Capítulo 28

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El despertar de esa mañana fue ligeramente diferente al anterior, en la posada; no había pesadez en sus párpados por el llanto, su cabeza no estaba embotada, ni la cama era la misma, ni ella... eso creyó cuando se desperezó, con la modorra del sueño envolviéndola, como si estuviera en una nube esponjosa; notó la frescura de las sábanas en su cuerpo desnudo...

¡Desnudo! Se irguió de repente y cogiendo en un puño la punta de la sábana, su mirada se desplazó hacia el lado ausente de la cama. Su marido no estaba, pero eso no quitaba que...

¡No había sido un sueño!

Le ardió la cara y otras partes más de su cuerpo.

¡Oh, oh!

La vergüenza se ensañó con ella e intentó tranquilizarse, pero no pudo estando desnuda. De inmediato, buscó la camisola antes de que su marido le diera la magnífica idea de entrar o, como unos minutos después, lo hizo la doncella trayéndole la noticia de que sus padres estaban arreglados y en el comedor, desayunando con su marido.

Cuando estuvo decente y segura de sí misma, haberle dado los buenos días a Celesty  que no quería que nadie lo molestara, y con un nudo de nervios en el estómago, fue hacia abajo. Al desayuno llegaría tarde, pero al menos, podía despedirse de sus padres que justo salieron del comedor con la compañía de su esposo, que iba detrás de ellos. Se paralizó al verle y, de pronto, estallaron unas imágenes en su mente, acalorándola en el acto. Estaba tan absorta que no oyó en un primer momento a su padre, llamándola.

- Perdón, me he distraído.

- Ya vemos – no hizo burla de ello -. ¿Vas a bajar a darnos un abrazo?

Bajó los últimos escalones y se abalanzó hacia sus padres.

- No será la última vez que nos vemos – se apartó, emocionada.

Quería mucho a su familia.

- Lo sabemos – dijo la señora Green -, pero ya has echado a volar, hija mía, y no estarás en el nido como antes.

Le dio un beso en la mejilla, mostrándose cariñosa, una faceta que iba conociendo poco a poco su esposo.

- Basta de ñoñerías – dijo su padre, también, emocionado -. No queremos quitar más tiempo a los enamorados que querrán estar solos.

- ¡Padre! – no se atrevió a mirarle, después de lo transcurrido unas horas antes en la cama.

¿Lo estaría recordando?

Deja de pensar en ello.

- Pueden venir cuando quieran – fue el turno de Damien en hablar -, sois bienvenidos en visitarnos.

Aunque no mencionó de quedarse otra noche, lo que dio pie a preguntarse si estaba disgustado o... no contento con lo que había pasado, tal pensamiento provocó en ella cierto mal sabor de boca.

- Gracias, nos vamos con la sensación reconfortante de dejarla en buenas manos.

Agradeció que no la estuvieran mirando porque sintió arder de nuevo y la inquietud acrecentó. Cuando se fueron, estuvieron los dos solos, prácticamente no lo estaban porque estaba merodeando el mayordomo.

- Le agradezco su buena intención de haberles dejado pasar la noche – evitó mirarle; no podía controlar sus emociones delante de él.

- Es lo menos que podía hacer por mis suegros.

Asintió y notó que se alejaba de ella.

- Puede ir al comedor y desayunar. Dentro de unos minutos, saldré. De mientras, puede familiarizarse con la casa.

¿A dónde se iba a ir?

- Es hora de que vaya a ver a lady Myers – cayó en la cuenta de que estaba hablando de su suegra -. Estará ansiosa por saber hasta el mínimo detalle de la boda.

No se le veía muy dispuesto a ir.

- ¿Quiere que le acompañe? – eso significaba estar más tiempo con él y enfrentarse a los posibles y grandes silencios que podía haber.

Tragó con dificultad cuando sus miradas chocaron.

- Es mejor que descanse – se esforzó por no mostrar decepción en sus facciones al oírle -. No hemos parado desde que fuimos a Gretna Green y siento que todavía no hemos terminado.

Fue cuando se dio cuenta de que estaba cansado; no había dormido a penas. Cedió a un impulso y se acercó a él, con las piernas temblorosas, menos mal que las faldas las tapaban. Para disimular, le arregló bien las solapas de su chaqueta.

- Estaban mal las solapas - mintió -. No querrá dar una mala impresión a su madre con un aspecto desarreglado.

Torció la boca en una mueca y sus ojos, más claros como nunca los había visto, la ahogaron en su mar.

- No queremos que piense mal y lo malinterprete, ¿verdad?

Su voz grave fue como un manto para sus sentidos. No respondió con la garganta cerrada, y con ciertas palpitaciones ahí abajo.

- No se preocupe – añadió al observar que no le seguía en su juego, desconociendo que para ella, aquello era nuevo, aún asimilando los sentimientos que le provocaba -. Mi madre, no se fija en cómo voy vestido y si se llegara a fijarse, demostraría que la boda no ha sido un engaño. Lo primero que querrá saber si su sustento no está en peligro de perderse.

¿Cómo?

- Olvídalo – se apretó el puente de nariz, sintiendo una gran presión en el tabique; no era una buena señal -. Hazme caso y descansa.

Por su culpa, no habría podido dormir como Dios mandaba y más cuando dijo que no la iba a molestar. Si, claro, él era un santo.

No lo era.

Elle observó con el corazón en un puño como le daba la espalda y se iba. Cabeceó para quitarse esa sensación de abandono y, antes de desayunar, quiso comprobar cómo estaba Celesty. Al menos, no estaba sola en esa casa. 

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora