Capítulo 31

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- Por favor, señora, tómeselo.

No sabía cuántas veces iban ya, intentando que se tomara la infusión después de que se hubiera desmayado y no hubiera pronunciado palabra. De eso, hacía unas horas, desde que él se marchó con funestas intenciones. Su corazón estaba en vilo y su mente no paraba de recrear imágenes muy dolorosas para ella, donde la sangre era la protagonista. Como pudo, tragó saliva y se levantó de la cama. Le indicó a la joven que le diera la taza, tomó un sorbo que no le calentó el alma.

- No piense más, le hace mal.

- No sé ya qué pensar - doliéndole las sienes -. ¿Por qué ha ido a por él?

Porque su odio hacia Edward superaba cualquier sentimiento que tuviera, más allá de lo correcto o no, de la prudencia o imprudencia, del honor o deshonor... Lo había sido así desde que lo conoció, burlándose de ella y de su amigo. No hubo encuentro que salieran bien los dos parados; siempre peleados, con la nariz rota, el labio partido o un ojo morado. Salvo que esa vez, podía ir a más, con unas consecuencias terribles.

- No lo entiende. Lo va a matar. ¡He de...!

- ¡Señora! - exclamó cuando la vio tambalearse con sus propios pies y le cogió la taza para que esta no se cayera y se hiciera pedazos -. Acuéstese, ya verá cuando se despierte, lo verá mejor y con otra perspectiva.

Un maullido la alejó de hacer caso a la doncella y fue hasta la cesta; no había estado atenta a Celesty. Se disculpó con una caricia detrás de su orejita, que la tranquilizó y se arrulló junto con su palma.

- Perdóname, Celesty. He sido muy descuidada. ¿Por qué tiene que haberlo estropeado de esta manera? - se dijo más bien a sí misma -. No creía que fuera tan malo; que tenía finalmente su lado bueno como otra persona. Pero parece ser que me he engañado.

- Señora, no se torture más- le suplicó, impotente a la situación que se estaba desarrollando.

Cerró los ojos fuertemente, queriendo no sentir, pero la imagen de ellos con un charco de sangre, no se fue de la cabeza.

- ¡El señor ha llegado! - le dijo su doncella que se había situado en la ventana.

Elle la imitó, pero no llegó a ver nada cuando se aproximó a la ventana. Encima estaba lloviendo. Se sujetó el vuelo de su vestido y no dudó en salir de su dormitorio. Corrió, corrió sin pensar en los pocos refinados que eran sus pasos.

- ¿Dónde está?

Uno de los sirvientes le indicó el camino; había revuelo y mucho ruido. El señor Gold estaba mandando órdenes a diestro y siniestro. Cuando alcanzó a verle, no sintió los latidos. Estaba sentado en una silla que alguien había colocado en el vestíbulo y su mano estaba mal vendada con un trozo de una tela que podía haber sido blanco antes y ahora no lo era, porque estaba teñido de sangre y goteaba. Su corazón se le contrajo aún más. Lo miró, buscando respuestas.

- ¡Dejadnos! - gritó Myers al notar su esposa.

- Pero hay que atenderle, sir. Se está desangrando.

- ¡Me importa un rábano!

Los sirvientes y el mayordomo se fueron, dejándolos a solas. Percibió la respiración agitada del hombre y se fijó que detrás de él, en la mesita del vestíbulo, había una bandeja con los utensilios para curarle. Se acercó para quitar la venda sucia. Su otra mano, la que no estaba herida, agarró su brazo, atrayéndola hacia él, obligándola a que se inclinara. Sus ojos ya no eran celestes, sino estaban enrojecidos y un olor a alcohol la abofeteó.

- ¿No me pregunta por él? - aunque daba indicios de que había bebido, no estaba borracho para arrastrar las palabras. Parecía lo contrario, parecía lúcido.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora