Akira; trueno.

capítulo doce.

Akira

—De verdad te extrañe, eu. —dijo el morocho mientras no se despegaba de nuestro abrazo. Desde que llegué a su casa luego de que me contara que había vuelto de la casa de su papá, no para de abrazarme y de mirarme sonriente, como si no nos hubiésemos visto por años.

—Que exagerado che, fueron un par de días nomás. —carcajeé recostando mi cabeza en el respaldo del sillón, él imitó mi acción con su vista hacia adelante.

—Ya sé, pero a la nochecita me pegaba el bajón y te necesitaba. —contó disminuyendo su tono de voz, entonces ahí me sentí la peor persona del mundo por haberme reído de él.

—Perdón. —musité arrepentida y éste negó con su cabeza sonriente para despreocuparme— ¿Por qué te pegaba el bajón? —pregunté girando mi cabeza para mirarlo, él alzó sus hombros e imitó mi acción para poder conectar miradas conmigo.

—Tengo la estabilidad emocional en la mierda, de día estoy bien y de noche me dan ganas de llorar un año entero, estoy así hace varios días. —dijo algo cansado y era creíble, en varias ocasiones llegue a notarlo un poco ojeroso y cansado.

—Si no podías dormir me hubieses echo videollamada tonto, sabes que estoy para vos en cualquier momento. —chasqueé mi lengua apenada mientras acariciaba su mejilla con una de mis manos. Él me dedicó una media sonrisa a boca cerrada hermosa.

—No quería molestarte, como no me hablaste los otros días capaz estabas ocupada, no sé. —contestó alzando sus hombros con algo de timidez, yo negué con mi cabeza repetidas veces.

—Yo no te hablé porque vos no lo hacías, capaz estabas disfrutando con tu papá y no quería joder. —expliqué y ambos reímos al unísono, por la única razón de que a ambos nos daba pudor hablarnos.

—A mí no me jodes nunca, Kira. —aclaró él con suavidad, sin dejar que aquélla sonrisa desaparezca de su rostro.

—A mí tampoco. —contesté imitando su gesto, aunque estoy segura que mi sonrisa no era igual de hermosa que la que él me estaba dedicando.

—¿Te puedo abrazar? —preguntó algo inseguro y con un poco de timidez. Me causa ternura que, aunque ya hayamos llegado a un nivel avanzado de confianza y amistad, me siga preguntando esas cosas.

Sin responderle una sola palabra lo tironeé de su brazo para atraerlo a mi cuerpo, él soltó una pequeña risita y se aferró a mi cuerpo con su cabeza en mi pecho para luego dar un hondo suspiro aliviado.

—¿Vas a juntarte con tus amigos? —pregunté mientras mis brazos aún seguían rodeando su espalda.

—Nuestros amigos. —corrigió y yo abrí grande mis ojos, ¿cómo podría llamarlos mis amigos si los vi una sola vez en mi vida?— Y...si, van a venir en un rato. —contestó haciéndome poner algo nerviosa, no sé porque me generaba eso saber que invitaría a sus amigos, probablemente porque no los conozco lo suficiente como lo conozco a él.

—Tus amigos, Mateo. Apenas los conozco de vista. —corregí yo y pude ver desde el ángulo en el yo me encontraba, como rodaba sus ojos terco.

—Mis amigos son los tuyos, corta. —contestó firme para terminar la mini discusión sin sentido que se había armado. Mordí mi labio inferior para retener la risa y negué con mi cabeza.

—¿Y a que hora vienen? —pregunté curiosa mientras jugaba con su pelo, él alzó sus hombros indiferente.

—Solo me dijeron que iban a venir, ellos siempre caen a la hora que les pinte. —respondió, y apenas terminó de decir la última palabra, escuchamos el timbre sonando repetidas veces, durante varios segundos de forma muy molesta— Ahí llegaron. —sonrió ansioso mientras se levantaba del sillón de un salto— Vení conmigo. —estiró su brazo con una sonrisa para que me tomara de su mano, sus ojos brillaban un poco, al parecer estaba bastante contento por ver a sus amigos, o porque nos reunamos todos juntos como la última vez.