Antes de ir a la fiesta de esa noche, a la casa de los Steel, se quedó un momento a solas en su dormitorio. No se miró en el espejo, ni el vestido que llevaba puesto, aunque era precioso, de color celeste grisáceo. Tampoco, deslizó su mirada hacia la cadenilla que llevaba alrededor de su cuello y sujetaba el anillo de compromiso que le había regalado Edward en esa misma tarde. Estaba oculto en su corpiño donde nadie podía verlo, solo sentirlo ella.
Intranquila se paseó por su dormitorio, y luego se detuvo. Conteniendo la respiración, abrió por el fin el sobre que había venido con el libro, porque finalmente, era un libro el obsequio de aquel desconocido. Quería saber cuál era su contenido.
Espero que no tire el libro.
Me ha permitido tener la excusa de regalárselo para escribirle, ya que no me ha dado oportunidad de hablar con usted el otro día cuando la visité, aunque tengo un atisbo de idea, de que posiblemente no lea mi carta en cuanto sepa que la he escrito yo. Pero dejando los rencores del pasado, le pediría que tenga cuidado.
No es todo oro lo que reluce debajo de una buena fachada.
¡¿Qué quería decir?!
¿Por qué lo estaba leyendo?
Arggggg.
Tiró la carta a la cama, pero a los tres segundos contados, retomó la lectura de su contenido.
Me imagino que irá a la fiesta de los Steel, de la cual iré también. Si quiere saber de lo que le hablo, reúnase conmigo justo cuando suene las doce de la noche, en la terraza que da hacia el jardín. No pondré en peligro su reputación. Créeme, soy solo un servidor que quiere aconsejarle. Sino, habré tomado su respuesta como un no.
No teme, no soy su enemigo.
D.M.
Estaba firmado por él.
No lo temía, lo odiaba.
Sin querer le vino un recuerdo lejano a la memoria.
Era la primera cuando lo conoció.
Nunca lo olvidaría. Parecía como un soldadito dorado, tieso como un palo, que no mostraba ninguna emoción y, que se presentó en un día, a unos pasos de la cerca, que había como límite de las tierras que colindaban. Solo el viento jugueteaba con su pelo, revoloteándoselo, algo que parecía alterarse en esa figura quieta. Nunca vio a un niño con el pelo casi blanco como él. Parecía irreal, de otro mundo, pero no lo era.
- ¿A que estáis jugando?
Le preguntó a Edward, este no se inmutó al verle.
Eran vecinos desde mucho antes de que hubieran nacido. Los Harold y Myers lo habían sido desde varias generaciones atrás, y también, su relación inexistente era famosa porque ambas familias eran muy competitivas entre ellas. Era normal que la relación entre sus vástagos no era muy buena tampoco, dado que la de sus respectivos padres no lo era
Elle había traído una bolsa de canicas que le había regalado su padre, de su viaje a Gales, y se habían alejado para jugar allí, solos, con el susurro del viento. Pero no esperó la visita de aquel niño, que esperaba impacientemente una respuesta.
- Edward, ha preguntado.
- No le hagas caso.
Ya su respuesta le indicaba que no era un niño cualquiera. Pero ella ignoró su consejo, y se acercó a las vallas de madera.
- ¿Cómo te llamas?
- ¿Tú, quién eres? – le preguntó frunciendo su naricilla recta.
Vaya, sí había mostrado una emoción, pero de asco. No le importó, porque a veces los niños eran estúpidos. Aquel lo era.
- Elle, la amiga de Edward – le tendió una mano que jamás fue aceptada.
Pero parecía ser que el niño lo tomó por otra cosa sus palabras y una sonrisa sibilina se dibujó en sus labios.
- ¡Edward, tiene novia! ¡Tiene novia!
- ¡Cállate! – saltó Edward, pero no se movió de su sitio.
Elle que sabía lo que era la palabra novia, lo había escuchado a escondidas de las sirvientas, sus mejillas ardieron como dos manzanas.
- No soy su novia – se aventuró a decir, temiendo que por culpa de ese niño estropeara su amistad con Edward.
No hubiera dicho nada porque algo se iluminó en esa cabecita.
- ¿Ah, no? – se encogió de hombros -. Ya sé porque no lo eres.
- Si no te callas, te partiré la nariz, Damien.
Pero su amenaza cayó en un saco roto, ampliando más su sonrisa, dijo:
- Porque eres fea, flaca y con menos gracia que un limón. Por eso, no eres su novia.
- Te lo has buscado.
Si no fuera porque su amigo se le adelantó, le hubiera partido la nariz ella misma. Sin embargo, no se la rompió como habría deseado que hiciera, aunque le dejó una marca bien linda en su ojo derecho.
Desde aquel instante, se juró que no le iba a afectar más sus palabras.
Fue únicamente en ese momento que le permitió hacer daño, ya más no.
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No soy como él (Volumen I)
Historical FictionEs un borrador que le iré dando forma conforme vaya escribiéndola. Nadie espera que el primer amor sea el que traiciona y rompa en mil pedazos su corazón. ¿Podrá sanar de las heridas, de la desconfianza y del dolor?