Estaba en un dilema.
Si iba a su encuentro era porque había cedido a un impulso, a su petición inadecuada.
Si no iba, demostraba que le seguía afectando el pasado que había entre ellos.
Deseó más que nunca no haber leído esa carta, ni haber aceptado desde un principio el libro. Ahora la curiosidad luchaba contra la prudencia.
Si iba, le podía pedir que la dejara en paz. Así no habría más encuentros indeseables en un futuro. Tampoco, estaba Edward para que le reafirmaba en su decisión. Seguramente él se había negado en rotundo a que fuera, creyendo que sería una trampa. Lo más probable era que lo fuera. Aun así, debía dejarle claro que no la molestara más. Debía ser así, no podía que ese hombre se inmiscuyera más su vida y creyera que tuviera un poder sobre ella.
Porque no lo tenía.
Cuando llegó a la fiesta junto con sus padres, vio que había gente ya en el salón de baile, pero no lo localizó a él. No de inmediato.
¿Habría sido una burla más de él?
Pero pronto se daría cuenta de que no; estaba ahí, pasando desapercibido entre los invitados, como si no quisiera entablar ninguna conversación salvo dar el correspondiente saludo cordial y cortés, como indicaba la ocasión.
¿Por qué no se acercaba a los presentes? ¿Alguno no sería su amigo, conocido o familiar? Aunque algún ingenuo, atreviéndose a ganarse una mirada glacial, se le acercaba y le daba conversación; él se mantenía, indiferente a ello.
Parecía... inalcanzable y solitario.
Giró la cara hacia un lado, intentando no caer en su embrujo, sabiendo de antemano cómo era él.
Oscuro y sin corazón.
Era lo que se merecía, estar solo. Sin embargo, no creía que fuera aquel su castigo merecido. La soledad, según ella, era el peor castigo de todos. Ni para su enemigo se lo deseaba, y con ese pensamiento volvió a mirarle, pero esa vez, no lo encontró.
Había desaparecido.
¿Dónde se había metido?, se preguntó.
Aún no era las doce la noche, quedaban dos horas para que diera la medianoche.
La música comenzó a sonar y con ella muchas parejas bailaron. Ella, también, aunque hubiera preferido que su compañero de baile fuera Edward. Aunque lo echó de menos, su ánimo no se vino abajo, disfrutó de la música como también de los pasos que daba. Hasta que llegó la hora de que él le había dicho, sintiendo que todo el aire se le iba del pecho.
¿Iría o no?
Solo había una forma de saberlo.
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No soy como él (Volumen I)
Historical FictionEs un borrador que le iré dando forma conforme vaya escribiéndola. Nadie espera que el primer amor sea el que traiciona y rompa en mil pedazos su corazón. ¿Podrá sanar de las heridas, de la desconfianza y del dolor?