Capítulo 07

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Suelto un suspiro cansado, las palabras de Volker siguen resonando en mi cabeza, intento que no afecten en mi trabajo y solo me obligo a mi misma a que no deben interferir, es solo un hombre con el ego hasta el cielo que cree que todas las mujeres...

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Suelto un suspiro cansado, las palabras de Volker siguen resonando en mi cabeza, intento que no afecten en mi trabajo y solo me obligo a mi misma a que no deben interferir, es solo un hombre con el ego hasta el cielo que cree que todas las mujeres deben caer a sus pies pero eso no es lo que hago aquí.

La noche anterior lo último que ocurrió fue que me amenazó diciendo que en cualquier minuto estaré en su cama, ha dejado en claro que quiere follar de nuevo pero puedo asegurar de que fue algo momentáneo, seguramente se quedó caliente después de que arruiné su polvo con aquella mujer en el lugar en el que estábamos.

Me miro frente al espejo, he elegido un conjunto deportivo, amarro mi cabello en una coleta para después subir el cierre de mi chamarra hasta arriba cubriendo así las marcas que ese infeliz dejó.

Le advertí a los chicos que entrenaríamos, no mentía cuando les dije que sería desde temprano. Son las cuatro con cincuenta minutos cuando salgo de mi habitación para comenzar a caminar hasta el jardín de servicio en donde solamente encuentro a cuatro de mis hombres: Reyes, Green, Woods y Gills.

Se ponen de pie cuando me ven llegar, miro el reloj en mi muñeca, son las cinco en punto y fui muy directa y clara cuando dije que el entrenamiento comenzaría a las cinco de la mañana.

—¿Dónde están Sánchez y Cox? —pregunto a los hombres aquí quienes solo se miran unos a otros.

—Siguen en sus habitaciones, señorita Foster —responde Woods.

Mi mañana había comenzado muy bien y ahora tenía que lidiar con dos estúpidos egocéntricos que creen que pueden hacer lo que ellos quieran.

—¿Qué dijeron? —pregunto.

—Que era absurdo entrenar a las cinco de la mañana —responde Reyes ahora.

—Bien —suelto—, comencemos.

Los cuatro hombres aquí asienten, se quedan firmes frente a mí mientras comienzo a dar algunas órdenes.

—No quiero gente mediocre en mi equipo —suelto mirándolos—. Si están aquí es porque deben proteger al señor Diekmann y para poder protegerlo como se debe deben estar lo suficientemente capacitados para este trabajo.

No dicen nada y solo me escuchan mientras comienzo a ordenar los ejercicios que comienzan a hacer después de unos minutos, los miro a la distancia mientras suben y bajan las escaleras que dan hacia una de las cocheras, corren de arriba a abajo escalón por escalón.

—¿Se supone que ellos van a protegerme? —una voz detrás de mí me sobresalta, antes de girar hacia el hombre que está a mis espaldas tomo aire lentamente.

—Son quienes lo protegen, señor Diekmann —miro al hombre de piel canela detrás de mí, como todos aquí trae consigo un conjunto deportivo mientras una toalla cuelga de uno de sus hombros, su cabello está revuelto y sus manos tienen algunas vendas.

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