Capítulo 46 (mini)

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Sin embargo, lady Chesterfield no estaba preparada para el fracaso.

Ni en su imaginación había dado cabida que en el primer intento de lord Harold fracasara enormemente, que nada más llegar a casa después de su visita a los Myers, le envío una nota señalándole que buscara a otro que le hiciera el favor porque él no se iba a encargar más de dicha tarea. Tal nota fue un despropósito para la dama que no estaba acostumbrada a fracasar, y desde muy pronto cuando había puesto en ella sus esperanzas. Así que, sin previo aviso, ni molestarse en avisar a su propio esposo que iba a salir, se dirigió a la casa del soltero. No obstante, no se le olvidó que debía tomar cualquier precaución en su salida, mas lo hizo para asegurarse de guardar bien su identidad, un detalle sin mucha relevancia.

- Vaya sorpresa de tenerla otra vez en mi humilde morada.

Caroline no estaba de humor, ni mucho menos para recibir el sarcasmo de aquel hombre.

- ¿Se puede saber qué me quiere decir con esta nota? – la sacó como si no fuera bastante con su palabra y se echó atrás el encaje del sombrero.

Edward no estaba por la labor de responder, así que se encaminó hacia la licorera para llenarse un vaso de whisky. La visita a su vieja amiga no había sido del todo satisfactoria, por no decir, humillante y desastrosamente mal. Debió haber sido cauto y haberla visitado con el pleno conocimiento de que Myers estaba fuera de la casa. Sin embargo, no fue así, encontrándose a los dos más enamorados que nunca.

- Olvídese de su tarea de separarles.

- ¿Qué me olvide? ¿Se puede saber qué ha hecho mal para que me diga esto ahora? Si suponía que debía seducirla.

El caballero chasqueó la lengua, disgustado con el tono que estaba empleando hacia él. La ignoró durante unos minutos y se sentó en el sillón, saboreando el licor ambarino.

- No conoce a Elle y la seducción no es el primer paso para convencerla de lo contrario.

- ¿Ah, no? Entonces, ¿qué debería esperar de usted cuando me dice que el plan no ha funcionado? ¿Qué ha hecho?

- He ido a darle mi enhorabuena por su reciente maternidad cuando estaba Myers en la casa. No hicieron falta dos segundos para hacerme saber que no era bienvenido por parte de la pareja.

Caroline apretó la mandíbula y acortó la distancia para tirarle la tarjeta en sus narices.

- ¡Es un inútil! ¿A quién se le ocurre ir para felicitarla por ser madre estando Myers presente?

Edward se encogió de hombros y bebió lo que le quedaba el vaso.

- ¿Por qué no se rinde?

Caroline estaba que echaba humo por las orejas.

- Usted lo habrá hecho, pero yo no.

- Es una empresa difícil de que llegue a buen puerto, milady.

La mujer puso los brazos en jarra.

- Ya lo veo teniendo esa actitud tan débil y derrotista.

- Es ser realista. Elle ya no me quiere, lo mismo diría por su amado.

Le hizo un falso brindis, alzando su vaso vacío, gesto que azuzó el enfado de la dama que no quería creer esa realidad que estaba escuchando.

Damien no era suyo, ni lo iba a ser jamás.

Le arrebató el vaso y ella se encargó de tomarse un trago de ese licor tan fuerte, pero que no le sustituyó el amargor del vacío, ni el despecho. Cerró los ojos fuertemente, ¿cómo podía ser que un día para otro su vida se iba a desmoronar como un castillo de naipes? El ardor le quemó hasta las entrañas. Pero no fue suficiente. Antes de poder controlarse, se vio a sí misma beber un segundo vaso cargado de alcohol.

- Creo que debería ir a su casa. Es de noche.

- ¡No es mi dueño para decirme lo que debo hacer o no!

Edward alzó las manos en un gesto de rendición.

- No lo digo por mí, sino por su marido que la está esperando.

El mencionarle a Harry echó más aceite a la frustración encendida que guardaba dentro.

- Harry, Harry... por mí se puede ir al mismo infierno.

Si hubiera estado lúcida no hubiera cargado duramente contra su honorable y bondadoso Harry.

Pero Harry no era Damien.

- Odio a mi marido.

- ¡Una pena!

Iba a girarse para darle una bofetada ya que le estaba crispando los nervios con su continua burla y faltándole el respeto, cuando hizo otra cosa bien diferente de la cual había pensado hacer, hecho del cual se arrepentiría más tarde, pero dado su carácter tan vanidoso como caprichoso no lo reconocería ni por todo el oro del mundo. 

No se supo quién empezó, si él o ella, pero las llamas nacientes del despacho y del amor no recíproco los engulleron, arrastrándolos al pecado de la lujuria, donde nunca obtendría la verdadera felicidad.

Así fue, ninguno alcanzó la verdadera dicha del amor porque no era amor lo que habían sentido.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora