La boda de dos bobos

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CUARENTA

Fue muy distinto ver a Rubius en la sala privada de la catedral a verlo parado solemnemente frente al altar.

Normalmente Rubius siempre tenía una apariencia descuidada; si bien pertenecía a la aristocracia su postura y conducta no podían encasillarse en ella. Contaba con el intelecto, el título y los privilegios de la clase alta, pero sus acciones y comportamiento siempre fueron más bien de alguien ordinario e incluso rebelde.

Uno veía comúnmente a Rubius como un niño pequeño con la suerte de haber nacido en una familia noble, pero del que no se esperaba nada magnífico. Había nacido rico, y moriría en fortuna, eso era todo. No tenía el talento de Fargan para pintar, ni el de Alexby para tocar el piano, no era bueno en deportes, ni demasiado bueno planteando estrategias como Lolito o un ser amable y desinteresado como Luzu, todo lo que sabía hacer era ser un buen conversador y buen negociante, pero... ¿qué no esas eran cosas básicas en un hombre aristócrata?

La gente comenzó a poner en consideración sus capacidades cuando se enteraron de la noticia de la boda de Rubius y Vegetta, entonces pensaron que Rubius tal vez tenía un encanto más, no referente a lo físico, más bien a su nivel de persuasión e incluso llegaron a pensar en algo como brujería. Siendo gente de ciencia, desecharon esos pensamientos bobos, pero sin soltar la incógnita de qué tan buen negociante era Rubius y cómo logró persuadir al príncipe de casarse con él.

Obviamente nadie sabía que, a los ojos de Vegetta, Rubius no necesitaba ser especial para ser suficiente para alguien. Vegetta estaba seguro de que no importaba con quien se casara Rubius, esa persona no sería lo suficientemente buena para él. Esos fueron sus pensamientos pasados, cuando veía a Rubius ser todo sonrisas y todo coqueteo con algunos de los más importantes nobles de Karmaland y de países vecinos.

Era divertido pensar que ahora sería él quien se casaría con el duque Doblas, la persona a la que siempre vigiló expectante, admiro y veneró con tanta dedicación que sus sentimientos se fueron distorsionando hasta el punto de que se había ganado el odio del duque.

Nunca quiso destruirlo de ninguna manera, era todo lo contrario, quería protegerlo a lo que diera lugar, incluso si eso significaba que Rubius lo odiaría. Vegetta sabía que si Rubius continuaba involucrándose con él, llegaría un punto en el que saldría lastimado directa o indirectamente, por eso es que siempre fue cortante con el peliblanco, por eso es que siempre buscaba alejarse de él.

No funcionó.

Y ahora veía a ese chico parado frente a un altar, esperándolo para que el sacerdote uniera sus vidas y así llevarlo a una ruina peor que la que hubiera tenido si tan solo no fuera un duque.

Su apariencia siempre fue atractiva; con su cabello níveo adornado de pequeños mechones marrón, sus ojos cetrinos, labios color melocotón, silueta delgada y grácil, facciones afiladas, y piel aperlada con una textura aparentemente tersa. Pero verlo con un traje de bodas, parado firmemente en el centro, con un fondo dorado exquisitamente esculpido con detalles divinos, todo eso contribuía a que Rubius resaltara de una manera preciosa e idílica.

Rubius parecía encajar perfectamente con esos detalles, como si estuvieran ahí solo para preponderar a un nuevo príncipe totalmente digno del título.

Vegetta se quedó quieto un par de minutos contemplando esa imagen, donde lo único que no estaba bien era la mirada del duque. Pensó que tal vez si se trataran de otras circunstancias, los ojos de Rubius brillarían tan vehementemente que serían capaces de iluminar su corazón lóbrego, dándole una nueva esperanza de encontrar la felicidad.

Fue una lástima que eso no ocurriera. Las gruesas pestañas de Rubius hacían una sombra sobre sus ojos, agregando una capa fina de aflicción a su delicado rostro.

***

Sus manos estaban unidas, el lugar del contacto se sentía cálido, pero no era suficiente. El sacerdote hablaba, sin embargo, ninguno de los dos escuchaba claramente lo que decía. En ningún momento dejaron de mirarse a los ojos, transmitiéndose sus inseguridades y sus promesas, como si buscaran aferrarse a una última esperanza donde la única seguridad que tenían era que compartirían el mismo destino.

Nunca existió un anillo de compromiso. Las cosas habían ocurrido tan apresuradamente que Vegetta nunca tuvo la oportunidad de buscar uno para Rubius, pero eso hacía que su dedo anular se sintiera inmaculado, y que cuando Vegetta colocó el anillo de alianza, su mano luciera como un punto de unión entre los dos.

Era un anillo delgado y de un color solido dorado, sin detalles grabados ni joyas costosas. No obstante, en Rubius encajaba perfectamente, tal vez debido a que parecía muy acode a su personalidad.

Después de colocar el anillo, Vegetta pasó unos segundos mirándolo detenidamente. El brillo del anillo llegó a sus ojos, entonces pasó su pulgar por encima del metal y de la piel de Rubius. El tacto fue aún más alucinante que la vista.

Tal vez estaba más obsesionado con Rubius de lo que había pensado.

***

-Acepto.

-Acepto.

Nunca su voz había sonado con tanta firmeza y determinación.

Vegetta todavía tenía dudas de que Rubius aceptaría, pero desde el momento en el que lo vio frente al altar, todas esas dudas se esfumaron. Sin embargo, el efecto de escuchar a Rubius aceptar su unión alteró sus emociones.

Dentro de todo ese miedo, había un ápice de felicidad.

***

Nunca un beso se había sentido tan dulce y amargo al mismo tiempo.

Sus labios temblaban, el beso era torpe. No sabían cuánto tiempo debía de durar la unión de sus labios; tal vez duró más de lo debido, no lo sabían, desde su perspectiva había sido muy corto.

Tal vez podía contarse como la primera vez que se besaban sin haber otro tipo de intenciones carnales de por medio.

Tal vez fue la primera vez que Rubius entendió los sentimientos de Vegetta, y Vegetta los de Rubius.

Y entendieron que el futuro dolería, pero probablemente estaban con la persona correcta. 

Without a Crown KARMALAND AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora