capítulo cuarenta y dos.

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Mateo

Me levanté de un salto de la cama contento como un infante al oír el timbre sonar, estuve toda la mañana recostado en mi cama mirando hacia el techo esperando así la llegada de Akira, realmente estoy muy emocionado.

Pensar que en cuanto la vea podría llenarla de besos sin culpa y que finalmente podríamos tener esa libertad de hacer lo que queramos sin andar pensando en alguien más me trae un alivio enorme en el pecho.

Bajé a las apuradas las escaleras para verificar que la llegada era de mi amiga y efectivamente, en la puerta aún del lado de afuera se encontraban su madre y su hermano saludando a mi mamá, probablemente ella estaría detrás pero su estatura mucho no logra que la viera.

Me acerqué para poder saludar a los tres presentes y al llegar a la puerta, por primera vez en el día pude ver a la morocha, aunque no hubiese esperado nunca verla así...

Estaba hermosa, como siempre, pero en su semblante se reflejaba lo desanimada que había venido.

Sus ojeras un poquito marcadas delataban las pocas horas de descanso que tuvo y sus ojos estaban raros...algo tristes, y con un brillito extraño; estuvo llorando, o al menos eso parecía.

Toda la emoción que cargaba se esfumó de un momento a otro y mi semblante cambió a uno apenado.

No hay nada que sufra más que ver a mi gente y a los que amo en mal estado, realmente me duele.

—¡Mateo, hola! —saludó eufórico el menor corriendo hacia a mi cuerpo de un fuerte abrazo. Yo esbocé una forzada y débil sonrisa a boca cerrada.

—Hola enano, ¿cómo estás? —pregunté despeinándolo un poco en modo de saludo, éste contesto un "bien" bastante ligero y sin dejarme seguir hablando, corrió hacia Emilio quien al oírlo ya había bajado a saludar.

—Mateo, hola. —saludó sonriente esta vez la mayor, y yo perdido en la extraña mirada de la morocha que no conectaba con la mía desde que llegó, volví mi vista hacia la mayor para saludarla con educación.

Una vez que salude a ambos, nuestras madres pasaron al living a tomar mates y los menores corrieron hacia el patio a jugar a la pelota.

Akira aún no me miraba y eso me ponía bastante nervioso... entre el extraño silencio que había entre nosotros, su triste semblante y su perdida mirada no era una combinación para nada buena.

—Hola, chiquita. —murmuré con algo de vergüenza mientras me acercaba a su cuerpo, y ella sin decir palabra alguna se aferró a mi cintura en un fuerte abrazo dejándome a mí el triple de confundido— ¿Qué te pasa, ey? —pregunté acariciando su pelo  y dejando algunos besos en su cabeza— ¿Estás bien? —interrogué esta vez separándola de mi cuepo para así acunar su cara con ambas de mis manos. Ella tragó en seco y asintió con su cabeza, aunque no era para nada creíble su respuesta si su cara seguía bastante triste.

Giré mi cabeza hacia atrás para chequear que estemos solos y al ver a las mayores bastante concentradas en su charla, volví mi vista hacia la morocha para dejar así un pico en sus labios. Pico que quería convertir en un beso, pero ella no me dió el pie a hacerlo. Realmente está rara.

—Dale, kira, ¿qué te pasa? —pregunté esta vez un poco más serio mientras me separaba de su cuerpo para mirarla, pero justo en el momento en el que abrió su boca para hablarme por primera vez en el día, nos interrumpió la voz de su hermano.

—¿Kiki, vemos una película? —pidió el menor mientras corría a su hermana y tironeaba de su brazo, por atrás apareció Emilio también con una sonrisa de oreja a oreja.

—No tengo ganas, Santi, otro día. —contestó algo desanimada y cansada, pero rápidamente saltó mi hermanito.

—¡Por favor, Kiki, dale! —insistió Emilio, quien apenas habló levantó su vista hacia mí— Convencela Mateo, dale, veamos una película. —rogó esta vez a mí, pero...ni siquiera fue necesario que yo se lo pidiera.

Akira; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora