capítulo cuarenta y ocho.

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Mateo

—Dios, no, nunca me sentí tan mal en mi vida. —sollozó la morocha aferrada a mi pecho mientras yo acariciaba su pelo y ponía mi mayor esfuerzo para no reírme de ella.

A veces tener que convivir con una mujer en sus días es como tener que vivir en el mismísimo infierno: cambios de humor, malos tratos, gritos, etcétera...o al menos eso pensaba yo hasta que me tocó pasar un fin de semana con Akira indispuesta.

—Dios, kira, no puede ser que llores así, de verdad. —solté sorprendido al mismo tiempo que mordía con fuerza mi labio inferior para evitar que una carcajada se escapase de mi boca, sabía que eso la enloquecería.

—¿Vos viste como lo acariciaba con la trompita? No se merecen nada malo en este mundo. No puede ser, Mateo, me duele el corazón. —acotó entre un mar de lágrimas oculta en mi pecho con seis paquetes abiertos de distintos chocolates en medio nuestro, y unos cuantos pañuelitos que utilizó en prácticamente toda la pelicula de "Dumbo".

Sí, Dumbo.

—Es una película animada, chiquita, no tenés que llorar así. —traté de consolarla con seriedad, pero...no, no lo logré, al instante que dije aquélla última oración no pude evitar soltar aquélla carcajada que tan guardada me tenía.

—¡Sos un pelotudo, minimizás todo lo que me pasa! —soltó molesta separándose de manera brusca de mi pecho para luego darse la vuelta y seguir llorando dándome la espalda.

—Dios, perdón, es que me da gracia. —solté para luego apretar con fuerza mis labios— Perdoname mi chiquitita, no llores. —pedí dejando un pequeño besito en su mejilla mientras pasaba uno de mis brazos sobre su abdomen para dejar una caricia— Es sábado y son las diez de la noche, no podés estar acá llorando, tenemos que enfiestarnos. —animé sacudiendo su cintura con la misma mano con la cual la acariciaba, entonces apenas oyó mi oración se sentó de un ágil movimiento.

—Voy a tomar hasta terminar en el hospital por un coma alcohólico con tal de ahogar todas las penas del mes. —determinó mirando hacia un punto fijo pareciendo estar tildada, me causaba gracia pero no se lo hice saber antes de que me termine cagando a puteadas.

—Evitemos lo del coma alcohólico pero dale. —contesté sonriente— Pero cambiame esa carita porque así no te permito que bailes unas buenas rolas conmigo. —largué en un acento tan divertido que la hice soltar una pequeña carcajada, mientras yo me levantaba de la cama para poner la primer canción que me aparezca en el YouTube del televisor—Dale bebé, levantate. —pedí tironeando su brazo una vez que ya había comenzado la canción, porque en el momento en el que me puse a elegir la música ella ni siquiera fue capaz de salir de la cama; solo volvió a acostarse.

—Estoy triste. —murmuró desanimada, y me daban ganas de llenarla de besos y llorar a su lado si era necesario. Pero no, no podía permitir que la maldita menstruación me la deje tan cambiante de ánimo.

—Yo te saco la tristeza, dale. —insistí tironeando con más fuerza. Ella soltó un suspiro algo cansada y con pesadez se levantó de la cama.

No solo estaba despeinada, sino que estaba vestida aún con la musculosa gigante mía y debajo solo llevaba el Bóxer que le presté al menos hasta que su ropa interior se secara.

—¿Y si mejor dormimos? De verdad, no tengo ganas. —resongó entristecida, pero yo volví a negar con mi cabeza mientras quitaba de su muñeca la colita de pelo que llevaba como si fuese pulsera para recoger su pelo con cuidado de no hacerle mal y así hacerle una sensilla colita. Ella bufaba como si fuese una nena chiquita pero aún asi yo trataba de levantar al menos su aspecto para que se sienta un poquito mejor.

Akira; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora