Epílogo

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Epílogo

Para continuar con la dicha prometida del amor, hacía falta cerrar cuentas y ambos lo intuían. Sin mediar palabra, y con una mirada de esas infinitas que solamente se entregaban en el momento, Elle le preguntó:

- ¿Estás seguro?

El caballero asintió con un movimiento firme de la cabeza que despejaba cualquier duda o titubeo. Su mujer lo entendió perfectamente.

- Lo tengo que hacer, al menos, por mi amigo. No se merecía esa deslealtad por su parte.

- También, haré lo mismo. No quiero que haya más brechas entre nosotros.

Damien se giró hacia ella y le levantó la barbilla con sus dedos, un gesto habitual, pero que denotaba el mismo cariño, que no había menguado un ápice, hacia la madre de su hijo, esposa y amada.

- No hay ninguna brecha. Ya no.

Elle agarró su mano y depositó un dulce beso en sus nudillos; cerró los ojos sintiendo que la calidez la rodeaba con la cercanía de él.

- Lo sé. Lo hago por mí. Hay capítulos que cerrar para continuar.

Así fue, al día siguiente cada uno tomó un rumbo que los llevó a dichos propósitos. Elle, acompañada por la doncella que se encargó de llevar el bebé en el carrito, se dirigió hacia Hyde Park donde se había citado con quien fue su amigo mientras que Damien hizo lo propio, pero yendo hacia la residencia de los Chesterfield. Pero antes de crear falsas esperanzas al primer segundo que los hicieran alentar en guerras inútiles, ambos declararon sus intenciones.

Elle se enfrentó a Edward, que llegó a lugar con el ego alzado e incrédulo por esa cita.

- Damien sabe de este encuentro, así que no intentes de manipularlo o manipularme a mí. Quería decirte que no hubiera sido feliz contigo, como esposa. Realmente no te he amado, había sido alimentado por el cariño que te había profesado desde niña. Pero no puedo seguir con nuestra amistad porque me doy cuenta de que no es el mismo camino que vamos los dos.

Edward no le replicó porque se marchó dándole la espalda, haciéndole saber que no estaba de acuerdo. Pero Elle no necesitaba más prueba de que esa amistad que los dos habían compartido con él estaba enterrada en el pasado. No derramó ninguna lágrima por esa pérdida. Se encaminó hacia donde estaba el carrito y cogió a su bebé que miraba todo con curiosidad. En cambio, había ganado.

- Nos podemos ir ya.

Lejos de allí, lady Chesterfield sin mostrar ningún rastro de culpabilidad se reunió con su amigo Damien, que la esperaba en el salón. Nada más verlo, su rostro se iluminó, pero se apagó de inmediato cuando el hombre se giró y la miró de frente.

- ¿No me preguntas por dónde se encuentra Harry?

- ¿Harry? - pestañeó y fingió estar confundida, una táctica para ganar tiempo y pensar -. Me imagino que está de viaje. ¡Cómo siempre le encanta hacer!

La expresión de Damien se endureció.

- ¿Por qué me miras así?

- Él sabe que lo engañaste y ya veo lo poco que te importa.

- ¡Me importa!

Negó con la cabeza y Caroline, desesperada se acercó y le cogió las manos.

- ¡Me importa Harry!

- Nunca te ha importado, Caroline.

En un grito más de desesperación, le espetó:

- ¡Claro porque he estado enamorada de ti!

Su confesión no trajo el tan ansiado anhelo; es más, Damien se compadeció de ella, clavándole sin querer un puñal invisible en el pecho.

- No siento lo mismo, Caroline - apartó las manos de él y se distanció de ella -. Tenías razón, amo a mi esposa y siempre la he amado. Si quieres un poco Harry, pídele perdón.

Jadeó dolida y se llevó una mano a la cabeza, sin entender nada la situación que se estaba desarrollando delante de ella.

- No sabes lo que me estás pidiendo - replicó resquemada.

Damien se había encaminado hacia la puerta cuando la oyó.

- Es difícil aceptar que uno se ha equivocado. A mí me costó aceptar los míos y enmendarlos.

- No necesito tus sermones, ni tu compasión.

- Lo decía por Harry. Él no se merecía el daño que le has hecho.

- ¡Vete! - le gritó antes de derrumbarse -. Preferiría al Damien de antes, al taciturno y solitario Damien que estaba siempre detrás de mí.

- Ese Damien que dices nunca fue feliz.

Con esas últimas palabras sellaron su salida. No lloró, ni echó de menos esa ausencia. Porque la verdadera felicidad no había estado con ella pese a que creyó que lo había apoyado en los peores momentos de su infancia y adolescencia. Fue su amiga, pero ya no lo era si no deseaba que fuera feliz con la persona amada.

Una sonrisa afloró en sus labios cerrados cuando atisbó a alguien familiar, o más bien, a dos personitas que querían, y si Dios lo permitiese, para toda la eternidad.

- ¿Estás bien?

Una pregunta sencilla, pero que decía mucho. Al menos para él.

Acortó las distancias que los separaban y, públicamente, con el cielo casi despejado con el sol saludándoles, acarició sus labios con los suyos, provocando en ella, la curiosidad tras ese gesto.

- Sí, cuando estoy contigo.

Elle le sonrió y le acarició la mejilla.

- ¿Te he dicho que te quiero?

- ¿Y yo a ti?

La dama se ruborizó y lo miró con arrobo.

- Todos los días desde que te conocí.

FIN

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora