Capítulo 7 (mini)

1.4K 294 25
                                    


Afortunadamente, no cogió un buen resfriado, aunque sí una bronca de su madre al verla con esa guisa, empapada desde los pies hasta la cabeza. No le preguntó por el abrigo, ni ella se lo mencionó, escondiéndolo rápidamente en cuanto llegó a su cuarto y tuvo que cambiarse de ropa para no caer enferma.

El abrigo quedó relegado en un rincón de su armario, sin acordarse de él, ni de su dueño.

No se acordó porque Edward volvió a acaparar su atención, visitándola en una tarde que no llovía. No supo el por qué, echó de menos el sonido de las gotas al caer, pero fue pasajera la sensación. No tenía relevancia salvo la presencia de su amigo.

Tal como se lo había prometido las visitó, alegrándole a su madre ya que lo consideraba un buen muchacho, incluso, había fantaseado que fuera su yerno por la buena sintonía que tenía con su hija. A las pruebas se remetía y eran evidentes. No se hizo la remolona y les quiso poner a prueba. Expuso una excusa y se fue hacia la cocina, exclamando que se había equivocado con su taza de té, y los dejó a solas para que fluyera la cosa, sin que nadie de los presentes la detuviera. Pero cuando volvió, no vio señales de que hubiera un posible compromiso, hecho que le hizo plantear si no se había equivocado con su intuición.

¡Ella tenía una intuición infalible!

¿Cómo podía haber pasado?

No se equivocó, porque días más tarde, el caballero de buen porte les hizo otra visita y, esta vez, pidiéndole permiso a la matriarca, en dar un paseo con su hija por el jardín.

Blanco y en botella, se dijo la señora Green, esperanzada que en esa ocasión sonara la flauta y las campanas de boda. No podía estar más entusiasmada con la idea. Era la única hija que le faltaba por casarse porque los demás estaban casados y bien instalados en sus casas, felices.

¿No sería fantástico?, animándose una vez más, sin creer que sus ilusiones podían caerse en un saco otra vez.

En cambio, Elle no se había esperado esa visita, ni tampoco entendía a qué venía ese paseo por parte de su amigo; aceptó de buena gana acompañarlo. Todo era tan misterioso que le creaba un estado de incertidumbre y de nerviosismo, por no decir que cada vez que estaba cerca de él, estaba nerviosa.

¿Alguna vez había dejado de estarlo?

No lo creía.

- Elle, ¿no te has preguntado por qué he venido a visitarte otra vez?

Negó con la cabeza, hallándose sin voz.

- Bueno, no lo tenía planeado, es decir, en cómo expresar que...

El corazón se le subió a la garganta al oírle, al notar su titubeo. Él nunca había titubeado delante de ella.

¿Qué estaba pasando?, se preguntó llevándose una mano al pecho. No tardaría mucho tiempo en saber la respuesta porque su amigo quiso aliviar su mal estrecho corazón.

- Cuando volví y supe que habías regresado, me pregunté cómo estarías, si eras la misma chiquilla que yo conocía, adorable, afable, amable, entrañable... Te mantenía en mis pensamientos y cuando te vi en el baile, comprobé que te has convertido en una señorita, descolocándome. Ya no eras la niña que se vestía con ropas de chico para jugar con tu hermano y conmigo.

- No he cambiado, Edward, sigo siendo yo – ante la mención de ponerse ropa inadecuada, se ruborizó.

- Lo sé, no te has convertido en esas jóvenes estiradas y cabezas huecas.

Emitió una mueca, porque no hubiera creído pensar que fuera a llegar así.

- Antes me hubiera tirado por un puente.

- No lo digas ni en broma, Elle – otra vez sintió un brinco, esta vez, porque las manos del hombro sujetaron sus hombros -. Me importas muchísimo, por eso, creo que podíamos llegar a formar una familia, tú y yo, juntos.

Oh, ¿no estaría acaso soñando?

- ¿Lo estás diciendo en serio?

Edward asintió solemnemente, sin apartar sus manos de ella.

- No podía estar más cuerdo que en este mismo momento.

Se abrazó a él, sin poderlo creer. Tanto lo había anhelado que aquello le parecía imposible de creer.

- ¿Aceptas ser mi esposa, Elle? – le escuchó decir pese a los atronadores latidos de su corazón.

- Sí, acepto – musitó en pleno vuelo de la felicidad.

Era imposible de creerlo, pero lo era. Le había preguntado si quería ser su esposa, había aceptado sin dudarlo.

¿Cómo iba a rechazarlo si era el príncipe de sus sueños, queriéndolo desde que era niña y lo acompañaba en sus aventuras?

Si hubiera estado más centrada, se habría dado cuenta de ciertos detalles. Él no le había hablado desde el profundo sentimiento del amor. Quizás, hubiera visto que el amor no era tan grande como había creído o había leído de grandes historias románticas.

Romeo y Julieta habían hecho mucho daño.

Lo sabría más tarde y de la forma más dolorosa y despiadada que había en el mundo. Porque finalmente los príncipes solamente existían en los cuentos. 

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora