Capítulo 4

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- Elle Green, dichosos son los ojos que te ven. Si no lo veo, no lo creo. ¡Cuánto has crecido!

La muchacha, hecha ya una señorita, se sonrojó, sin más remedio ante la mirada apreciativa de quien había sido su amigo de la infancia, pero ya no era un niño, ni un adolescente. Él, también había crecido, y era un hombre. No era inmune ante ese detalle revelador; esa sensación se transformó en algo más que le puso nerviosa.

- No tanto como quisiera – hizo un mohín que, para él, le pareció adorable. Aún no había superado el metro y cincuenta y cinco; seguía siendo bajita, lo que le daba un aspecto infantil, por no decir que su cuerpo apenas tenía curvas, salvo por la parte superior que se había desarrollado sin previo aviso -. ¿Qué haces aquí? Andrew me dijo que estabas de viaje.

- Tu hermano tenía razón, pero he vuelto, y con la sorpresa de saber que tú has hecho lo mismo. ¿Qué tal te fue en el internado?

Un carraspeo le indicó que ya no estaban solos. Su hermana Clarisse, que había decidido hacer su carabina, los miró con ojo crítico.

- Estáis armando mucho jaleo. ¿Se puede saber que estáis hablando para estar muy juntos?

Al volverse, no se escandalizó como su hermana. Pronto le aclaró la familiaridad con la que trataba al supuesto desconocido.

- ¿No te acuerdas de Edward? Su tío fue quien me dio clases de piano y fue compañero de nuestro hermano en Eton. Nos estábamos poniendo al día.

¡Cómo no iba a acordarse, si su hermanita había sido siempre su perrito, que andaba detrás de los pasos del joven cada vez que la visitaba o invitaba a su familia en la casa del campo en vacaciones!

- Me acuerdo perfectamente, pero a diferencia de ti, no se me ha olvidado de que estamos en una fiesta y con gente que desconoce ese detalle.

No hacía falta añadir que una amistad entre hombre y mujer jamás podía existir, salvo que, para ellos, sí existía. Era especial, verdadera y única. Edward se disculpó ante la dama con una sonrisa, que poco apaciguó el carácter de ella.

- Si quieres, podemos seguir hablando mientras bailamos – le tendió una mano con la clara intención de llevarlo a la práctica.

- ¡Sí! Es una magnífica idea – reprimió las ganas de saltar, alguien la habría censurado con la mirada.

Ese alguien estaba muy cerca de ella.

- No – replicó su hermana, pero claudicó al segundo al ver la cara degollada de Elle -. Bueno, está bien, pero no quiero hacerme responsable de las habladurías. Ni de los gritos que pondría madre si se llegara a enterar.

- Descuida, trataré a su hermana como se merece.

La aludida se sonrojó más y miró a su amigo, con evidente admiración. Clarisse no dijo nada para no estropear la felicidad de su hermana. Se veía a mil leguas que su capricho por él no había desaparecido. Los años que había estado en el internado, los sentimientos no habían menguado ni un ápice. Esperaba que aquel caballero no hiciera daño a su hermana.

- No se merece menos – convino y les recordó: -. Solo un baile.

- Sí – dijeron a la misma vez, demostrando la buena sintonía que siempre habían protagonizado los dos juntos.

La música de fondo parecía ir acompañándolos, en su celebración de haberse reencontrado después de mucho tiempo sin haberse visto, o no haber estado tan cerca como en esa ocasión.

- Entonces, ya eres una debutante.

No evitó hacer una mueca, inapropiado para una dama que debía ser lo más delicado posible para atraer la atención del hombre, no ahuyentarlo con burdos modales. Como bien dijo un sabio, a los hombres se trataba con miel, no con vinagre.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora