próximos juegos.

Los 69 juegos del hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora