Segunda parte

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Se había podido cambiar de vestido por una camisola larga, ignorando el camisón provocativo que le había entregado a su madre, a modo calzador porque no tenía otro nombre a su acción, cuando él llegó. Lo guardó dentro de la mesita de noche sin preocuparse si se arrugaba o quedaba bien guardado. Al escuchar unos pasos, con lo silenciosa que estaba el dormitorio se podía oír hasta el zumbido de una mosca, se metió en la cama y fingió dormir, aunque no podía hacerlo bien con el retumbar de sus latidos.

Efectivamente, era él, sus pasos lo delataban cuando entró en el dormitorio. Hubo como una cierta pausa, y luego más movimientos a su alrededor, provocándole la inmensa curiosidad por lo que estaba haciendo. Esperó que el colchón se hundiera, pero no se hundió; frunció el ceño, preguntándose si debía abrir los ojos o no. No los abrió durante un largo rato hasta que no pudo más y se giró para ver lo que ocurría.

- No pretendía despertarla – más despierta no podía estar al verle que se había hecho una improvisada cama en el suelo. ¡En el suelo! Estaba ya tumbado cuando percibió su despertar, es decir, sentara en la cama -. Duérmase, no le voy a exigir mi derecho esta noche; estoy demasiado cansado.

Las puntas de sus orejas le ardieron; no era que había sido esa precisamente su intención.

- ¿Por qué en el suelo? Hay demasiado espacio para que quepa otra persona más en la cama.

Levantó el brazo y la miró desde su posición.

- Lo sé, pero no quería incomodarla.

¿Cómo la iba a molestar? Se acordó de su roce anoche.

- No voy a llorar de nuevo; se lo prometo.

No muy convencido tardó en ponerse de pie y hacerle caso, renuente a la decisión que había tomado. Contuvo la respiración cuando lo vio con la parte superior de su cuerpo desnudo, demostrándole un torso liso y cierto vello que se diría hacia abajo, perdiéndose en el refilón de sus calzones que le tapaban sus partes pudendas. Apartó el rostro sonrojado y se giró a un lado de la cama, con la tensión abordando su cuerpo. No se le había borrado de la memoria de lo que había sentido con sus brazos, sus labios y... cierta parte zambullendo en ella.

¡Para!

Había tenido razón, había espacio para otra persona más, lo que lamentó en cierta parte, porque, aunque estaba cerca de él, lo notó distante. Intentó dormirse, pero no le fue tan fácil como creyó.

Si no les hubiera pedido a sus padres quedarse, ¿habrían dormido en habitación separadas y habría sido mejor para ellos conciliar el sueño?

Quizás, sí; quizás, no.

Ahora estaban en esa cama tan grande y separados por una distancia invisible como si hubiera un océano entre ellos. Debía darle gracias a Dios porque hubiera sido considerado.

No ha sido considerado; estaba cansado.

¿Lo que le faltaba? ¿Batallar consigo misma?

Era tan desesperante. Contó un montón de ovejitas y volvió a contar cuando perdió la cuenta, ¿Se logró dormir?

No hacía falta ser divina para prever lo que iba a pasar. 

Ya ella sabía la respuesta.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora