Capítulo 42

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La vida podía ser curiosamente particular, no había una ley universal que lo explicara o pudiera entender dicho acontecimiento. Un día podía hacer buen tiempo como al día siguiente había amenaza de tormenta. Nadie lo podía explicar, ¿verdad? Como tampoco el hecho de que un matrimonio fuera inmensamente feliz, otro empezara achicar agua de un barco que parecía ir viento en popa. La vida era así, y a veces, uno no veía venir la bofetada de la realidad.

- Sir, sé que ha pedido expresamente que no se le molestaran, pero hay una dama que ha exigido que si no se le atiende, no se irá.

- ¿Una dama? – respondió incrédulo y pensativo. Esbozó una mueca, desechando la idea y removió el contenido de su vaso, que había rellenado por una segunda vez en lo que venía siendo el día.

Si no fuera porque conocía bien a su mayordomo, y sus expresiones faciales, había tenido la esperanza de que dicha dama fuera otra. Pero sabía desde su regreso a la ciudad, ella no se había puesto en contacto con él, dándole entender que su relación clandestina había acabado desde mucho antes que decidiera partir para sobrellevar mejor la pérdida, pero... ¿y su amistad? ¿No había sido su niña y su amiga del alma? Edward se sentía defraudado, herido y traicionado. Tal decepción echaba la culpa a su acérrimo enemigo, que con su manipulación, la había llevado a su terreno, alejándola para siempre de él. E iban a ser padres. No estaba seguro si había nacido ya la criatura y poco le importaba.

- Hazla pasar – dijo hermético, sin mucho entusiasmo. Ni siquiera tenía curiosidad por la identidad de la dama.

El hombre asintió y desapareció de la biblioteca para darle paso a dicha dama que no entró con el rostro medio oculto por un sombrero con un trozo de tela de encaje, que no impresionó al caballero, asumido en sus pensamientos.

- Aquí está, sir.

Se levantó para ser nada más que un caballero pero no fue gentil, ni generoso. El humor no le acompañaba, aunque no era excusa.

- ¿A quién tengo el honor de recibir?

Se levantó el encaje y reveló su rostro.

- Lady Chesterfield.

- No me suena que en ningún evento nos haya presentado lady Chesterfiel. Discúlpeme por mi falta de memoria.

La ironía con que destilaban sus palabras la pasó por alto dicha señora, que lo continuó mirando con ojo crítico.

- Mi marido y yo no hemos estado mucho tiempo en Londres, de ahí su desconocimiento. Pero no he venido a hablar de mí, sino de su amiga.

- ¿Mi amiga? – la cosa mejoraba por momentos, se sentó en el comodísimo sillón y le hizo un gesto para que se sentara.

La mujer frunció los labios y negó con la cabeza, como si tuviera un conflicto consigo misma y todavía no lo hubiera solucionado.

- Tengo entendido que una de sus amistades era la señorita Green, ¿no?

La mención de ella y en pasado afectó al semblante del hombre, que se volvió más tacirtuno.

- ¿A qué ha venido?

Fue cuando se sentó en el sofá que había enfrente de él.

- Creo que ahora mismo nos une un objetivo en común. A usted no le agrada lord Myers, no me lo cuestione, por favor, soy amiga de Damien y sé mucho de la historia que hay detrás; y a mí, no me gusta la señorita..., perdón, lady Myers.

- Pero está casada... - soltó sin ningún tacto.

- Casada o no, eso no le incumbe. Me interesa que su amiga no vuelva a ver más a Damien, su compañía no le hace feliz.

Edward no pudo hacer otra cosa que reírse. ¿Había llegado a un punto de embriaguez que se lo estaba imaginando todo?

- A ver, ¿me está diciendo me inmiscuya y genere discordia en la pareja cuando tengo entendido de que su relación está más afianzada y con una criatura de por medio?

- Creía que no le acobardaba un crío que solamente sabe llorar y babear.

- Se le olvida un detalle, Elle ya no quiere verme.

- Sedúcela.

¿Qué tipo de mujer era la que tenía delante? Dejó la copa en la mesita y la miró largamente. No se podía discutir que era bella, como una diosa griega. Sin embargo, no era la delicadeza en persona.

- ¿Qué gana con que la seduzca? Ah, ya sé... su amigo de vuelta. ¿Cómo puedo ser tan idiota?

- No se burle de mí. ¿Lo hará o no?

- Me atrae muchísimo la idea, pero... no me gusta llenarme las manos yo solo.

- Nadie se enteraría.

- Pero yo sería la cabeza de turco y no me parece. No soy tan idiota como cree.

- Entonces, ¿qué pide? ¿Quiere dinero? ¿Joyas?

Otra vez se rio, la dama era muy graciosa y... altiva, soberbia y maleducada.

- Si quiere que intente separarlos, lo mismo pediría de usted.

- Estoy casada.

Edward se acercó y se inclinó hacia ella.

- Detalle que no le ha importado al venir a mi casa, de soltero.

No se amedrantó ante su cercanía, sino que se levantó y lo miró sin pestañear.

- Soy muy cuidadosa, así que ahórrese sus comentarios.

- No soy yo quién ha venido con semejante petición.

- Bien, ya veo que no me va a ayudar – se dio la vuelta con la intención de acabar la conversación.

- Espere – la mujer le echó una mirada de hastío -. Como mi mayor diversión es darle en las narices a mi amiguísimo Damien, no me importará intentarlo.

Caroline se colocó de nuevo el sombrero.

- Me parece bien, pero como entere de que le ha hecho el mínimo daño, se las verá conmigo.

- Vaya, vaya... Me pide que rompa un matrimonio sin pensar que su amigo puede verse desmoronado.

- No se confunda, solo velaré el bienestar de mi amigo.

- Ya lo veo.

- Espero que no se extralimite. Buen día.

Se fue así sin más, sin darle tiempo a la réplica. Edward iba cabeceando con una sonrisa. Quizás, no estaba del todo perdido. 

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora