capítulo cuarenta.

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Akira

Sentía como las manos del morocho transpiraban y sus piernas titubeaban, entonces entrelazé nuestras manos para tratar de calmarlo. Él me dedicó una leve sonrisita a boca cerrada pero aún asi, seguía nervioso.

—No salen más, ¿y si vamos a ver qué onda? —preguntó el morocho dispuesto a levantarse del cantero, pero yo al instante lo frené.

—Dijo Maia que los esperemos acá, ya van a venir, quedate tranquilo. —murmuré acariciando su mejilla. Él giró su cabeza para conectar miradas conmigo y sin darnos cuenta quedamos a solo centímetros de distancia. Su vista por inercia bajó a mis labios y yo no lo pude evitar; hice lo mismo.

Su frenté se pegó a la mía y a nuestro alrededor se sentía un completo silencio, o quizás era yo que sentía que no había nadie más en el mundo que solo nosotros; porque siempre me pasa cada vez que estoy así de cerquita suyo.

Su mano subió hacia mi mentón donde allí dejó una pequeña caricia en mi labio con su pulgar. Sus ojos se cerraron logrando que yo lo imitara, creyendo que tan deseado beso iba a suceder pero....no, un hondo suspiro se escapó de su boca dándome a entender la frustración que esto le daba.

No era lo correcto, y él lo sabía.

—Te juro que es lo único que me podría calmar en este momento. —murmuró mirando hacia un costado con tal de no verme a mí. Yo tragué en seco y carraspeé mi garganta nerviosa.

—No estés tan nervioso, pensá en que hoy vas a tener a Valentín otra ves con vos. —hablé por primera vez luego de unos cuantos minutos en un extraño silencio.

—¿Y si lo quieren dejar más tiempo? Estuve averiguando en Internet y esa verga que le hicieron en el estómago si sale mal puede tener un montón de complicaciones, ¿mirá si lo tienen que operar? —soltó asustado, logrando que yo suelte una leve risa mientras negaba con mi cabeza— ¿Y si la operación sale mal?¿Mirá si empeora? —volvió a preguntar con miedo. Quería tranquilizarlo, quitarle todos esos miedos y prometerle que el ojiazul saldría de aquél lugar cuanto antes tal como nos dijo su madre, pero al ver la presencia que se encontraba detrás suyo quedé estática.

Mis ojos automáticamente se cristalizaron y pude sentir como inconscientemente se ensanchó una sonrisa en mi rostro, era tanta la felicidad que sentía que realmente no me cabía en el pecho.

—Acá estoy, hermano. —habló Valentín por detrás de su cuerpo, tomándolo por sorpresa ya que él de tantos nervios ni siquiera habia oído los pasos de su amigo.

Apenas oyó aquélla conocidísima voz enseguida se dió la vuelta de un ágil movimiento, y en un segundo, se levantó de un salto para lanzarse a su cuerpo en un fuerte abrazo.

Detrás de ambos estaban los padres de Valentín, quienes miraban a los dos con una enternecida sonrisa y los ojos aguados, mientras que yo no podía creer que teníamos otra vez con nosotros la hermosa presencia del ojiazul.

—Nunca más me asustes así, nunca más. —oí la voz de Mateo algo mocosa y quebrada, mientras su amigo lo aferraba con más fuerza a su cuerpo. Él también estaba llorando, y yo no me quedaba atrás.

—Perdoname. —murmuró el ojiazul de manera poco entendible, ya que se lo notaba extremadamente quebrado.

El abrazo duró un largo tiempo, mientras ambos amigos trataban de consolarse el uno con el otro, y los tres restantes que quedamos no podíamos sacar nuestras vistas de la situación con lágrimas en los ojos.

Akira; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora