Capítulo 25

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Volker

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Volker.

La camioneta en la que viajamos se detiene finalmente en la mansión, bajo de esta y miro a la castaña dentro quien solo me mira para después sonreír.

—Cárgame —extiende sus brazos en mi dirección.

Mi ceño se frunce y una carcajada ronca sale de mi boca.

—¿Eres coja? No. Puedes caminar —suelto mirando el reloj en mi mano.

—Volker —la miro, hace un maldito puchero de niña caprichosa.

—¿Cuántos años tienes? —pregunto, se remueve un poco.

—Veintitrés —responde, no puedo evitar sorprenderme un poco—, tú tienes veintinueve, eres viejo.

Elevo una ceja mientras la veo reír.

—Eres una niña —suelto, me mira con una ceja elevada.

—Estás robándome la juventud —responde sonriendo, se acerca hasta que sus piernas quedan fuera del asiento de la camioneta—, ven aquí y dame un beso más.

Extiende sus brazos hacia mí mientras sus manos alientan a que me acerque. Ruedo los ojos y niego con la cabeza.

—Volker —suelta de la misma manera que antes—, yo sé que quieres besarme, solo acércate y bésame, maldito engendro.

—Bájate —ordeno, se hace más tarde y solo quiero ir a mi habitación.

—Estoy caliente —habla de nuevo—, mira, tócame.

Alcanza mi mano y me acerca a ella, la miro cuando mete mi mano debajo de su vestido y la deja sobre su feminidad, siento lo húmeda que se encuentra.

—Tengo calentura, ¿cierto? —pregunta mientras noto la diversión en sus ojos.

—No lo sé —introduzco dos dedos en su interior después de hacer a un lado su ropa interior, da un respingo y finalmente sonríe mientras abre más sus piernas, recarga sus manos en el asiento de la camioneta y solo me acerco más mientras levanto la tela de su vestido—. Estás ardiendo, schatz.

Mis dedos comienzan a moverse en su interior, los saco y meto de su coño mientras estos se humedecen por los fluidos que desborda, sus paredes se abren y me hacen deslizar sin problema alguno.

—Estoy muy caliente —comienza a bajar la cremallera de la chaqueta que lleva encima pero detengo su mano en el proceso, no quiero ver de nuevo las marcas de su cuerpo—, vayamos a tu habitación.

Me toma por los hombros y acaricia mis labios mientras sigo masturbándola, sus ojos arden en deseo, veo el fuego en sus ojos verdes, el caos, la destrucción y una pequeña pizca de mentiras.

—No —respondo, acaricio su clítoris con mi pulgar y un gemido sale de su boca.

Sabe que ella y su gente tiene el acceso prohibido a mi casa, no puede ni debe creer que es diferente.

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