capítulo cuarenta y tres.

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Akira

Mientras mis dedos se enredaban en el pelo de Palacios la primer lágrima se deslizaba por mi mejilla.

Y...no, no era el Palacios que yo deseaba, era Emilio, con quien básicamente pasé la tarde mirando películas ya que Mateo ni siquiera se hacía presente en el mismo espacio que el mío; trataba de esquivarme a toda costa.

Siento culpa, y bronca conmigo misma. Sabía que él no estaba enojado, más bien dolido por haber jugado así con él, y tenía razón.

Sé lo mal que la pasó con la imbécil de Agustina, quien lo usó y lo descartó, y yo ahora estoy imitando a aquélla desagradable persona.

Sé tambien las inseguridades que tiene en su cabeza, y sé cuánto sufre con eso, y por eso no podía parar de pensar si en estos momentos él estaba en su habitación maquinandose con negativos comentarios como suele pasarle. Por mi culpa, maquinandose por mi culpa.

Suspiré hondo y sacudí mi cabeza asustada al oír el tono de llamada de mi celular sonar, entonces lo agarré lo más rápido posible antes de que el menor se despertara porque... sí, no aguantó ni quince minutos de película.

Chequeé la pantalla para ver de quien se trataba la llamada y al ver el contacto del ojiazul no solo tuve una mezcla de confusión y preocupación, sino que también no dudé en atenderle cuanto antes.

Valen, hola. —saludé en un murmuro, ya que tenía recostado sobre mis piernas al menor y no quería despertarlo.

Hola Kiki...perdón la hora, ¿dormías? —preguntó y su voz sonaba extraña, como mocosa o débil.

No te preocupes, no estaba durmiendo, ¿qué pasó? —pregunté preocupada, y éste sorbió su nariz.

Me siento mal, y no sé que hacer. —confesó en un murmuro, y pude sentir como estaba reteniendo las ganas de quebrar en llanto en plena llamada— Lo llamé a Mateo pero no sé...duerme, no me atiende. Dani tampoco. —agregó algo entristecido, y pude sentir un hondo suspiro escaparse de su boca— Perdoname por llamarte a vos, quizás estabas por dormir y... —comenzó a hablar algo culpable, pero yo ni siquiera dejé que terminara su oración.

Chiquito, no pidas perdón, de verdad me gusta que pienses en mí en estas situaciones, sabés que lo que más quiero es verte bien y siempre voy a hacer todo lo posible para ayudarte. —determiné y pude sentir como en sus labios se formó una pequeña sonrisa.

Quería que me distraigas, ahora medio que sé sobrellevar mis bajones pero todavía me cuesta un poco y si no distraigo la cabeza hago cagadas. —dijo y yo asentí sin problema— Te hice caso, ¿sabías? empecé el psicólogo. —contó y puedo jurar que entre tantas malas fue una noticia que me alegró el alma.

Dios, Valen, me pone muy contenta eso. —solté alegre, con una sonrisa de oreja a oreja que no se borraba— ¿Y cómo te está yendo?¿Te ayuda? —pregunté curiosa.

Recién tuve dos sesiones porque hace poquito paso todo esto, ¿viste? entonces tengo que ir dos o tres veces por semana, pero me sirvió un montón porque desde el minuto uno la mina me sacó la ficha de todo...—comenzó a contar y yo me acomodé en la cama para oírlo atenta— Se notaba que me prestaba atención y me dió varios consejos como para ayudarme, hablamos bocha...—continuó y yo sonreí— Yo me pude desahogar un montón y las cosas que ella me decía posta me sirvieron bastante, ahora estoy un poco más tranquilo sabiendo que tengo a alguien con quien afrontar mis bajones. —finalizó y aún mi sonrisa no se iba, realmente estaba muy contenta por él.

¿Viste? No es lo mismo que hablar con nosotros, es como que ellos saben que hacer y que decir, en cambio nosotros tratamos de ayudarte como podemos pero realmente no es lo mismo. —hablé y este asintió dándome la razón— De verdad no sabés lo contenta que me pusiste, boludo, necesitaba escuchar eso. —contesté acompañado de una débil sonrisa a boca cerrada, y éste soltó una pequeña risita que fue como una caricia al corazón.

Akira; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora