Capítulo 29

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Le vino bien descansar, y lejos de la presencia de Myers, pudo hacerlo sin que las entrañas se le contrajeran o pegara un brinco cuando él estaba cerca. ¿Cómo había llegado a ocurrir? Porque no sintió dichas sensaciones cuando se lo encontró en aquel baile, donde lady Myers intentó ser celestina. Irónicamente, había tenido éxito su cometido, pero no por las habilidades de la dama.

El pasado iba a estar presente; no podía negarlo. Aun así, tales sentimientos negativos que había sentido por él, estaban difuminados. Por más que intentaba desenredar los nudos de un ovillo de lana, no encontraba una explicación plausible de lo que le ocurría, o más bien no quería reconocer que estaba comenzando a albergar sentimientos por él, que no tenían nada que ver con el odio o la desconfianza de antaño.

Suspiró por enésima vez y miró por la ventana, a la espera de su llegada. Se volvió y jugueteó con Celesty, que intentaba trepar a lo largo de su vestido con sus diminutas garras.

- ¿Crees que lady Myers le pondrá algún inconveniente a nuestro matrimonio? - le habló al gato como si este pudiera entender el lenguaje de los humanos -. No creo, ella fue la primera en intentar que hubiera un acercamiento de su hijo hacia a mí.

Oyó un maullido como respuesta y cogió al pequeño animal para rozar su nariz con la suya.

- Me estoy volviendo un poco loca, ¿no? - llevaba una hora afuera y ya lo estaba extrañando.

Un golpe en la puerta le indicó que había vida más allá de esa habitación, mas no se levantó del suelo cuando el mayordomo le dijo que tenía visita. Ya empezaba a que la gente metiera el hocico donde no era.

- ¿Quién es, señor Gold?

La nariz del hombre se arrugó, dándole entender que era alguien no grato para él. O para su señor.

- No debería estar aquí, mi señora. Pero ha insistido en querer verla para cerciorarse de que no hay un cadáver en la casa.

No había esperado escuchar tales palabras por la boca del hombre tan formal.

- No lo hay - afirmó indignada -. ¿Quién es esa persona, por favor, para decirle que es de mal gusto hacer esa broma pesada?

Le entregó la tarjeta de visita que correspondía con el protocolo y Elle le dio la vuelta, su cara empalideció al ver su nombre escrito en la tarjeta. Tragó con dificultad, no había creído que fuera rápido en ir a verla.

- Lord Myers no se encuentra - murmuró para sí misma.

- No quiere verle a él. Insistió que fuera usted que lo atendiera, si era verdad que estaba viva.

- ¡Estoy viva! ¿Podría decirle que me espere abajo, por favor? Debo dejarle claro que estoy sana y salva.

- Señora, si me permite serle franco. No creo que sería aconsejable que estuviera a solas con él.

- Sé la relación que tiene mi marido y lord Harold.

El hombre calló, asintiendo; no así su postura, recta como un palo.

- Entonces, haré que lo reciba en la salita.

- Gracias.

Se puso en pie y guardó a Celesty en su cesta. Llamó a una criada para que esta estuviera pendiente de los movimientos del gato; no quería encontrarse con la sorpresa de que se hubiera escapado; bastante tenía con la visita de su amigo que no había esperado que fuera tan pronto.

Mantente serena, ¿no era lo que habías buscado?

Además, no has cometido un grave crimen. Él no estaba enamorado de ti.

Respiró hondo antes de abrir las dobles puertas de la salita y lo viera enfrente de ella, dándole la espalda. Cerró las hojas tras de sí, dándole la señal de que había llegado.

- Me ha dicho que querías verme. Aquí estoy - irguió los hombros y mantuvo la barbilla en alto.

- Tenía la última esperanza que no fuera cierto el que te hubieras unido a ese, pero estás en esta casa del hombre que me hizo la vida imposible de pequeño. ¿Cómo has podido, Elle?

No esperó que lo dijera tan suave, inalterable. Habría preferido su enfado que la profunda decepción que se podía dejar entrever en sus palabras.

- ¿No ha tenido ningún valor nuestro compromiso?

Sintió los labios secos al abrirlos y hablar:

- No creo que tuviera alguno, Edward.

- Dime por qué. Porque no solamente has roto tu palabra, sino también tu honor y nuestra amistad.

Se aventuró a acercarse, deteniéndose a unos pasos de ella.

- Dime, Elle.

De pronto, el dolor volvió a estallar en su interior y controló la salida de sus lágrimas.

- Hace poco que quise verte. Te necesitaba más que nunca, no me era suficiente que pronto nos íbamos a prometer oficialmente y casarnos. No me era suficiente tu promesa, por eso, hace unas noches que fui a visitarte.

El hombre no expresó ninguna emoción.

- No recuerdo que me hubieras visitado.

Se recordó cómo respirar, invadida por los recuerdos de esa noche en que todo lo cambió:

- Porque no fuiste tú quien me recibió, sino una mujer con poca ropa y el pelo revuelto. Ella fue quien me recibió sorprendida por mi presencia. ¿Qué se iba a esperar? ¿La prometida de su amante?

Estaba llorando, aun así, no hizo nada para apartar las lágrimas.

- ¿Te puedes imaginar cómo me llegué a sentir cuando reconocí de fondo tu voz?

Edward se pasó una mano por los cabellos y la miró, con impotencia.

- Ella no es mi amante.

- ¿Cómo no va a serlo, si le dijiste "mi amor"? ¡No seas cínico!

- Escúchame, Elle - no se le veía feliz -. No deberías haberlo visto, pero fue mi última noche que estuve con ella porque me di cuenta que no podía engañarte; que estaba haciendo mal.

- ¡¿Y qué, me mentiste?! Me hiciste un gran daño porque yo... estaba enamorada de ti y me ilusioné como una boba cuando me dijiste que te casarías conmigo.

Intentó apartarse cuando la cogió de los hombros.

- ¡Me iba a casar contigo! - alzó la voz, demostrándose ofendido y dolido -. Yo no amo a esa mujer. No la amo como lo hago contigo.

La besó, haciéndole daño a su paso, porque él había sido su sueño, su príncipe azul.

- Para, para - le palmeó el torso -. Estoy casada...

- No puedo soportar la idea de que estés con él, Elle. ¿Por eso, estabas rara conmigo los días anteriores a tu marcha, planeando tu traición?

- Traición o no, yo no podía olvidar tu engaño.

El silencio se instaló sobre ellos, pesadamente.

- Dime, Elle. ¿Lo amas?

- No lo sé.

- ¿No lo sabes? ¿Acaso no me quieres?

- ¡Basta! Es hora de que te vayas. No quiero que haya una pelea en esta casa cuando te vea aquí.

- Él sabrá que he venido y me buscará.

Sus palabras no fueron tranquilizadoras, se volvió hacia su persona.

- ¿Qué quieres decir?

- Algún día, tendrá que acabar nuestra rivalidad, ¿no?

Al cerrar la puerta, sintió un mal presentimiento.

Era como si hubiera abierto la puerta del infierno. Como si hubiera abierto la puerta de la vereda y... el toro había salido, dispuesto a atacar.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora