Capítulo 15 (mini)

1.3K 290 24
                                    

Ante la presión inesperada que no había esperado notar al guardar el secreto, iba a demandarle a Edward que le pidiera a su padre, su mano, ya que la paciencia se le estaba agotando con su madre y... con ese tal lord "sabelotodo".

Además, tenía un nudo en su estómago que no la dejaba tranquila. Era como si fuera un aviso, un aviso de que no era idílico todo. Si era sincera, tenía miedo, miedo de que fuera un sueño que se había creado ella misma, por necesidad o desespero.

¿Se había equivocado en leer las señales que él le había estado dando?, metió de nuevo la gargantilla en su escote.

Edward se lo había prometido y le creía.

No obstante, si quisieran casarse, ¿qué importancia tendría si lo hicieran ahora que más adelante? ¿a qué esperar, si ella estaba segura de que lo iba a amar mañana, pasado y en un futuro más largo?

No avisó a su familia de su salida; era urgente y necesaria, y no quería interrupciones. Tampoco, se llevó a su doncella a la excursión, lo debía hacer sola aunque su reputación estuviese en peligro por ir a la casa de un hombre, a las altas horas de la noche.

¿Qué podía hacer?

Ya no podía más.

Quería estar con él.

Para no llamar la atención de las pocas personas que había en la calle, se refugió más en la capucha de su capa y se encaminó hacia la dirección que una vez le dijo su amigo, de dónde residía. Se había independizado de sus padres, vivía en un piso de soltero, aunque dicho piso era una casa de ladrillo que colindaba con otras.

Deslizó la cortinilla que había en el interior y bajó del carruaje. Le pidió al cochero que le pagaría más si esperase un poco más y la recogiera. No puso ninguna objeción, así que ya tenía la vuelta a casa asegurada. No creía que fuera a estar mucho tiempo, quería verle y asegurarse de que se iba a casar. Nada más.

Sabía que no podía tentar tanto a la suerte, ya bastante la estaba tentando con ir hasta allí, sin ninguna compañía a su lado. Segura de la dirección que era, se encaminó hacia la puerta número 11. Era noche cerrada y únicamente se podía guiar con las luces encendidas que había en unas casas.

Si algún vecino echaba un vistazo a través de la ventana, no se extrañaría de la presencia de alguien con una capa y la cabeza tapada por la capucha de la misma prenda. No les extrañaría porque, a veces, había hombres que contrataban los servicios de furcias que iban hacia su encuentro.

Claro estaba que ella no era de ese tipo de mujeres, pero tampoco sabía que las hubiera.

Tocó con los nudillos la puerta, con el corazón en la garganta, imaginándose que Edward se enfadaría si la viese, a esas horas, sin haberle avisado. Quizás, había hecho mal en ir, se dijo con un ramalazo de culpa.

Debía confiar más en su palabra.

No escuchó ningún paso tras la puerta que le indicara que alguien se estaba acercando con la intención de abrirle, lo que le permitió que se calmara y dijera de irse. Había hecho mal en desconfiar. Debía ser paciente y esperar a que él decidiera hablar con su padre y pedirle permiso. No comportarse como una chiquilla insegura, y ceder a sus impulsos a la mínima oportunidad.

Era por culpa de lord Myers.

Sí, era el único culpable de que le hiciera desconfiar y montarse una historia en su cabeza, sin sentido.

Edward había sido siempre su amigo. No le había mentido y... la puerta se abrió. E iba a irse corriendo, cuando oyó una voz que no era de él.

Sino era... femenina.

- ¿Quién está ahí?

Sintiendo que los latidos se le paralizaban, se giró.

Tenía que ser la ama de llaves, pero la ama de llaves no iba normalmente con esas pintas, vestida con una bata de terciopelo que parecía de seda, el pelo revuelto y los pies desnudos.

- Me he equivocado, lo siento – le habría dado mal la dirección.

Sí, tenía que serlo antes de sentir una arcada, que la controló a duras penas por los nervios que la dominaban.

- ¿Se ha perdido?

Si hubiera estado bien, la luz no fuera a contraluz, se habría dado cuenta de que esa mujer cuyo acento era tan dulce como un pastel era la misma que había dado el concierto el día anterior, en la casa de los Pattison.

- Oh, se ha perdido. ¿Quiere que la ayude?

- Quería saber si aquí vive lord... lord Harold, Edward Harold.

- ¿A Eddy? – la mujer frunció el ceño -. Me puede decir quién es y por qué busca a Eddy.

¡No! No podía llamarle así, tenía que ser una pesadilla. Sí, lo estaba soñando. Ella... ella no debería estar ahí. Giró sobre sus pasos, mareada y sin rumbo. Cuando... oyó su voz a la lejanía.

Era él.

- ¿Quién me busca, amor?

Fue en ese instante que no lo pensó y corrió como si el diablo fuera tras ella. Sin embargo, las malditas y dolorosas palabras persistían en su mente, burlándose con saña.

¿Quién me busca, amor?

¿Quién me busca, amor?

No podía ver dónde se dirigía porque las lágrimas empezaron a deslizarse como puños por sus mejillas ardientes.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora