Un trozo más

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No le gustó verla retraerse en su silencio tras hacerle la pregunta.

¿Por qué le había dado la sensación de que habían pensado en la misma persona? ¿Se habría aventurado en dar un paso equívoco con ella? No podía negar que su odio hacia Harold había querido llegar hasta ella y manipularla, para volverla en su contra. Pero, quizás, había confiado demasiado en sí mismo y la había subestimado.

- Discúlpeme. Creía que estábamos hablando de alguien que los dos conocemos a la perfección.

Lo que Damien desconocía era que realmente ella había visto su opción de vengarse en él, como si un arma se tratara y disparase. Fue tan fuerte la impresión que no quiso barajarla. Aún no.

Damien Myers era el demonio en persona y juntarse con él, no le esperaba nada bueno. Además, desde que había llegado a Londres, había observado que el caballero no había hecho el afán de acercarse a las damas e iniciar un cortejo con alguna de ellas, que diera pie a una posible boda.

¿Qué sentido tenía unirse a él?

- Espere – le demandó al verle que se iba a marchar -, quería hacerle una pregunta más.

Enarcó una ceja, sabiendo ella misma que ya había metido el hocico. Además, no le había respondido con su última pregunta.

- ¿Por qué no se ha casado todavía?

Pensó en que no le contestaría, podía hacerlo; una dama no debía hacer preguntas bastantes indiscretas a los caballeros, sino los ahuyentaban y con razón.

- Simplemente porque no ha llegado el momento de querer hacerlo.

- O no ha llegado la candidata adecuada que se ajuste a lo que está buscando, ¿verdad? – se estaba metiendo en un terreno peligroso.

De pronto, para el hombre, le pareció gracioso que estuviera discutiendo sobre su estado civil y la razón del por qué aún no se había comprometido. No era su madre quien le había sacado el tema, sino aquella señorita metiche que le había sorprendido una vez más.

- ¿Por qué tanto interés, señorita Green? ¿Acaso tiene una candidata en mente que no haya tenido en cuenta y se me ha pasado de la lista?

No contestó, apurada.

- ¿O se propone usted misma como candidata a ser mi esposa?

- No... yo no... - eso le pasaba por meterse en donde no le llamaba -. No le intereso.

Se fijó que se quedaba callada y deslizaba su mirada hacia el otro lado donde estaban ellos, hacia su enemigo, Edward que aún buscaba a la joven. Se envaró y no pudo evitar apretar los labios al acordarse de la relación amorosa que mantenían los dos tontuelos.

- Ni usted a mí – determinó con voz helada -. No sé qué pretende, señorita, con este interrogatorio de repente. No me gustan los juegos o que me tomen por idiota.

- ¡No estoy jugando!

- Pues parece lo contrario.

Elle se sintió mal por él, por haber tenido que iniciar aquello que no le iba a llevar a ninguna parte.

- ¡Elle te estaba buscando!

Los dos dieron un respingo porque no fueron conscientes de que Edward los había visto y se había acercado con el ceño fruncido, disgustado porque Myers estuviera cerca de Elle.

- ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás tan triste? ¡Canalla! ¿Cómo te has a atrevido a molestar a mi ... Elle?

Se corrigió a tiempo, pero no lo suficiente para que lo captara el otro que esbozó una media sonrisa sardónica.

- No sabía que tuviera prohibido el conversar con ella – su tono de voz no fue el más suave de todos.

- Él no me ha molestado, Edward.

- Lo dices para que no le mande al infierno.

- Haz lo que quieras creer, Edward – le espetó Myers -. No soy yo quien ha dejado sola a la dama.

La tensión aumentó y se palpó.

- ¡Es suficiente! – dijo Elle -. No vais a comenzar aquí una pelea.

- No se preocupe, señorita Green. No hay nada más que hablar, al menos de mi parte. Buenas noches.

Cuando Myers se fue, no se bajaron los ánimos, cada uno asumido en el tumulto de sus emociones. 

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora