Mateo.
—Perdoname, soy un pelotudo, de verdad perdón. —pedí revolviendo mi pelo con miedo mientras caminaba de una punta a la otra de la habitación, y ella aún en ropa interior sentada en el medio de la cama mirando tildada a cualquier parte del piso. Pero eso sí; estaba llena de miedo, y sus ojos se encontraban tan cristalizados que eso era un claro aviso que en cualquier momento quebraría en llanto— Amor estaba fumadísimo, me calenté de más y...n-no sé, me olvidé, no me di cuenta. —expliqué esta vez arrodillandome en piso justo al lado de la cama para ponerme a su altura y que así me mirara. Me desesperaba que ella no omita una sola palabra— Perdoname. —volví a pedir culpable, esta vez acunando su rostro con ambas manos para conectar miradas con ella.
—Los dos estuvimos mal, Mateo, ninguno de los dos frenó al otro cuando nos dimos cuenta que no teníamos forros. —murmuró mordisqueando su labio inferior, e inconcientemente un puchero se estaba formando en sus labios amenazando escaparse aquéllas lágrimas que tanto soportaba, entonces enseguida me levanté del piso y me senté a su lado para abrazarla.
Ella se subió a mis piernas y se aferró con fuerza a mi pecho, y con nuestros cuerpos pegados pude notar cuan fuerte latía su corazón.
Igual que el mío.
—Tengo miedo. —musitó con su voz quebradiza, y pude sentir como la primer lágrima se deslizaba sobre su mejilla, entonces enseguida se ocultó en mi cuello.
Y mis ojos se cristalizaron.
Yo siempre soy el que trata de traerle calma cuando está así, pero hasta yo siento el mismo terror que ella.
—¿Y s-si e-estás...? —titubeé sin ni siquiera animarme a terminar la oración, y ella enseguida salió de su escondite para mirarme a los ojos, con su mirada triste y su rostro bastante humedecido en lágrimas.
—¿Y si estoy? —preguntó con miedo, yo mordisqueé el interior de mi mejilla y suspiré hondo.
—Lo que sea que elijas hacer yo voy a estar de acuerdo, es tu cuerpo, amor. —contesté tratando de transmitirle tranquilidad, pero por dentro era una bola de nervios y muchísimo miedo.
—¿Y si lo quiero tener? —preguntó y puedo asegurar que me puse pálido. Mis manos transpiraban un montón y mi corazón cada vez palpitaba con más frecuencia.
—N-no nos adelantemos, capaz no lo estás y nos preocupamos al pedo...¿cuándo te tiene que venir? —pregunté y sus ojos se aguaron peor. No sé que dije de malo, no entiendo.
—En dos días. —murmuró cabizbaja, y su voz había cambiado. Estaba tan quebradiza que apenas llegaba a entenderla— ¿Qué pasa si estoy embarazada y elijo tenerlo, Mateo? —repitió la pregunta tratando de afirmar su voz, pero no había caso.
Yo tragué saliva nervioso y levanté su mentón para que se animara a mirarme.
—Ninguno de los dos tiene un laburo, ni menos los recursos para mantener a una criatura. —determiné en un murmuro, y la primer lágrima desde mis palabras se deslizó por su mejilla.
—Me vas a dejar sola. —asumió agachando su cabeza para que yo no la vea llorar, entonces también tapó su rostro con ambas manos.
—Amor, ¿que decís? no, ni en pedo. —aseguré atrayendola a mi pecho para abrazarla, mientras sobaba su espalda y dejaba algunos besos en su cabeza para tranquilizarla— Si eso pasa y vos elegís tenerlo te prometo que voy a conseguir un buen laburo y vamos a hacer las cosas bien, ¿sí? —agregué alzando mis cejas seguro mientras acunaba su rostro con ambas de mis manos— Pero no nos apuremos, tenemos miedo cuando ni siquera estás pasando por un atraso. —la calmé fingiendo no darle tanta importancia, pero no...todo lo contrario.
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Akira; trueno.
Romance"Siempre imaginé que algo especial tenías, tu nombre encaja perfectamente con vos. Sos luz, y llegaste justo para iluminarme en la oscuridad donde yo estaba metido" Esta novela habla de temas sensibles y delicados que pueden ser ofensivos al lector...